viernes, 21 de diciembre de 2012

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Llegado el día

El tercer pitido del despertador le avisó de que las 7 de la mañana del 21 de diciembre de 2012 había llegado. Llevaba despierto unos minutos. No había podido dormir por los nervios que le producía la jornada que tenía por delante. Se paseó por su piso, sin decoración navideña mientras comía algo y se arreglaba de manera informal.

Cuando terminó de vestirse cogió la libreta donde había apuntado todo lo que quería hacer en ese día, la metió en su mochila y antes de salir a la calle, se miró en el espejo por última vez. Nunca mejor dicho pensó mientras daba un portazo tras de si. Primera acción realizada de la lista: joder a los vecinos. Había sido una chorrada pero ya se encargaría de que no quedara solo en eso.

En la escalera, entre el 7º y el 6º piso se encontró con la señora Remedios, que bajaba los escalones con lentitud, temerosa de resbalar y romperse por tercera vez la cadera. Durante diez años se la había encontrado bajando las escaleras en los momentos en que, casualidades de la vida, tenia más prisa por llegar a un sitio, y como la anciana, de considerable volumen torácico, se negaba a ser adelantada, tenia que esperar pacientemente a que esta alcanzara la calle. Había llegado tarde a su primera entrevista de trabajo, al bautizo de su sobrino, a una cita con su ya ex-novia en la que iba a conocer a sus padres... con todos estos recuerdos gritándole en su mente se acercó silencioso a la vieja y antes de que esta se percatara de su presencia, le propinó una patada al bastón en el que se apoyaba con tal violencia que la señora Remedios perdió el equilibrio y cayó rodando los 14 escalones que la separaban del descansillo del 6º, donde finalmente se detuvo. La sorteó de un salto sin mucho esfuerzo.

Antes de dejar el edificio llamó a todos los timbres del bloque y cuando se cercioró de que todos sus vecinos se encontraban a la escucha gritó: ¡Hijos de puta! antes de perderse entre la multitud que atestaba las calles. Durante muchos años se habían negado en las reuniones de la comunidad a poner un ascensor.

Su primera parada era la oficina donde trabajaba. Había conseguido un puesto de becario en una consultora informática un par de años antes y desde entonces había ido tras su superior para que le hiciera un contrato normal, aunque fuera de mileurista. Pero siempre le decía que estaba estudiando su propuesta. Si debiera examinarse de ella, su jefe sacaría matricula de honor con los ojos cerrados.

Dio los buenos días al conserje, acompañados de una propina de 50 euros, todo lo que tenia encima, como premio a su amabilidad, pues era el único que se dignaba a saludarlo y le trataba como una persona. Subió en el ascensor junto a Matilda, la secretaria de uno de los consejeros ejecutivos, una rubia explosiva que disfrutaba calentando a todo aquel que posara sus ojos sobre ella para luego rechazarlo con desprecio. En la 4ª planta se quedaron solos y en cuanto las puertas se cerraron y la cabina comenzó a subir, la acorraló contra una de las paredes y le metió la lengua en la boca hasta llegar a su garganta, en un profundo beso que la dejo sin saber que decir o hacer mientras él se bajaba en su destino.

Llegó a su cubículo, sacó un pendrive de la mochila y lo enchufó en su PC. Le había costado mucho esfuerzo y varios meses de estudio pero había logrado modificar un virus de gusano para que infectara y destruyera la red de ordenadores de su empresa. Ejecutó el código malicioso en su terminal y dejó que este hiciera su trabajo mientras él se dirigía al despacho de su jefe. Se encontraba en medio de una conversación telefónica que finalizo en cuanto  le colgó el teléfono de improviso.

- ¿Te has vuelto loco? Estaba hablando con el presidente de la compañía - rugió. Pero su furia se relajó para tornarse en terror al ver cómo sacaba una pistola de la mochila, junto con un fajo de folios que abanicó ante él.

- Estos son mis contratos de becario. Ahora se los va a comer uno a uno.

No necesitó darle más explicaciones. Reticente primero, pronto comenzó a devorar los papeles con fruición cuando le quitó el seguro al arma. En un par de ocasiones estuvo a punto de atragantarse pero consideró que era mejor morir ahogado que por un disparo. Cuando hubo acabado con todo, lo ató y lo encerró en el armario del despacho. Aquello le daría tiempo para salir del edificio sin que los de seguridad se abalanzaran sobre él.

Echó un vistazo a su monitor. Los iconos del escritorio comenzaron a derretirse rápidamente. Pronto en toda la sala sus compañeros se preguntarían unos a otros qué estaba ocurriendo con sus ordenadores. Estúpidos... Para entonces, él estaría muy lejos, concretamente camino de un restaurante de lujo que siempre había querido visitar pero que no se había podido permitir. Por el camino se topó con un mendigo que pedía sin mucha convicción una limosna con la que comprar algo para saciar su hambre. En lugar de darle unas monedas que por otra parte no tenía, le pidió que le acompañara. Por el camino el mendigo le contó su historia. Una historia tan típica que no se molestó en escucharla con atención. Algo sobre un negocio fallido, una familia que le rechazó y malas decisiones en general. No mencionó ninguna adicción destructiva que de seguro había jugado algún papel, pero ¿qué más daba? ¿quién era él para juzgar a nadie?

