jueves, 17 de enero de 2008

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Las fabulas de Mr Roboto: Los alegres cabritillos

Hace mucho, mucho tiempo, vivian en un verdoso valle, cinco pequeños cabritillos, amiguetes todos ellos, que pasaban sus ociosas tardes cantando y brincando de acá para allá. Sus nombres eran: Gustav, Arnaldo, Sinfora, Galatea y Pedrusco, un cabritillo que habia llegado recientemente al pueblo, gracias a un programa de intercambio de estudiantes.

Una tarde, tras un día especialmente duro en la escuela de cabritillos, Arnaldo, el chuleta del grupo, propuso dejar de lado el tradicional pasto en el verdoso valle, para adentrarse en el misterioso bosque del señor Gibbons, donde, se decia en las tascas del pueblo, el que entraba no volvía a salir.

Sinfora y Galatea, las más sensatas, se negaron en redondo; pero ante la presión de Gustav y de Pedrusco, el cual estaba muy bueno, y al que querian impresionar; se vieron arrastradas a las profundidades del bosque.

Una vez que el cielo sobre sus cabezas fue cubierto por un manto de frondosas ramas y se vieron rodeados de árboles y más árboles, suspiraron aliviados. Ya veis que esas historias que se cuentan, no son más que habladurias para que no disfrutemos de esta hierba de primera, dijo Arnaldo mientras mascaba una deliciosa flor.

Los demás asintieron complacidos por el banquete del que estaban disfrutando. De pronto, Predusco se volvió blanco, más blanco de lo que era y se atragantó. ¿Qué te pasa Pedrusco?, preguntaron los cabritillos, sentados frente a él.


De pronto, un estruendoso rugido rasgo el aire, inyectándose en la mente de los cabritillos. Detrás de unos arbustos, surgió un lobo gigantesco, con los ojos inyectados en sangre, y una curiosa cresta negra.

Los cabritillos corrieron de inmediato hacia el valle, sorteando piedras y arboles. El lobo se acercaba más y más a Gustav, que se habia dado un atracón de hierba. Ya casi estaba dentro de las fauces de su perseguidor, cuando este tropezó con una enredadera, dió una vuelta de campana, y se incrustó contra un árbol.

No pararon de correr hasta que llegaron a sus casas, de las que no salieron en un buen tiempo.

Moraleja: A veces la buena hierba, nos puede dar un buen susto.


Cuento este rollo, para no ciscarme en los respetables ancestros de los causantes de que conectarse a internet sea toda una aventura y para no faltar al respeto a las venerables madres, responsables de tirar al mundo a esos perfectos cabritos que pagan lo justo a unos técnicos que echan más balones fuera que Iker Casillas una tarde de Domingo.

domingo, 13 de enero de 2008

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Iniciación

Cuando terminó de perfilarse los labios, se miró en el espejo. Quería estar perfecta aquella tarde. El sucinto examen visual le sirvió para encontrar un par de pequeñas imperfecciones en su piel, que se apresuró a ocultar con maquillaje. Se miró de nuevo; de la cabeza a los pies. Se hubiera besado en aquel momento. Tendría que haberse atrevido antes a vestir con minifalda, aunque la blusa semitransparente y los tacones de aguja le daban un aspecto de...

- Parezco una zorrita- sonrió para sí.

La alarma de su reloj comenzó a sonar. Debía salir ya de casa si quería estar puntual. Él le había insistido mucho en eso. Como no conocía muy bien la casa a la que tenia que ir, había llamado a un taxi, pero se estaba retrasando. Los nervios se apoderaron de ella. Cada movimiento del minutero era como una daga que se clavaba en su corazón. Pensaba en lo hortera de la metáfora, cuando escuchó un claxon. ¡¡Al fin!!

Sintió cómo la mirada del taxista se clavaba, esta vez sin horteradas, en los pezones que despuntaban duros por el frío de la calle, bajo la blusa, pues él había insistido también en que no llevara sujetador.

Durante todo el trayecto, el conductor dirigió miradas furtivas a su entrepierna, con la esperanza de ver algo más jugoso que la lasciva insinuación de sus pechos. Más de una vez pensó en abrir levemente las piernas para que se deleitara con la carnosidad de su sexo; sólo pensarlo humedecía su ser, pero no llevaba ropa interior, así que el recato pudo más que el deseo por exhibirse.

