viernes, 23 de noviembre de 2007

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Más alla del tiempo

Las últimas semanas habían puesto a prueba la fortaleza y la determinación del Rey Daniel. Una terrible maldición parecía haber caído sobre el reino. Diariamente recibía en audiencia a docenas de sus súbditos, aquejados de todo tipo de males: plagas, cosechas destruidas, asesinatos misteriosos...

Ver tanto sufrimiento, minaba la confianza del Rey. Por fortuna cada noche al volver al lecho matrimonial, podía confiar en que un simple abrazo de su amada Lady Carme, levantaría su ánimo, amen de otras partes de su cuerpo, que una vez animadas no pedían descanso hasta haber sido poseído el cuerpo de su dulce reina; pues no solía quedar todo en un tierno abrazo, a la ternura le tomaba el relevo la pasión, y rara era la noche que no yacían al pie de su cama los ropajes desgarrados por el frenesí de ambos, mientras los gruesos muros del castillo temblaban al son de sus fogosos cuerpos.

La vuelta a la sala del trono la mañana siguiente, era un jarro de agua fría, una vuelta a la dura realidad. De nuevo un campesino que había perdido todos sus bienes por una extraña granizada; otro alcalde quejándose de que el pozo de su pueblo había sido envenenado... sin embargo había algo extraño en el hombre encapuchado que tenia ante él. Por su aspecto pulcro y sus ademanes, no parecía ser uno de esos pobres hombres que solía recibir. Había algo en él que le ponía nervioso.

- Majestad - comenzó - me llamo Ralsun, mago de profesión y de los mejores si se me permite decirlo. Desde mi torre oscura, pude percibir los ecos del poderoso maleficio que asola vuestra tierra.

El tono de sus palabras puso en guardia al Rey, en cuya mente comenzaba a forjarse una sospecha, pero permitió que continuara hablando.

- Estuve varios días recorriendo la región a la espera de que alguien resolviera la situación, pero nadie ha sido capaz de hacerlo. Así que ofrezco mis servicios a vuestra majestad.

-¿Qué pides a cambio? - preguntó Sir Daniel

- Oh no mucho, sólo una cuarta parte de vuestra fortuna - respondió mientras se inclinaba teatralmente ante el trono.

Por ello, no pudo ver como el jefe de los espías reales, entraba en la sala y veloz, lo señalaba ante el Rey.

- Maldito - gritó este - jamás me falló mi instinto y mis espías me lo confirman. Tu y nadie más eres el que ha traído la desgracia ante mi ¿Y ahora te eriges como el gran salvador? ¡Guardias, a él!

De inmediato dos flechas rasgaron el aire en dirección al mago, pero este se desvaneció ante los incrédulos ojos de los presentes. Tras dar orden de que redoblaran la guardia, volvió a sus habitaciones. Necesitaba sentir el calor de su amada junto a su pecho, respirar el dulce aroma que desprendía, saborear sus labios...

En cuanto la vio de pie en la chimenea, su rostro se relajó y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Al percatarse de su presencia, ella le devolvió la sonrisa y se acercó solicita hacia él. Sus almas se entrelazaron como lo hicieron sus lenguas, en un intenso beso que parecía eterno. Se arrodilló ante ella mientras sus manos delineaban su estilizada figura. Levantó con cuidado la abultada falda de su amada; entre sus pliegues, esperaba encontrar los pliegues de su amor.

Se abrazó a las piernas de ella, mientras en la cara podía sentir la calidez de los muslos de Lady Carme. Sediento, se dirigió a la fuente de carne erigida entre ellos, para saciar la sed de amor que llevaba atormentándolo desde que se separara de ella al amanecer.

Presa de la lujuria, hizo suyo el vibrante clítoris que despuntaba entre los jugosos labios de su sexo. Su boca lo besó, lo aprisionó, lo dejó a merced de su lengua, que lo lamió sin cesar, lo que pareció gustarle a la dueña de sus atenciones pues gimió fuerte mientras sus manos apretaban la cabeza de su Rey contra su vulva para sentirlo contra ella, siendo devorada por la gula de Daniel, cuyos dedos acariciaban sus muslos, camino de la húmeda caverna que pedía a gritos ser horadada.

Lo hicieron suavemente. Mientras uno de ellos era cubierto por amorosos jugos en su camino a las entrañas de Carme, otro se posó sobre el clítoris, para masajearlo en círculos, cada vez más intensos, más y más...

