sábado, 15 de septiembre de 2007

Recuerdos

Juana se deslizó penosamente hacia la puerta. Los años se habian cobrado factura en su cuerpo. Ni siquiera hubiera escuchado que llamaban de no haber ido al salon a recoger las fotos que habia sobre la chimenea.

Tras la puerta se encontraba un estirado hombre trajeado, que portaba una carpeta bajo el brazo, que con cierta desazón inspeccionaba la fachada de la pequeña casa..

- ¿Usted debe ser del ayuntamiento verdad?- adivinó la anciana nada más verlo.

- Asi es señora. Mi nombres es Andres Lopez y vengo a.....

- Lo se, lo se. Pase por favor.

El joven sacó un formulario de la carpeta y la siguió al interior de la casa. De inmediato, Juana comenzó a alabar las virtudes de la vivienda.

- Como ve, el salón es muy espacioso. Soliamos reunirnos toda la familia a la hora de cenar, y no se crea que eramos pocos. Cinco sin contarme a mi. Era un circo, pero eramos felices. Por desgracia hace mucho de eso. Ah, mire la chimenea. Grande, ¿verdad? le aseguro que una vez se enciende, puede olvidarse uno del frio. Una navidad, mi marido bajó por ella disfrazado de Papá Noel, pero estaba tan sucio el tiro, que salió completamente negro....

El funcionario contemplaba con gesto impenetrable cada rincón de la sala, sin hacer demasiado caso de lo que le explicaba la anciana, que continuaba con sus historias sin importarle demasiado si era escuchada o no. Se dirigió con paso vacilante a traves del pasillo, hacia los dormitorios. El burócrata la siguió, intentando no tocar nada.

Habitación por habitación, tuvo que escuchar las pequeñas historias que atesoraban aquellas paredes.

- Aquí la silla en la que estaba sentado Juan se rompió cuando intentaba llegar a lo alto de ese armario donde habiamos escondido sus regalos de navidad... Aquí en la cocina mi yerno pidió la mano de mi hija, fue muy conmovedor, se arrodilló y le puso un anillo con un diamante enorme en su dedo... En aquel rincón, recibi la noticia de que mi Antonio se moria...

Mientras, él no perdia detalle de nada de lo que le rodeaba, apuntándolo todo en la hoja de papel que llevaba. Apenas diez minutos le bastaron para obtener toda la información que necesitaba. Asi que dandole las gracias, se despidió de la octogenaria.

Cuando salió a la calle, echó un último vistazo a la fachada. Lástima de incendio, pensó, debió de haber sido una casa acogedora y con gran pesar marcó en el formulario una casilla: derribo

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