El taxi la dejó frente a la puerta. Miró su reloj, nerviosa, pero había llegado con cinco minutos de adelanto. Suspiró aliviada y llamó al timbre. Tomó aire con fuerza para relajarse. Nadie abrió. Volvió a llamar con el mismo resultado. Echó un vistazo por la ventana de al lado, pero las cortinas estaban echadas. Miró de nuevo la hora. Había quedado con él ese día, debería estar allí.
Sin saber muy bien qué hacer, esperó. Finalmente, a la hora exacta a la que habían quedado, la puerta se abrió a sus espaldas. Al darse la vuelta, le vio de pie en la entrada. Su expresión dura, la mirada congelada y los brazos cruzados sobre su pecho.

- Pasa - le dijo antes de darle la espalda y adentrarse en el salón.

Le siguió desconcertada, preguntándose si aquella frialdad era normal. Cuando le conoció semanas atrás, le había parecido una persona encantadora, amable en el trato y de verbo fácil; en sus numerosas citas no había cambiado lo más mínimo y sin embargo ahora... incluso percibía algo de enfado en su actitud.

Cerró la puerta con cuidado y se dirigió hacia el centro de la amplia habitación, donde él la esperaba.

- Me has desobedecido - le espetó sin más.

- ¿Yo?, pero si incluso he llegado antes de lo que me dijiste - replicó sorprendida.

- Punto número uno, a partir de ahora me hablarás de usted. Me tratarás como tu amo y señor siempre que yo te dé permiso para hablar. ¿Lo has entendido?

- S-s-si amo - respondió nerviosa. Habían hablado de lo que seria aquella sesión, pero una cosa era hablar y otra sentir la dureza que despedía su voz.

- Punto número dos, cuando te ordene algo, lo harás a rajatabla. Si te digo que te pongas de cara a la pared, lo harás sin rechistar; y si te digo que vengas a las doce en punto, quiero que vengas a las doce en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos.

Se sintió desfallecer. Le había fallado a la primera. Al menos, se consoló, había sido en algo sin apenas importancia. Algo le decía que de haber llegado tarde, si que hubiera tenido "problemas".

- Punto tres, cada falta tendrá su castigo. El tuyo comienza ahora. Ponte a cuatro patas.

El corazón se le aceleró, mientras su mente se debatía a medio camino entre el incipiente deseo que surgía en su bajo vientre y el miedo a lo desconocido, que se acentuó aún más cuando le dijo que le siguiera al sótano, sin abandonar la posición en la que se encontraba.

Al bajar las escaleras, en lugar de una lavadora, trastos viejos y ropa repartida por un suelo polvoriento, encontró una cuidada... sí, podría definirla como una mazmorra que bien podría haber formado parte de un castillo francés del siglo XV.

Las pétreas paredes estaban cubiertas por todo tipo de extraños artilugios, entre los que pudo reconocer, consoladores de todo tipo, fustas, antifaces, esposas... aquel despliegue de fetichismo la sobrecogió, pero el calor que sentía en su interior iba creciendo a medida que los minutos pasaban y no precisamente por el ambiente de la mazmorra, tan frío como se lo había imaginado al verlas en las películas, y que hacia que el bello de su piel se erizara hasta dolerle.

En una de las paredes, se erguía una enorme cruz con una extraña forma que le resultaba familiar. Recordó sus noches en vela buscando información por Internet, poseída por el ansia de conocerse a si misma y desarrollar su condición; las descorazonadoras fotos de jóvenes a las que no se veía disfrutar,los fríos manuales de dominación, los estimulantes relatos que habían provocado que más de una vez terminará la velada explorando sus entrañas con apasionada furia...

- Esto es una cruz de San Andrés. -dijo él, como si le hubiera leído el pensamiento.

Su amo se encontraba junto a ella. En sus manos sostenía una fina venda negra; a juzgar por su textura, de seda.

- Desnúdate. Puedes ponerte de pie si quieres.

Lentamente se fue deshaciendo de las prendas que cubrían su cuerpo, y colocándolas en una pequeña mesa que su amo había colocado para ello. Una vez estuvo desnuda, se dispuso en posición de examen: piernas abiertas, manos a la espalda y la mirada apuntando al suelo, tal y como había visto en más de un vídeo.

Le pareció sentir cómo su amo sonreía satisfecho. Puede que fuera producto de su deseo por agradarle, pero eso no le importó. La euforia por saberse haciendo algo que llenaba su existencia, la inundó, acrecentando aún más el deseo que crecía en su interior y que amenazaba con desbordarse ante la mirada impertérrita de él.

Con un gesto seco, la cogió por el antebrazo y la dirigió a la cruz, donde la ató fuertemente, lo que generó un movimiento automático de pequeña resistencia, que su amo aplacó con un beso largo y profundo, donde su lengua degustó la dulzura de sus labios.