Lady Carme tuvo que sujetarse en la repisa de la chimenea para no caer, pues las piernas comenzaban a fallarle, como preludio del intenso orgasmo al que las caricias de su amado le avocaban.

Este llegó de improviso, en forma de lengüetazo prolongado y profundo, que abrió su sexo y las esclusas de un placer infinito que recorrió su cuerpo entero, haciéndola jadear sin control.
Relamiéndose, Sir Daniel salió de entre sus piernas, la miró con satisfacción y la besó con toda la dulzura que fue capaz de reunir.

Carme cogió de la mano a su caballero para llevarlo a la cama y volver a sentir, esta vez juntos la dulce muerte que había disfrutado. Pero de pronto, la ventana de la habitación se abrió de par en par. Un viento gélido apagó el fuego de la chimenea y las luces que pendían de las paredes, quedando todo a oscuras.

Cuando la luz volvió segundos después, la encapuchada figura del mago Ralsun se alzaba en el centro de la habitación.

- Necio - gritó - debiste haber aceptado el precio. Ahora lo pagarás. Te condenaré al sufrimiento eterno.

Dicho esto, lanzó a sus pies una bola de cristal con humo en su interior. Al chocar contra el suelo, se partió en mil pedazos y el humo comenzó a envolverles rápidamente. En un instante, quedaron cegados por él. Sir Daniel sintió como la mano de su amada se deslizaba fuera de su alcance. Trató de agarrarla lo más fuerte posible, pero fue inútil, perdió el contacto con ella. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca. La negrura comenzó a inundarlo todo y un sueño antinatural se fue apoderando de él, hasta que perdió el sentido...

- ¡Arturo despierta!

Había vuelto a quedarse dormido en la oficina. De nuevo había soñado con extraños mundos repletos de princesas atrapadas en castillos, dragones y caballeros de brillante armadura. Fue una suerte que su compañero le despertara antes de que pasara a su lado el jefe de departamento. Su empleo pendía de un hilo, debido a sus frecuentes ataques de sueño.

El resto del día, procuró estar ocupado para no volver a quedarse dormido. A las seis en punto fichó a toda prisa, y volvió a pie a casa. Al pasar junto a un viejo bloque de edificios, le pareció escuchar la voz de una chica pidiendo ayuda. Se detuvo para confirmar que no habían sido imaginaciones suyas. Durante unos instantes no volvió a escuchar nada, pero justo cuando iba a continuar su camino, volvió a oírla. Miró hacia las ventanas del edificio. De una de ellas, en el tercer piso, comenzaba a salir un espeso humo negro.

Sin pensarlo dos veces, subió las escaleras. De una patada abrió la puerta. La ola de calor que lo golpeó, lo dejó sin aliento. El salón estaba en llamas. La chica, que le había escuchado, volvió a pedir ayuda. Estaba en su dormitorio, tumbada en el suelo, con una pierna atrapada bajo una estantería.

Sacando fuerzas de flaqueza, Arturo logró quitársela de encima, y con ella en brazos, salió a la calle a toda prisa. La sentó bajo un árbol, hasta que recuperó el aliento. Ella levantó la cara para darle las gracias. Sus miradas se encontraron y una extraña sensación de cercanía se apoderó de ellos por un instante.

- Me llamo Jimena - le dijo mientras le dedicaba la sonrisa más encantadora que hubiera recibido jamás.

Las dos semanas siguientes, las pasaron entre cenas y cafés. Primero como agradecimiento por haberla ayudado, pero luego, como el inicio de algo más allá de la amistad.

Aquella noche de domingo, ambos sentían que seria especial. No habían hablado de ello, pero cuando tras cenar, Arturo la llevó a casa, ella le invitó a subir y tomarse una copa. Él aceptó enseguida, con la sensación de que llevaba esperando ese momento durante mucho tiempo.

Un par de días antes, los operarios del ayuntamiento habían terminado de arreglar el piso de Jimena. El olor de la pintura fresca aun flotaba en el ambiente, pero Arturo sólo podía percibir el olor a menta de los labios de la chica, los cuales había probado en el ascensor durante el breve viaje, en el que habían explorado sus cuerpos con una pasión desbordante.

Se sentó en el sofá mientras ella se ponía cómoda. Cuando apareció en el umbral de la puerta con un sugerente salto de cama de raso, se quedó embobado mirándola. Ella se acercó al sofá cimbreando sus caderas para atraer la atención del hombre al que quería seducir.

