sábado, 26 de mayo de 2012

La gente de Moriarty

Desafiando a la crisis y a las leyes del mercado que dictan que no puede haber un dentista que no haya nacido en la pampa o alrededores, una paisana ha abierto una clínica dental frente a mi balcón, desde el cual oteo las tardes y los escotes de las chavalas que pasan bajo él. Como quiera que mi fama se ha extendido por la comarca, ya solo transitan la calle las escasas turistas borrachas que se dirigen a la playa y alguna que otra exhibicionista de escaso pudor y aun más escasos años por delante. Sin embargo las tardes son largas y el aburrimiento pende colgado del canalón del tejado dispuesto a saltar sobre mi como una twitera en celo.

Por ello, últimamente me ha dado por observar largo y tendido un collage de fotos en la fachada de la mencionada clínica, con varios rostros sonrientes que enseñan dentadura por aquello de dar envidia y atraer a posibles clientes. Aunque me imagino que su fin será el de adornar pues nadie entra a la consulta de un dentista solo porque le guste su decoración.

El caso es que hace días que me llaman la atención un par de risueños rostros pertenecientes a una pareja madura, más maduro él que su compañera, con su pelo cano ensortijado en los dedos de ella, un toque pseudoerótico que no logro asociar al trabajo de un dentista... bueno quizás si me lo imagine pero mi forma de pensar es tan retorcida que no es representativa. Lo que si que espero es no ser el único perturbado que camina por ahí imaginandose la historia tras las caras anónimas que en los momentos ociosos se cruzan en mi vida.

Por eso me ha dado por pensar: ¿Serían pareja "dedos juguetones" y "pelo canoso" antes de la sesión fotográfica? ¿Fue el destino y un trabajo mal remunerado lo que les unió? Quiero creer que él es un actor aficionado, uno de tantos que, carente de la suerte o del talento necesario para triunfar en grandes producciones, debe aceptar trabajos esporádicos gracias a un físico en el que pensaba basar su éxito en la juventud, pero que ahora, pasados los años, solo le sirve para dar el tipo como maduro interesante en la cola de la pescadería.

Ella está ahí por casualidad. Tiene una amiga que conoce a un fotógrafo que necesita una cara atractiva y aunque la idea de aparecer por ahí en carteles o vallas publicitarias no le atrae, si la de ganar algo de dinero con la que darse un pequeño capricho.

Quiero creer que ambos se conocieron en el estudio donde se iba a realizar la sesión de fotos y por aquellas leyes insondables de la química humana, se sonrieron más allá de la sonrisa. Aquel gesto fue captado por el fotógrafo, o mejor dicho, el artista, no conviene llamarlo de otra manera, les han advertido en la agencia. Y este decide convertir dos retratos solitarios en una pareja poco ortodoxa. Tal vez físicamente desentonen un poco pero quien vea esa sonrisa quedará atrapado por ella. Les indica que junten sus caras, no necesita decirles que sonrían. Le pide a ella que sea más natural y esta, acerca su mano al cuello de su compañero mientras escruta el rostro del artista en busca de aprobación.  No la recibe pero el flash salta continuamente. Llega un momento en que se deja llevar y acaricia distraida el pelo de él. No ha pensado el gesto, no quiere evitarlo.

¡Perfecto!, grita el artista que pulsa el botón que acciona la cámara que explota el flash y capta el instante perfecto en un solo momento atemporal. La foto ha salido bien. El fotógrafo da por finalizada la sesión satisfecho. Es el momento de separarse pero ninguno da el paso. Remolonean en la entrada del edificio hasta que uno de los dos invita al otro a una copa.

Quiero creer que el amor se extiende más allá de la foto de 45x70 que adorna una fachada y que en algún lugar, en este mismo momento ella acaricia su pelo blanco y se sonríen el uno al otro en lugar de a un puñado de viandantes con caries.

Por eso, si alguna vez camináis por una calle del sur y veis una clínica dental con la foto de un hombre de pelo cano y una mujer con dedos juguetones, entrad y habladle a la dentista del chaval que enfrente, sentado en su balcón, espera una pequeña comisión por haberle conseguido clientes.