Aún jadeante por el prolongado beso, la privó de su visión, con la venda negra que sostenía minutos antes.

No veía nada. Apenas podía oír el aliento de su amo cerca de su cuerpo pues la venda tapaba sus orejas; además, el contacto con la fría madera, la había insensibilizado ligeramente; por lo que pasados los minutos, le pareció que se encontraba en una burbuja sensorial.

Puesto que no podía percibir nada, su imaginación tomó el relevo de su conciencia. Estaba desnuda, atada a la pared, totalmente a merced del hombre que había conquistado su voluntad en apenas unos días, que había iluminado las partes oscuras de su alma y que, esperaba, la guiaría a través de ellas.

Se preguntó qué le haría a continuación. Por sus piernas abiertas comenzaba a deslizarse el jugo de las pasiones vividas hasta el instante. Sintió algo de pudor e intentó juntar sus muslos sin éxito. Imaginó uno de los muchos consoladores de la estancia, llamando a las puertas de su sexo, echándolas abajo en caso de no recibir respuesta, y penetrando hasta lo más profundo de la carnosa sala hasta alcanzar el trono del placer y aplastarlo con frenesí para arrancar oleadas de placer de su cuerpo y hacerla gritar de placer suplicando más de aquella deliciosa tortura.

Pero pasaban los minutos y no llegaba aquél ataque de pasión por el que su cuerpo se retorcía en aquella fría cruz, que poco a poco iba siendo calentada por el furor de su entrepierna, que había descubierto que la incógnita menos deseada puede ser más placentera que el encuentro carnal menos querido.

¿Estaria su amo examinándola con detenimiento, deleitándose con el terso cuerpo que se le ofrecía, para elegir qué parte de él hacer suyo? o ¿acaso estaría preparando un escenario más propicio para dar rienda suelta a su lujuria, mientras contemplaba gustoso su cuerpo entregado?

No, eso no. Le pareció sentir la lengua juguetona de su amo, delineando sus piernas, de los finos tobillos a los suculentos muslos aliñados con la abundante esencia que expelía su sexo al sentir cada lametón, cada roce de los labios de su señor contra su piel, sugestionada para amplificar la más mínima sensación de placer.

Pero la sensación resultó falsa, no así las palpitaciones de su sexo, que a esas alturas ya actuaba como si estuviera siendo horadada por el carnoso ariete que tanto deseaba sentir vibrar dentro de ella, compartiendo su pasión, mientras sus senos fueran cubiertos por los delicados besos de su amo.

Comenzó a gemir sin cesar, mientras sus piernas se retorcían lejos del control de su mente, intentando sacar mayor provecho al orgasmo que había nacido en su imaginación, para ir a morir en su vagina, hinchada y húmeda como la lengua de su amo, que, ¡¡esa vez si!! se apoderaba de su clítoris para beber hasta la última gota de lujuria que desprendía.

Sus violentos espamos a punto estuvieron de tumbar la pesada cruz, pero esta estaba bien sujeta, así que lo único que ocurrió, fue que se magulló levemente las muñecas, sobre las que descargó el peso de su cuerpo, al abandonarle las fuerzas y la fuerza arrolladora del clímax.

Su amo la apoyó sobre él, mientras la desataba. La sentó en una silla y dejó que se recuperara mientras él subía en busca de algo que quería mostrarle.

Permaneció allí sentada diez largos minutos, en los que reflexionó sobre lo que le había ocurrido. Pese a ser joven, su experiencia sexual era dilatada, pero jamás se había corrido sólo con imaginarse una situación excitante. Puede que fuera la ambientación o su recién descubierto papel...

En ese momento volvió su amo. La hizo ponerse en pie. Delicadamente rodeó su cuello con sus fuertes brazos, y le colocó un bonito collar de tela esmeralda, con su nombre bordado en oro.

- Llevarás este collar siempre que estés conmigo. Te has portado muy bien hoy. Ponte de rodillas.

Lo hizo sin rechistar, henchida de orgullo por el obsequio recibido. No se limitaría a llevarlo ante su presencia, lo usaría siempre. Con la entrepierna de su amo frente a su cara, no hizo falta que este le ordenara nada, para bajar su cremallera y dejar en libertad el anhelado falo, hinchado en espera de las atenciones que en breve recibiría de los deliciosos labios de su sumisa.