Se sentó a su lado. Su rostro era un libro abierto donde podía leer las más lujuriosas páginas que albergaba su imaginación. Desabrochó su pantalón. Su pene saltó como un resorte al encontrarse libre para desarrollar todo su poder, cosa que hizo en cuanto las suaves manos de Jimena se posaron sobre él y lo recubrieron, sintiendo la delicadeza de su tacto.

En respuesta a sus caricias, el falo se tornó duro, macizo, y de un extremo empezó a manar timidamente, el liquido resultado de la excitación que le estaba sirviendo la experta mano de Jimena, que no cesaba de subir y bajar, mientras se besaban sin mesura. Sus lenguas exploraban cada centímetro de la boca del otro. Entraban y salían de ellas en aparente caos, con la necesidad de saborear al otro, sus labios...

Tan excitado estaba Arturo, que explotó sin previo aviso, antes de lo que hubieran deseado ambos, recubriendo la pequeña mano de Jimena de la simiente que tanto ansiaba para ella.
Se puso de rodillas frente a él. Se echó sobre sus piernas y comenzó a acariciar su pecho mientras introducía en su boca el moribundo miembro. Rápidamente desapareció en el interior de su boca. Su lengua no paró de circundarlo, lo rodeó, lo lamió con intensidad; evitaría que muriera a toda costa.

Sintió la mano de Arturo sobre su cabeza, mientras esta subía y bajaba, como el glande del miembro que estaba degustando y que estaba llevando a la locura a su amante.

Una vez el miembro se irguió en todo su esplendor, se levantó. Se subió al sofá, y se colocó sobre él mientras sus manos sujetaban el salto de cama, dejando al descubierto su bajo vientre y su cuidado pubis. Poco a poco fue descendiendo, hasta que a las puertas de su sexo, sintió la llamada del penetrante visitante, que ansiaba descubrir sus secretos más íntimos.

Apoyó sus manos en la pared y movió su cadera hacia delante, para que la verga de Arturo la penetrara profundamente, hasta lo más hondo de su ser. El placer la cegó y sus caderas no cesaron de moverse adelante y atrás, follándolo sin parar, mientras él devoraba sus pechos, acariciaba su espalda, hundía sus dedos en su pelo, hacia suyo su culo apretándolo con sus fuertes manos, ayudando a que la penetración fuera más intensa.

Su respiración se aceleró aún más si cabe.

- Me corro Arturo, me corro, me corroooooo - gritó al fin mientras cada fibra de su cuerpo vibraba al son de sus saltos. El placer que la tenia paralizada se intensificó, cuando sintió en sus extrañas el cálido semen que expelía el bullicioso pene de su amante, sobrepasado por las sensaciones y los estímulos que electrizaban el ambiente.

Entre jadeos y gemidos de satisfacción, imágenes del pasado volvieron a ellos. En un instante el salón se convirtió en una habitación medieval con fríos muros de piedra apenas calentados por las brillantes antorchas, que iluminaban la cama con dosel sobre la que se encontraban...

La visión sólo duró un instante. Pronto se encontraron de nuevo en la oscuridad del apartamento de Jimena, pero una verdad enterrada durante siglos, vio la luz de nuevo. La mirada de Arturo recorrió el cuerpo de Jimena hasta llegar a sus brillantes ojos.

- Lady Carme...

- Sir Daniel....

Sus lágrimas de alegría bañaron sus temblorosos cuerpos, abrazados como un solo ser.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Y la vida sigue...

El tibio sol de octubre calienta mi piel; cosa bastante rara porque estamos a finales de noviembre. O el cambio climático hace de las suyas o alguien me ha cambiado el calendario sin darme cuenta, cosa que entra dentro de lo posible, puesto que tengo el mismo calendario Pirelli desde hace más de siete años y no me suelo fijar mucho en las fechas precisamente.

Hace poco que ha amanecido. Decidí recorrer a pie, el camino que antaño realizara a diario, con destino a la biblioteca.

Un par de minutos despues de haber comenzado la caminata, me encuentro ante las puertas del colegio de pago del barrio. A traves de ellas, puedo ver en el patio a un grupo de adolescentes, que intentan aplacar sus bulliciosas hormonas, jugando un partido de baloncesto. Me quedo unos instantes contemplándolos, hasta que veo una cara familiar, la del chaval al que dí clases durante un tiempo.

