jueves, 21 de febrero de 2013

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El gato pardo

El gato pardo sobre la colina camina un poco, se sienta en el suelo, se fija en mi y ahora va y me mira.
En franco desafío no me queda otra que empezar a mirarlo. No puedo dejar de hacerlo
y él no deja de observarme. No parece disgustarlo.

El gato pardo sobre la colina se lame las patas sin dejar de mirarme. No despega sus ojos de los mios, inescrutable.

Se diría que el gato pardo sobre la colina prepara algo. Una broma estúpida, un acto de inquina, una huida rápida, un lo que sea, de seguro algo.

El gato pardo sobre la colina, ya no tan lejana, ahora más cercano, tensa bien sus músculos, eriza su pelo de color castaño.

Y mientras yo me obceco en esa colina y su gato pardo, se acerca a mi espalda un muerto viviente de ruidos parco.

El zombi me devora, degusta mi cuello que cubren sus labios y el gato pardo sobre la colina, estatua de piedra, mira fijamente sin cerrar los párpados.

domingo, 3 de febrero de 2013

El gran teatro del mundo

Un policía que pega a su mujer. Otros policías que acuden a la llamada del único de los 35 vecinos que se ha atrevido a coger el teléfono, y que al comprobar la identidad del denunciado hacen mutis por el foro. Aquí no ha pasado nada, mientras ríos de lágrimas caen en cascada desde el segundo piso salpicando las perneras de los uniformes que se baten en retirada. Perro no come perro y porra no golpea a porra. Te dije que llamar no servía de nada le dice un señor a su señora escondidos tras los visillos de una ventana que da a la calle.

Alguien pone la música más alta de lo aconsejado para las horas que son, y para las que no lo son. El joven de la puerta de enfrente intenta descansar tras un dia de trabajo agotador. Llama a la puerta, pero no le escuchan, toca el timbre, pero no le escuchan, golpea la puerta pero no le escuchan, aporrea la ventana de la cocina, pero no le escuchan. Coge una piedra y la lanza contra el cristal de la ventana. No le escuchan, pero escuchan el ruido de los cristales al estallar en miles de pedazos que cubren el suelo de la vivienda. El vecino de la música alta sale hecho una furia. ¿Qué has hecho? ¿Perdiste la cabeza? No abrías la puerta, le responden. Haber llamado al timbre, gilipollas.

Un alunizaje en un bar y un testigo que confía en la ley para que detengan el crimen en proceso, solo para encontrarse con que esa ley le pide que le avise cuando se hayan largado los delincuentes. No quieren correr el riesgo de encontrárselos en el lugar de los hechos cuando lleguen. Eso supondría un papeleo extra que no están dispuestos a asumir. Quizás un tiroteo, unas balas al aire o dirigidas a una señal de tráfico, que luego tendrán que pagar de su bolsillo; o quizás una bala perdida del otro bando, que encuentre el final de su recorrido en su cuerpo. Y no hay placa lo suficientemente grande como para detener una bala errante con el destino marcado en la vaina. Solo hay dos razones para jugársela: convicción y dinero. Lo segundo escasea, lo primero no existe.

Un electricista recibe un sobre con dinero en un acto tan honesto como su ficticia factura inflada. Ese mismo sobre será reciclado. Pasará de mano en mano, escalando en la jerarquía social. Del trabajador al capataz, del capataz al constructor, del constructor al presidente, del presidente al concejal de urbanismo, de este al alcalde, del alcalde a la nueva rusa del Luxury, hotel de carretera justo antes de la salida a la autovía, de la rusa a su proxeneta, de este al alcalde de otro pueblo vecino, del otro alcalde al jefe de partido regional, de este al tesorero y de allí llegará hasta la más alta institución de gobierno. El continente es el mismo, no así el contenido ni la cantidad. Se convierte así el sobre en el objeto, animal y persona con la carrera más meteórica a la cima, el ascenso más fulgurante de la pequeña papelería en la que comenzó hasta llegar a la presidencia del gobierno. Eso si no pincha antes en el camino y aparece el Rey en su moto para echarle una mano o el guante o una ración de perdigones. Caza de sobres al por mayor, el deporte de los reyes.

Una urna repleta de confeti democrático queda olvidada tras la fiesta de la idem. La presidenta de la mesa espera que alguien la acompañe al juzgado con ella para entregarla pues está a varios kilómetros de donde se encuentra y no tiene medio de transporte con el que llegar. El policía se desentiende, los vocales se desentienden, los observadores de los partidos se desentienden, un señor que pasea a su perro en pantuflas (no su perro, él) se desentiende. Finalmente la encargada de cerrar las puertas del edificio no se desentiende. La urna llega a su destino donde irá a engrosar las filas de la tonelada de confeti democrático que ha cubierto todo el país. Cánovas ríe. Su fantasma, se entiende. Él se desentiende, ya hizo su parte y para lo que valió.