En el restaurante el maitre les miró con desprecio. Más al mendigo que a él, que no mereció más que una mirada de soslayo tratando de averiguar si se encontraba delante de un par de bromistas. El mendigo comenzó a dar muestras de nerviosismo y para evitar que la situación se descontrolara finalmente les colocaron en la mesa más apartada del local.

Pidieron los platos más caros, que no precisamente los más deliciosos y dieron carta blanca a la digestión con la copa de brandy de rigor. Él no bebía pero le pareció un buen momento para comenzar. Estaba asqueroso pero ingirió el líquido hasta no dejar una gota. Aquello le daría la valentía artificial necesaria para hacer su primer simpa. Aprovechó que el camarero había ido a buscar la cuenta para salir corriendo sin mirar atrás. Por fortuna el mendigo, acostumbrado a estas lides, se había olido la tostada y no había duda en salir corriendo tras él. Se hubiera sentido muy mal de haber dejado que el pobre hombre cargara con su falta.

Vagó sin rumbo, con la mente en blanco hasta que sus pies le llevaron sin buscarlo conscientemente frente a la casa de su ex-novia. Llamó al timbre pero nadie contestó. Quizás no estaba, pensó, aunque al llamar de nuevo creyó distinguir el movimiento de la cortina frente a una ventana del primer piso. Aquello le enfureció.

- ¡Ábreme Marieta! - gritó - Se que estás ahí. ¿Crees que no te he visto? Baja por favor.

No hubo respuesta. Volvió a llamar. Idéntico resultado.

- Maldita zorra. Huyes de nuevo. Huyes, repitiendo tu error. - ladró aporreando la puerta -  Pero claro, el estúpido fui yo por callarme, por no ir en tu busca para que me dieras una explicación, por dejar que te marcharas para evitarte más dolor. No es por ti, es por mi, me dijiste usando un asqueroso cliché. ¿Tanto te costaba decirme que yo no era como esperabas? ¿Que lo nuestro había sido una equivocación?¿Tenías que hacerme dudar de mi? ¿Destrozarme psicológicamente? Fuiste una cobarde, por no admitir tu error y tratar por cualquier medio de que yo te dejara. Hasta que al final lo conseguiste. Me hiciste sentir tan miserable que no podía ni mirarte a la cara cuando eras tú la que flirteabas con todo aquel que se te acercara. No te importaba que pensara que te estabas convirtiendo en una puta, lo único que querías era evitar enfrentarte a tu conciencia pasando por encima de todos, por encima de mi, la persona a la que supuestamente querías...

Arrojó la mochila contra la fachada. De ella surgió una lluvia de fotos de su ex desnuda que pensaba repartir en algún lugar concurrido, un centro comercial o la salida del metro como venganza por su despecho. En lugar de ello se marchó de allí con lágrimas en los ojos. Gilipollas hasta el final. El sol comenzaba a batirse en retirada y las sombras comenzaban a cubrir su ánimo. Ni siquiera se alteró cuando al atravesar un parque se topó con un atraco. No dudo en evitarlo golpeando con precisión al atracador. Los golpes no cesaron ni siquiera cuando este quedó inconsciente sobre el pavimento. El ensañamiento alarmó al atracado, que no tardó en llamar a la policía. La paliza no se detuvo hasta que una patrulla de la guardia civil se acercó al lugar. Consiguió verlos a tiempo de salir corriendo para evitar ser detenido.

Les dio esquinazo colándose por la puerta trasera de un rascacielos. Subió hasta la azotea y allí se escondió, sentado cara a cara frente al horizonte mientras miraba el reloj nervioso. Se había dejado muchas cosas de la lista por hacer pero le daba igual. El día llegaba a su fin y nada había ocurrido. El mundo seguía girando inalterable con sus pequeñas y dramáticas historias. Cuando dieron las 12 de la medianoche quedó claro que así seguiría siendo por mucho tiempo más. Sonámbulo, ido, consiguió volver a casa. Se metió en la cama y pensó de qué manera afrontaría la mañana siguiente; quizás quitarse la vida o continuar con la lista.

Rondando las 2 se quedó dormido lo que le pareció un instante, hasta que un ruido atronador le despertó en medio de la oscuridad. Su cama empezó a temblar, luego las lámparas, las paredes, el edificio entero. La tierra comenzó a resquebrajarse hasta que el planeta entero se partió por la mitad como una nuez aplastada con una piedra.

Eran las 6:59 de la mañana, 23:59 en México del día 21 de diciembre cuando la Tierra desapareció como un mal recuerdo en la eterna conciencia del universo.