Parece que ha pasado un siglo desde que sus padres decidieron prescindir de mis servicios. La verdad es que no los culpo, pues pasábamos las horas hablando de videojuegos y comics. Lo que más siento de que me despidieran, fue que me quedé sin saber como termina Naruto....

Sintiendo en mi bolsillo el peso del dinero que podria haber ganado como profesor particular, continuo andando. A sólo un paso, se encuentra mi antigua casa, cuyos muros me vieron crecer; ahora ven a un grupo de porteños que vienen y van. Últimamente los argentinos son como los petisos de Jan, mires donde mires, allí hay uno divagando sobre el existencialismo o Maradona.

Llego a la biblioteca disfrutando de aquellos pequeños rincones que esconden tantos recuerdos, como aquella academia que enseñaba español a extranjeros, que quebró al poco tiempo. Normal, aquí no hace falta saber el idioma para desenvolverse.

Al atravesar la puerta del edificio, me recibe la nueva bibliotecaria morena, no con una sonrisa como solia hacerlo la pelirroja, sino con un gruñido en el que creo entender algo así como: "¿Has traido ya los libros?" El bibliotecario gay intenta apaciguarla mientras me dedica una caida de ojos, que no por esperada, deja de turbarme menos. La bibliotecaria morena es más guapa, está más buena y viste mejor que su predecesora, pero es más borde que la cola de un Airbus.

Paso a la sala de lectura. Hay cosas que nunca cambian. El mismo ejemplar de MAN de junio pasado, da vida a la mustia estanteria. Si hubiera intentado cogerla, no hubiera podido, pues está pegada a la madera. No importa, la habré leido veinte veces ya (lo de leer es un decir)

Me decido por el nuevo número de Marie Claire. Hay que estar al día de las tendencias que se llevaran el próximo verano (Chicas, desenterrad vuestras pamelas)

Cuando llevo un rato leyendo, noto una mirada clavada en mi frente. Levanto la vista y mis ojos se cruzan con los de una rubia cuyo rostro no me es del todo desconocido. Vuelvo a un artículo sobre chinas (las mujeres de China), vuelvo a sentir esa mirada y vuelvo a mirarla. Entonces caigo en la cuenta. Es una antigua conocida del autobús universitario por la que bebí los vientos años ha.

Para ella, yo sólo fui un chico con el que charlaba en el bus todas las mañanas, pero para mi, fue un buen par de tetas y un culito respingón (hay que ser sinceros) atributos que apenas se reconocen bajo un horrendo chandal reflectante a juego con anillos, pendientes y cadenas de oro que le confieren un look tribal.

Hablamos un rato, lo suficiente para agradecer que nunca se fijara en mí. Termino la conversación antes de tiempo, otros asuntos requieren mi atención; pero antes de salir, me fijo en un pequeño cartel junto a la puerta. En una semana, la biblioteca cerrará para mudarse a un nuevo edificio. Será más grande, estará más cerca de mi casa, pero no será lo mismo.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Anoche fui... un soldado de Cobra

Si alguien me preguntara: ¿por qué decidiste alistarte en la malvada organización criminal liderada por el Comandante Cobra? yo le respondería: por los pequeños detalles.

Porque visto desde fuera, puede parecer una fría e impersonal maquinaria que subyuga al individuo, pero una vez que te enfundas el uniforme azul marino, te das cuenta de que has entrado a formar parte de una gran familia, en la que todos nos ayudamos.

El sueldo no está nada mal, doce pagas más las extras, además de un completo plan de jubilación; tenemos un mes de vacaciones y te puedes sacar el carnet B1 gratis y el de Cobra flight pod a la mitad de precio. Además podrás ver mundo mientras intentas destruirlo, el sueño de la infancia de todo niño.

Alguien puede pensar: "Bueno, todo eso está muy bien, pero matar gente no es lo mio" Bien, no tienes excusa, porque no es necesario disparar a matar, es más, es obligatorio disparar cuatro metros por encima del enemigo y destrozar todas los objetos que se te crucen por el camino, un sano ejercicio para librarse del stress. Y si lo que te preocupa es morir, olvidate de eso, podrás ir a pecho descubierto, que los de GI JOE, no te tocarán un pelo. Tenemos el mismo sindicato.

