martes, 3 de marzo de 2009

El joven alquimista

Fue a la edad de quince años, en el momento en que la luz de sus progenitores se apagaba por el daño de la peste, que el joven alquimista Gerard du Pres decidió dedicar todos sus esfuerzos a la búsqueda de un modo de vivir eternamente, sin miedo a la enfermedad o la decrepitud.

Con la fortuna heredada de su padre, un rico comerciante de sedas, equipó los sótanos de su mansión con todo tipo de alambiques y matraces por los que se deslizaban líquidos extraños con extrañas propiedades.

Sólo su criado Gastón le servía de nexo de unión con el mundo exterior, pues du Pres ocupaba cada segundo de su existencia en complicados experimentos que llevaba a cabo en su laboratorio.
Las estaciones se sucedieron y Gerard dejó de ser joven. Cuando la parca vino a reclamar el alma de su criado, se dijo que sería la última muerte que contemplarían sus ojos y redobló sus esfuerzos en hallar el milagro que tan esquivo se le había mostrado hasta entonces.

Garlac, hijo de Gastón, heredó el trabajo de su padre y durante años contempló la siempre cerrada puerta que conducía al sótano, con una mezcla de curiosidad y compasión.

Un día, décadas después de la muerte de su progenitor, escuchó la llamada apremiante de su señor. Entró sin vacilar en la húmeda estancia apenas iluminada por desgastadas velas que arrancaban fantasmales ilusiones de los inertes objetos que atestaban las mesas que ocupaban gran parte de la superficie de la habitación.

Encontró a Gerard tirado en el suelo boca abajo, sin consciencia. De inmediato se arrodilló ante él y le tomó el pulso. Seguía con vida, aunque este era débil. Cogió el cuerpo menudo y decrépito y lo transportó hacia el dormitorio principal, a una cama que no había sido usada en años.

El fiel criado no se separó de su señor en toda la mañana, hasta que, pasado el mediodía, este abrió los ojos.

- Garlac - susurró con gran esfuerzo - acércate.

Así lo hizo, colocando su cabeza cerca de los labios del alquimista para escucharle mejor.

- Aquí estoy monsieur du Pres.

- Al fin lo he descubierto...

- ¿El secreto de la inmortalidad? - preguntó esperanzado el sirviente que ya veía su fortuna inabarcable tras la venta al mejor postor de tamaña revelación.

- He pasado cada segundo de mi existencia intentando seducir a la vida para que no me abandonara nunca. Mientras los demás bebían y disfrutaban de la excitación de la caza y el calor de una mujer, yo mezclaba pócimas, analizaba fórmulas y devanaba mis sesos con problemas complejos...- Hizo una pausa y giró la cabeza hacia la ventana, que mostraba un cielo azul como el cristal surcado por una bandada de gansos en busca de su paraíso particular- ... seré gilipollas...

Acto seguido, expiró, dejando a Garlac el pensamiento de que, bien mirado, se había librado de ser un sirviente hasta el día del juicio final.

2 comentarios:

  1. Garlac tuvo suerte, Ambrosio, el fiel sirviente de la Preysler no ve el momento en que le lleve la parca...lo lleva crudo!!!jeje
    abrazotes!

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  2. Jajaj la Preysler es una de los inmortales, junto con Sofia Loren y Fraga. Estoy seguro que Ambrosio ha intentado envenenar los Ferrero Rocher en más de una ocasión sin ningún éxito...
    Un abrazo!!

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