sábado, 17 de febrero de 2007

La sirena nocturna

La noche aún estaba en su apogeo cuando decidió volver a casa. Ni siquiera la promesa de bebida gratis por parte de sus amigos, fue capaz de retenerle en el atestado pub en el que solía pasar los sábados noche. Le molestaba todo, la gente con su charla ininteligible a causa de los vapores etílicos que flotaban en el ambiente, el humo que inundaba cada rincón, incluso la desmesurada atención que le prestaban sus amigos, preocupados por su estado de ánimo en los últimos días.

Pese a ello, no tenía ganas de volver a casa tan pronto. Decidió dar un paseo por el solitario paseo que bordeaba el mar.

Al día siguiente se vería repleto de turistas; pero a esas horas dormían aún, dejándole una intimidad y soledad que su confusa mente agradecía. El sonido del mar batiendo con furia la orilla, acompañaba sus pensamientos. No podía dejar de pensar.

Caminando lentamente no se percató de la presencia de la chica, hasta que no estuvo a pocos pasos de ella.

Morena, de formas definidas e insinuantes bajo un largo vestido de noche, negro como el cielo de la misma y el pelo tan largo que se perdía más allá de su espalda. Sólo le bastó un fugaz vistazo para preguntarse cómo una chica tan guapa podía estar sola.

Se acercó a ella lentamente, con paso firme pero temeroso de que se sobresaltara con su presencia y saliera huyendo como una gacela ante la presencia de un león; solo que él de león tenia únicamente una larga melena recuerdo de su época estudiantil; nunca había tenido dientes o garras para "atacar" por diversas razones que nunca se había atrevido a analizar por miedo a las conclusiones que pudiera obtener.

Ni el sigilo del que hizo gala, ni la escasa visibilidad, ni el estruendo del mar, pudieron ocultarle durante mucho tiempo de la triste mirada de la chica, que se habían posado sobre él cuando se encontraba a tan solo un par de metros de ella. En sus manos podía distinguir los restos de varias fotografías, reducidas a pedazos.

- Así está mi vida ahora - sollozó ella al percatarse de que él fijaba la vista en sus manos.

Había visto la misma situación muchas veces. Sus amigas siempre acudían a él con lágrimas en los ojos y el corazón en un puño al final de una relación.

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