Si estás pensando en inscribirte, una última ventaja más: después de cada derrota, el comandante pone a nuestra disposición un completo equipo de psicólogos, que nos ayuda a canalizar nuestra ira y frustración.

Así que no te lo pienses más y alístate en el ejército del Comandante Cobra. (quedan pocas plazas)

jueves, 15 de noviembre de 2007

Roy, Elfo farmacéutico: Roy pierde el juicio

Llevaban varios minutos bordeando el lago y aún no se habian acostumbrado al brillo cegador de sus aguas. Bolita, sin haberse repuesto del todo del desmayo, intentaba seguir el paso del elfo, pero las largas zancadas de este eran inabarcables para sus pequeñas extremidades.

Tras maldecir a Trevor por enésima vez aquel día, echó a correr tras la bata blanca de Roy. No muy lejos de allí se erigia un humilde embarcardero, en cuyo extremo se podia distinguir una pequeña balsa. Justo lo que necesitaban para cruzar el lago.

A medida que se acercaban, notaban algo extraño. Aquello estaba muy desierto, y el suelo se iba haciendo más y más rojo según se iban aproximando a la pasarela de madera. Estaba cubierta de sangre.

- Puede que aquí también llegara la lluvia de ayer - sugirió Bolita.

- A no ser que cayera formando un reguero que lleva hasta esa cabaña y formara la palabra: auxilio, dudo mucho que fuera la lluvia - dedujo Roy mientras se dirigia hacia el bote con precaución. Le echó un breve vistazo y puso el pie sobre él.

- Maldita sea, aqui tambien hay sangre - murmuró asqueado mientras intentaba limpiarse la pernera del pantalón. - en cualquier caso no tenemos otro medio para cruzar, ¿Y si lo cogemos?

Bolita retrocedió aterrado.

- Es una barca impura, mi religión me impide cogerla hasta dentro de 3 días.

El elfo decidió no hacer caso de las supersticiones del enano, y fue hacia la cabaña de la orilla, en busca de algo para limpiar la barca. Pero no pudo entrar en ella. El cuerpo sin vida de un hombre de mediana edad le cerraba el paso.

Ante su visión, Bolita hizo ademán de volver por donde habian llegado, pero entonces recordó a los bandidos samurios, por lo que se metió corriendo entre las piernas de Roy, que a punto estuvo de perder el equilibrio. Por suerte pudo apoyar sus brazos en el torso peludo y firme de un ....

- ¡Roy! - gritó Bolita - ¡Roy! Es un mon.... Es un mon.....

- No Bolita, no es un monstruo. Los monstruos no existen. Debe ser alguna especie no catalogada aún por mi hermandad. No recuerdo haber visto un ejemplar así en mis apuntes de zoologia.

El animal sobre el que estaba apoyado, tenia cuerpo de humano, de un humano peludo al menos, pero donde debiera haber un par de brazos frondosos, se retorcian dos gruesos y viscosos tentáculos, que junto a su inmensa estatura (no bajaria de los tres metros) le conferian un aspecto aterrador.

- Aléjate Roy, ¡puede matarnos!

- ¿Qué dices? ¿No ves que es rosa? Nada rosa puede ser malo.

- ¿Ni siquiera una espada pintada de rosa? - titubeó el enano.

- De alguien que portara una espada así, solo podrias esperar que te abriera las puntas y te hiciera la manicura.

Intentaron comunicarse con él en todos los idiomas conocidos, pero el gigante les respondía con una inmensa sonrisa.

- Es como si hubiera inhalado de esos polvos tuyos - observó Bolita.

De pronto, un murmullo que iba acrecentándose acabó con el silencio que dominaba el lugar. Parecia provenir de un pequeño bosquecillo al este del embarcadero. Las ramas de los arboles comenzaron a moverse furiosamente. Parecia que algo iba a salir de allí de un momento a otro.

Una turba de aldeanos se encontró con un monstruo tentacular, al que acariciaba un elfo con un enano entre las piernas, a sólo un par de metros de un cadaver...

- Esto no es lo que parece - acertó a decir el enano.

Sin saber muy bien cómo, los habian metido a los tres en una jaula, y los transportaban al cercano pueblo de villa diamante, para ser juzgados por asesinato e intento de secuestro de la hija del panadero.

- Un momento, un momento. Yo no he matado a nadie, y mucho menos he secuestrado a la chica esa - repuso indignado el elfo.