Comenzó lamiendo desde la base hasta la punta, lentamente, disfrutando de las sensaciones que causaban en su amo. Sin esperarlo, este agarró fuerte su cabeza, e introdujo su pene en su boca hasta el fondo de su garganta. Como pudo, acomodó su lengua a la situación y comenzó a lamer el tronco sin cesar, mientras este se deslizaba en su boca con un ritmo tan frenético que no tardó en descargar toda su simiente sobre su cara.

- ¿Ves esa puerta de allí? - le preguntó su amo mientras señalaba la pared de su derecha - ahí tienes una ducha. Cuando te vistas, vete. Ya te llamaré.

Dicho lo cual, subió las escaleras, dejándola desnuda, cubierta de semen y algo decepcionada por cómo había terminado todo. Se aseó y se vistió rápidamente pues debía atender otros asuntos, y al salir de casa no miró hacia atrás; de haberlo hecho, podría haber visto a su amo, asomado a la ventana sonriendo satisfecho.

sábado, 12 de enero de 2008

El juglar y su canción

A través del continente Otto Coldner sonriente, los pueblos de amor inundó y con meticuloso esmero, su libro de historias llenó. Mas pronto los aldeanos, de historias de amor se cansaron y de un pueblo lo expulsaron con su cuento abucheado y vacio su jubón.

Bajo la sombra de un pino, lejos de pastores asesinos, Otto se repantingó y bebió un trago de vino de un pequeño porrón. ¿Por qué la masa iletrada que poco antes le adoraba, ahora la espalda le daba y negaba su canción?

Repasó su repertorio y pudo dar testimonio que mucho se repetia. Entre tanto buen rollito, incluso él se aburría. Decidió cambiar el paso, de su linea editorial, nada mejor para eso que volver a Karlsbaad. Su tierra natal y querida, repleto cada rincón, de experiencias ya vividas y algún que otro desamor. Allí donde él residió, inspiración encontraria o al menos descansaria de su ajetreada gira.

En el fangoso camino,no lejos de su ciudad, una mujer suplicaba con fulguroso brio, a un pobre hombre que triste, amenazaba arrojarse a un caudaloso rio.

- Vuelve a casa hermano pío, sal de esa maldita ria, no hagas una locura por esa zorra arpia.

- Alejaos querida Helena, pues nada me detendrá. Con este acto de locura, la deshonra quiero matar.

- No lo hagas aún hermano, corro al pueblo en busca de una mano amiga que tu desdicha pueda borrar. Luego la fulana de tu esposa, su crimen tendrá que pagar.

La mujer alejóse al trote, Otto curioso, se ocultó tras un cercano poste, para al hombre escuchar mejor.

- Una señal espero, del Señor del piadoso cielo, para seguir o renunciar. Pues si mi carne es débil, aún más mi voluntad.

Otto el muy cabrito, ávido de nuevas historias, vio su oportunidad, puso su mejor voz de pito y comenzó a declamar:

- Esa mujer no te quiere, en el rio te has de ahogar. ¿Por qué seguir viviendo, si para ella eres uno más?


El hombre desencajado, se metió sin respirar. Asustado braceó, cuando el aliento de sus pulmones se esfumó; demasiado tarde era para la salvacion postrera. Mas quiso la providencia, que en ese justo momento, caballero en su jumento, se acercara al rio a beber. En cuando vió al ahogado, el caballero bravo, al rescate se lanzó.

Pocos minutos después, tras luchar contra las aguas, en la orilla descansaban, seguros de cualquier revés. Curioso el caballero, le pregunto al rescatado, cómo en aguas tan tranquilas, por poco se había ahogado.

- Vereis buen caballero, alguien con malicia en extremo, me dió una puñalada trasera.

- Mil galones a que mujer era.

- Para vosotros pues. Con mi mejor amigo, me engañó una y otra vez. El desanimo me poseyó. Sobre mí se vino el mundo y negro todo lo ví. A este azulado rio decididido yo me fuí, pues a nadar de pequeño, ni de grande yo aprendí. Con el agua en las rodillas, dudé,pedí una señal al cielo, y en forma de voz la tuve. Un querubín alado, dió alas a mi tristeza y tonto de mí lo seguí. Una vez y bajo el agua, cuando la muerte yo ví, la belleza de la vida al fínal yo comprendí. Por tonterias como esa, no vale la pena morir, que mujeres a elegir, por centenares las hay.

Secos y más animados, caballero y rescatado, en el caballo montaron, rumbo al pueblo cercano a celebrar el renacimiento, del animicamente muerto, cornudo desesperado.

Otto los vió alejarse, con su alma algo más negra, habiendo hecho un gran mal. Pero lo importante sus historias eran, lo demás le daba igual.