viernes, 14 de mayo de 2010

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Messenger

Sabía que no se despertaría. El pitido monótono del arranque del ordenador retumbaba en las paredes del oscuro salón, pero había tenido la precaución de cerrar la puerta. Aun así, se había quedado saciado tras degustar su cuerpo, y el "te quiero" entre murmullos que le había susurrado al oído antes de arrebujarse en las sabanas, seria lo último que oiría de él hasta la mañana siguiente.

Su cuerpo aún no había notado la ausencia de sus labios sobre su piel y el recuerdo de sus hábiles dedos sobre su pecho seguía enardeciendo sus pezones, que rozaban placenteramente el albornoz que la recubría.

No había sido una noche de sexo más. Supo que algo sucedía cuando apareció en su puerta por sorpresa con una botella de champán en la mano, un ramillete de orquídeas en la otra, y como perfecto lazo para tan inesperados presentes, su sonrisa embriagadora.

- Acabo de firmar los papeles del divorcio.

Y ella ya no le dejó decir más. Le metió en su apartamento y con el ansia fustigada por el deseo cumplido, le poseyó sobre el suelo del salón, mientras el champán rodaba desbocado por el piso y las orquídeas servían de improvisado lecho a la bacanal privada que comenzó bajo la luz de las estrellas que se colaba en su hogar por un amplio ventanal, sobre el que ella se apoyó, dándole la espalda, arrodillada y entregada a su falo enhiesto.

Esperaba ser embestida por un animal salvaje pero en lugar de un toro desbocado fue el caballero que había demostrado ser el que se abrió paso con su lanza palpitante hacia el interior de su sexo, abriéndola centímetro a centímetro en una lenta agonía que la llevo a suplicar ser poseída al instante, sentirse llena por él. Una vez más no la escuchó y por respuesta obtuvo un mar de besos en su cuello mientras sus pechos caían prisioneros de sus expertas manos, siendo masajeados con destreza, cuando no eran sus caderas el objeto de sus atenciones.

Se sentía cubierta por un manto de seda. Cada centímetro de su piel vibraba de placer al ritmo de las embestidas que la empujaban contra la ventana y marcaban una melodía que no tardó en seguir, retrasando su trasero cada vez que las puertas de su vuelva se abrían ante su miembro para que se hundiera en ella y no pudiera salir más.

Trató de incorporarse, llena de sexo y se giró hacia él y mientras se fundían en un beso interminable, el éxtasis imparable nació en su bajo vientre haciendo temblar su cuerpo con pequeñas convulsiones que llevaron al delirio a su pareja, que no tardó en derramarse en su interior; y se sintió volar, elevada a los cielos por las alas del orgasmo mientras sus muslos se desbordaban con el semen de su amante.

Con las manos aún apoyadas en el ventanal, se vio reflejada en los cristales empañados por su aliento y se sorprendió por las lágrimas que recorrían sus mejillas. Se echó a reir pensando en lo tonta que era y continuaron las caricias, ya en su cama, hasta que se quedó dormido.

Había sido una noche perfecta. La noche que había anhelado desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron y las saetas de Cupido habían atravesado su corazón, como en uno de esos cuentos en los que se había resignado a no creer. Entonces ¿qué hacía allí?, sentada de madrugada frente a la pantalla del ordenador con su cuerpo trémulo y aún tembloroso, cubierto por apenas un fino trozo de tela, esperando a "Romulo", paño de lágrimas que en los últimos tiempos había ocupado el vacío que dejaba por las noches Arturo cuando volvía a esa farsa que él llamaba vida.

No tuvo tiempo de reflexionar pues una ventana con un simple "Hola" se abrió ante ella, y el frío desapareció y el horno que guardaba entre sus piernas y que permanecía calmado, alimentando por los rescoldos de la experiencia anterior, se inflamó como la fragua del mismísimo Vulcano, obligándola a librarse de su prenda para evitar arder en las llamas de su libido desenfrenada.

- Hola Rómulo - logró escribir a duras penas, pues sus dedos suplicaban ser dirigidos al húmedo delta de Venus en el que desembocaban sus piernas.

- ¿Que tal Victoria? ¿Qué haces por aquí a estas horas?

- Nada en especial. No podía dormir y tenía el pc encendido...

- Ayer me acordé de ti.

Su respiración se agitó de súbito, mientras inconscientemente sus piernas se abrían centímetro a centímetro.

- ¿Y eso?

- Fui a cenar a un restaurante que han abierto hace poco a tres manzanas de mi casa. Se acercaba la medianoche y apenas un par de parejas terminaban la velada en el local. Me dieron una mesa en un rincón apartado donde la luz tenue de las velas que iluminaban la sala no era suficiente para desvelar mi rostro a los extraños y... ¿sabes lo que pensé?

- No - mintió, pues aquella era una de las fantasías que había compartido con él; pero le gustaba hablar de ello.

- Cerré los ojos y te imaginé de rodillas bajo la mesa, con la mirada nerviosa por si alguien pudiera ver como abrías mi bragueta y dejabas libre mi polla desbocada dispuesta a ser domada por las caricias de tu boca, por tus lametones prolongados, por tu mano aliviadora capaz de llevarme al límite, a punto de hacer que me corra. Y entonces imaginé que te levantaba del suelo y te tumbaba boca abajo sobre la mesa, con las manos en la espalda, las piernas bien abiertas apoyadas en el suelo, y el camino a tu coño expedito, dispuesto a ser tomado por mi bayoneta de carne, con una embestida seca y profunda que te parta en dos y te corte la respiración. Y una vez dentro de ti, follarte sin descanso, penetrarte sin cesar, arrancarte gemidos y súplicas pidiendo que no pare, que te folle más fuerte, más rápido, más duro, que te azote cada vez que mi ariete derribe tus muros de carne y penetre en tu fortaleza inundada por el flujo...

En un momento dado cerró los ojos y dejó de leer, dejó de escribir, se recostó sobre la silla y se centró en su clítoris hinchado por las caricias recibidas, en como las olas de placer nacían de él para electrificar todo su cuerpo, erizando sus pezones maltratados por ocasionales pellizcos, endureciendo sus pechos, haciéndola encorvar la espalda, para finalmente estallar en su conciencia a medida que sus dedos masajeaban su vagina de forma acelerada; Y cuando sintió la premura por el gozo pleno, introdujo su corazón y su índice en su sexo apretó los muslos contra ellos haciendo estallar las compuertas de su cordura y se dejó invadir por la marea inabarcable del orgasmo que vació su mente de todo menos de un nombre que jadeó anhelante en la soledad de la habitación: Arturo.

Abrió los ojos y Rómulo ya no estaba en la pantalla. Hacía varios minutos que un problema con la conexión la había desconectado de la red.

Allí sentada, con su cuerpo trémulo y tembloroso se preguntó qué hacía allí. Pero esta vez la respuesta llegó a ella rápida y nítida: Nada. Ni siquiera llegó a leer las últimas palabras de una fantasía imposible. Desinstaló el programa de mensajería instantánea y apagó el ordenador antes de volver a la habitación donde dormía plácidamente su amante.

- Te quiero - le susurró al oído aún sabiendo que no la escuchaba. Y se abrazó a él hasta que al día siguiente, los primeros rayos de sol les encontraran el uno junto a la otra, por muchos años venideros.