- Eso tendrás que contárselo al juez mañana. - le espetó uno de los fornidos guardias de la ciudad, mientras los llevaban de camino a sus celdas.

Pasaron la noche en el calabozo del juzgado, en espera del juicio. Cuando amaneció, un pelotón de guardias fuertemente armados, los escoltaron a la sala del tribunal. Las gradas para espectadores, estaban repletas de gente. Nadie del pueblo queria perderse el juicio-espectáculo que iba a llevarse a cabo.

Se pusieron en pie cuando entró el juez: un anciano de aspecto severo y una cresta de pelo albino en su cabeza. Tras echar un vistazo a la sala, golpeó con el mazo la mesa y dió comienzo la sesión. Cogió un grueso informe y comenzó a leerlo.

- Señores Roy y Bolita.... con esos nombres son sus padres los que deberian estar aquí y no ustedes....

La gente le rió la gracieta al juez, sabian muy bien que no hay que hacer enfadar a un punky octogenario.

- Como decia señores, ante la imposibilidad de encontrar un abogado dispuesto a defenderles, me veo obligado a dividir el juicio en dos partes. En la primera, juzgaremos a ese monstruo rosa, viejo conocido del pueblo. Ustedes serán los abogados defensores. Una vez hayamos obtenido un veredicto, será su turno.

- ¿Y quién nos defenderá a nosotros?

El juez pareció darse cuenta de que algo no funcionaba bien, pero sólo lo pareció.

- Bien, para hacerlo más corto. Si aquí el monstruo es encontrado culpable, ustedes también. Señor fiscal, haga el favor de exponer los hechos por favor.

- Con la venia señoria. En el vigesimoquinto dia de vendimiario del presente año, Helena, hija del panadero local desapareció en extrañas circunstancias cuando iba a recoger flores. Horas despues, se formó una partida de busqueda que peinó los alrededores. Cuando se dirigian al embarcadero, se toparon con los acusados en actitud extraña, junto al cadaver de uno de nuestros ciudadanos....

Roy se levantó como un resorte.

- Protesto señoria.

- A ver ¿qué quiere?

- El interfecto...

- Por favor, está muerto, no tiene por qué insultarle más - le interrumpió el juez.

- El cadaver, no vivia en esta ciudad.

- ¿Cómo puede probarlo?

- A pocos metros de la cabaña del embarcadero, se podia leer "auxilio" escrito con sangre de la victima. Es de suponer que fue él mismo quien lo escribió antes de morir.

- ¿Y?

- Señoria, solicito que se reparta a cada persona de esta sala una tablilla y escriba "auxilio" en ella, por favor.

Extrañado, el juez aceptó la petición. Media hora despues, las tablillas descansaban sobre la mesa de los acusados.

- Veamos qué tenemos aquí, Bolita, si haces el favor....

El enano, suspiró con fuerza y comenzó a leer:

- Ausilio, auxsilio, socorro, auzilio..

Roy volvió a tomar la palabra.

- Teniendo en cuenta que estas son las respuestas del juez, el alcalde, el maestro del pueblo y el redactor jefe del periódico local, no hace falta añadir más. Ni uno sólo de los habitantes de este pueblo, sabe escribir correctamente auxilio. Prosiga señor fiscal.

Mientras este narraba como habian sido capturados y cómo habian encontrado a Helena en el camino del bosque, Bolita preguntó sorprendido cómo lo habia adivinado.

- Muy fácil - respondió Roy - el juez está leyendo el informe al reves.

El mazo del juez retumbó en la sala.

- Bien, puesto que el muerto no era de aquí, el caso queda sobreseido, pero todavia queda lo de la hija del panadero.

Con un gesto, hizo llamar a Helena. El silencio se hizo en la sala, cuando una esbelta joven de cabellos pajizos y tez rosada, avanzó por el pasillo central hasta el estrado.

- Señorita Helena, puede decirme usted, ¿donde se encontraba la tarde de ayer? - preguntó el fiscal.

El monstruo contempló embobado cómo contestaba la chica.

- En el bosque.

- ¿Y se puede saber qué estaba haciendo allí?

- Recogia flores, cuando apareció ese monstruo y me aterrorizó.

El fiscal la miró perplejo por encima de sus gafas.

- Luego estaba aterrorizandola a usted, por lo que no podía estar en otro lado matando a ese hombre.

- Así es - contestó timidamente.