Un ni-ni cae enfermo. Habrase visto. Tú ni-ni, no tienes derecho a que te vea el médico por no haber cotizado a la seguridad social, al menos hasta que vea tu cartera repleta, ni-ni. Pero tranquilo, no dejamos a nadie morir, ni-ni. Te aconsejo Paracetamol y mucha agua. Para eso no necesitas al médico. Total, el Paracetamol lo tienes que pagar igual. Y si te encuentras muy mal acude a urgencias. Palabra de la recepcionista del ambulatorio o de la funcionaria del ambulatorio o de la señora de cara agria tras el mostrador de entrada del ambulatorio.

Urgencias está repleto, de gente que lo necesita y de gente que no. Un brazo dislocado junto con una anciana al borde del desmayo. Las urgencias son tan relativas como el malestar que siente. Se marcha. Al fin y al cabo él solo siente los síntomas típicos de quien está incubando una gripe. Hace la maleta y coge el primer avión rumbo al mundo. El ni-ni tiene una carrera, domina tres idiomas (bueno dos pero con el tercero promete esforzarse por mejorar) y ya trabajó previamente en el extranjero. No le irá mal. En cualquier caso tenga suerte o no, no volverá. No era una simple gripe.

Su vecino de apenas 12 años no se queja por tener que ir a la escuela. ¿Para qué? No le supone ningún reto, ninguna molestia. Si acaso madrugar pero llegado un momento eso se hace como un autómata.. Lleva 4 años conectado a Internet, lo ha visto todo y lo sabe todo, aunque claro está él no sabe que no sabe nada. Acude a clase como el oficinista que acude a la oficina. Ficha a la entrada y abre el periódico, sección deportes en caso de que no hubiera ningún ejemplar de prensa deportiva en el kiosco. Pensar no es lo suyo, actuar por impulsos si, gritar como un simio defendiendo su territorio porque su equipo ha perdido un balón, para defender su parcela de recreo, para mostrarse fuerte ante el compañero que le ha golpeado en el hombro al pasar junto a él, para recriminar al profesor de biología cuando este le recrimina su actitud irrespetuosa ante él y sus compañeros. Ha cometido un error. El respeto es un animal mitológico como los unicornios o Fraga, y nadie hace caso a alguien que habla de unicornios. En cuanto llegue la hora del recreo acudirá a los baños a hacer una pintada: "El profesor de biología es maricón". Ni siquiera se sabe su nombre. Seguro que no está en Internet.

Un señor bien peinado entra en una sastrería, conversa con el encargado mientras toman un café y le toman medidas. Se compra un par de trajes. El sastre hace ademán de rellenar una factura. No sabe usted quien soy yo. Le toma la palabra. Sabe quién es él pero no sabía que eso importara. Sonríe. Vaya con dios. Es gente muy católica. Dos famosos más y tendré que cerrar, piensa mientras echa el cierre no sea que se corra la voz. No tiene tanta tela para tanto chorizo. Ya me dijo mi padre que me hiciera carnicero. Al menos las perdidas por dos chuletas son mínimas comparadas con un traje.

De camino a casa para en una gasolinera. Unos metros más allá del surtidor hay un grupo de personas reunidas en torno al sobre. Desdoblado, clonado, luminoso, brillante como el sol, omnipresente, actúa allí también, como una bailarian de striptease que baila para los hombres que le lanzan dinero solo que en esta ocasión es el sobre el que reparte a los demás y no insignificantes billetes de dólar. No es la cara de George Washington la que aparece en ellos, sino la de Bin Laden. El sastre les mira. Ellos le miran. ¿Será periodista? Qué más da, tengo un amigo juez, el hermano de mi secretaria es juez, una vez me encontré en un cuarto oscuro a un juez, me casó un juez, juego al tenis con un juez, si se lo digo a mi jefe me hace juez. Y si todo eso falla, le presento a Bin Laden. Y el sobre sigue bailando.

Un licenciado de ADE acude a un banco. Es su primera entrevista de trabajo. Su padre se quedó sin contactos que le pudieran echar un cable. Es lo malo de ser el último de 9 hijos y de tener un progenitor con tan pocas influencias. Con la suerte que tuvo Borja y su padre "el eléctrico" por el puesto en el consejo de administración que ocupa en una empresa energética. El entrevistador le inquiere. A ver, diga "Arriba las manos. Esto es un atraco". Lo dice. No suena convincente. El entrevistador ha olvidado incluir los signos de exclamación. Lo repite. Esta vez introduciendo un taco. Contratado. Todo se entiende mejor con tacos. Coño.

Veo un religioso que cree en su miembro bendecido, en su larga barba bendecida, en su camello bendecido, en su cinturón explosivo bendecido. Benditos son todos menos lo que mueren. Boom. Benditos son todos los que se arrodillan. Boom. Benditos sean todos en el nombre de Yahvé. Y ahora afloja la mosca que adonde irás no te hará falta. Amén.

Una mujer de avanzada edad cae redonda al suelo mientras camina por una calle cualquiera. Su hija, que la acompañaba, no puede levantarla, la mujer gime de dolor al borde de la consciencia. La hija llora, implora ayuda. Un par de hipsters, de modernos, o de gilipollas como se prefiera, sin tener nada que ver el último término con los dos primeros, desde el otro lado de la acera piensan que se trata de un flashmob, sacan sus cámaras de fotos y ponen su grano de arena para diluir Instagram de fotos de gatos, cafés y comida.

Una alumna se queja del mal resultado en su examen parcial. Irá a ver al profesor a la revisión del examen. A solas, fuera de horario. Será una revisión personalizada. Aprueba, con nota. Un visionario monta una tienda de rodilleras low-cost. Emprendedor joven del año será el premio que reciba de manos de una conocida revista de negocios. Su foto aparecerá junto al articulo estrella del mes: "Como montar una empresa y calmar las ganas de matar". Nadie se lo cree. Las cartas de queja llegan por millares. Los ejemplares dejan de comprarse por decenas de millares. Los empleados son despedidos por decenas, en un ERE que les deja como indemnización un Phoskitos y las gracias por el trabajo prestado. Que no falten las formas. Bueno al de maquetación no que es un guarro que no se lavaba desde su incorporación a la empresa y que además le ha puesto los cuernos a su mujer que para colmo trabaja en Marketing y se ha tirado a media equipo de contabilidad. Pero yo no soy nada cotilla. A mi me lo dijeron sin yo querer saberlo. Le dan una concha marca Hacendado subvencionada por el gobierno.

Mientras el dinero, la sangre del capitalismo, fluía sin descanso por las venas de la sociedad, en estas escenas nosotros representábamos el papel del estudiante que se saca la licenciatura, el grado, el titulo, la etiqueta de anís del mono de Twitter mientras pierde el tiempo en la cafetería con alguna ingeniería, el de amante esposo, maestros de pueblo que enseñan a sus pupilos la honradez de Pericles, albañiles, muchos de ellos, que construyen sueños. Eso es lo que les vendieron (la idea y los sueños). Que se conviertan en pesadillas de adobe y cemento es algo inevitable. Jueces honrados... dejémoslo ahi, psicólogos, informáticos que creen controlar el mundo cuando no controlan ni sus vidas, comerciales que venden lo que no se puede comprar, fontaneros que lo arreglan todo cambiando la instalación general, abuelos jubilados con permiso A2 de supervisión de obras, La ex-novia dolida por no haber sido escuchada que a su vez no escuchaba porque a su vez no tenia nada que decir.

El cuñado simpático que siempre está tieso de dinero pero con una gran sonrisa en la cara; el pincha para quien la crisis es tener que usar viagra después del segundo trio; el poeta que mira las estrellas, muy sensible, y se emociona, y llora, porque, joder, son estrellas. Y las estrellas emocionan si eres sensible como un poeta. Son las cebollas del firmamento y los poetas, malos cocineros que no conocen los trucos más básicos para que no se te salten las lágrimas.

Todos teníamos papeles estelares, eramos protagonistas de nuestras propias tramas dentro de la obra, sin relación con las otras, mero relleno para alargar la cosa y mantener el interés del espectador en nosotros. Yo, mi, me, conmigo. Superestrellas rutilantes, egoístas que se comen el escenario o que no dudan en comerse lo que sea: dignidad, virtud, deberes, decencia, valor... El caso es meterse algo en la boca hasta que llegue al ego y quedemos saciados. Nada nos importaba, nada padecíamos ni sentíamos. Eramos los monos que no veíamos, oíamos ni decíamos nada. Las cosas pasaban pero eran otra parte de la historia, nada que ver con nosotros.

Pero ahora ese dinero no existe. Voló, se evaporó, desapareció, se despilfarró, se malgastó, se enrolló para aspirar una raya de coca y se quemó en la chimenea. Y es ahora cuando se caen las caretas, se terminan las lineas de texto, los disfraces se deshilachan, el atrezo es embargado y ya no se puede ocultar bajo un techo, tras una comida caliente, durante el polvo semanal, con el móvil de ultima generación, las conversaciones banales, el fútbol, las conversaciones banales sobre fútbol, la consola de penúltima generación, mediante los porros, el ron habana o desde la masturbación. Y nos vemos cara a cara con la injusticia, la cobardía, la humillacion, el engaño, la estafa, el cohecho, la burla, la desgracia, la muerte, la desigualdad, la mezquindad, la vileza, el egoísmo, la soledad, la infamia,  sin saber muy bien si continuar con nuestro papel repitiendo el mismo texto desde el principio o por el contrario improvisar, actuar como verdaderos actores.
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Y mientras estamos sumergidos en este dilema, en los palcos, pues en este teatro no hay gallinero ni plateas y todo es palco de honor con cortinas de felpa roja espesa y opresora con vistas de primera a la vida, el público ufano se divierte reescribiendo el guión, disfrutando de cada enfrentamiento, cada acción rastrera y miserable, cada vileza, cada gesto de indiferencia, cada lucha fratricida, mientras se preparan para el próximo acto: el acto final.