- Sabe señorita, hay algo que no me cuadra. Si ese monstruo me aterrorizara, no lo miraria con ojos de cordero degollado como lo está haciendo usted en este momento.

- Bueno, es que no me asuste mucho.

- En qué quedamos, ¿La aterrorizó o no la asusto?

- Yo...

- ¡¡¡Responda!!! - gritó el fiscal. La voluntad de Helena se quebró y un torrente de palabras surgió de su boca.

- ¡¡¡Está bien, lo reconozco, me estaba cortejando!!! Lo conocí hace unos meses mientras cogia setas. Se llama Stenton y es mudo.

- Un momento - gritó el panadero desde el fondo de la sala - si no puede hablar, ¿cómo te cortejaba?.

- Protesto de nuevo - interrumpio Roy - es improcedente.

El juez lo miro con desdén.

- Denegada, tengo curiosidad, prosiga por favor.

Helena tragó saliva y miró fijamente al monstruo antes de comenzar. Este le devolvió una sonrisa que le hizo coger fuerzas.

- Cuando llegué a un claro del bosque, encontré a Stenton con un ramo de orquideas en cada mano. Se arrodillo ante mi y me las ofreció. Eran tan bonitas, y olian tan bien....

Los presentes aguantaron la respiración. Pero Helena permaneció callada.

- ¿Y qué pasó despues? - quiso saber el juez.

- ....

- Contesté por favor - insistió

- Y entonces me senté en sus brazos...

- Pero si no tiene dedos, tiene tentáculos- gritó exaltado el panadero.

- Precisamente por eso - musitó presa de la verguenza su hija.

Al escuchar su testimonio, su padre cayó redondo al suelo.

- Así que por eso estaban viscosos... - meditó Bolita.

- Lo ha matado el monstruo - rugió el auditorio, que cogió en volandas a Stenton en dirección a la plaza del pueblo, donde en un tiempo record, habia sido erigido un patíbulo. Por fortuna, olvidaron al elfo y el enano, que pudieron escabullirse entre la muchedumbre.

Mientras el alcalde anunciaba la sentencia de muerte y recordaba a los votantes que había sido él y no ese incompetente de la oposición, el que habia llevado ante la justicia al sanguinario monstruo, Roy aprovechó un descuido de uno de los alguaciles, para robarle una ballesta.

Corrió hacia lo alto del edificio más grande del pueblo y dió ordenes a Bolita, de que lo esperara en el callejón de al lado con un carruaje, preparado para salir corriendo a su señal.

- ... recordad queridos amigos, que se adelantan las elecciones a mañana. Os quiero. Y ahora verdugo - finalizó el alcalde - dale a ese asesino su merecido.

El verdugo accionó la palanca, que hizo desaparecer el suelo bajo los pies de Stenton. La soga apretó su cuello con fiereza. Intentó desatar sus tentáculos, pero le fue imposible. El oxigeno empezaba a faltarle. Cerró los ojos y se despidió de su amada Helena.

Sin embargo, no contaba con Roy, que con extrema punteria, lanzó una flecha contra la cuerda en el último momento, partiendola por la mitad. Stenton cayó con gran estruendo, desmoronando el patíbulo en el proceso. El elfo saltó sobre el carruaje, y apremió al desconcertado Bolita, para que se dirigiera a recoger al monstruo.

Los caballos relincharon ante el látigo del enano. Atravesando la marea humana que se arremolinaba en la plaza, consiguieron llegar a los restos del patíbulo. De un espectacular salto, Stenton se subió al carro, y el grupo se dirigió al lago a toda velocidad.

En un bosque cercano, se deshicieron del vehiculo. Pero quedaba un problema: cruzar el lago. Como si Stenton les hubiera estado leyendo el pensamiento, los cogió con sus tentaculos y se los colocó en sus hombros, adentrandose en las no tan profundas como parecian, aguas.

- La justicia lo habia condenado Roy, no deberias haber hecho nada. ¿Y si mató a aquel tipo?

- La justicia a veces se equivoca y es necesario que la gente honrada le ajuste las cuentas al juez, además, tengo muy mal perder - fue todo lo que dijo el elfo.

Dos horas despues, Stenton los dejó en la orilla opuesta y se despidió de ellos con un afectuoso abrazo.

- ¿Donde crees que irá? - pregunto Roy

- Si yo fuera él, a buscar a Helena. ¿Recuerdas la cara de felicidad que tenia cuando nos lo encontramos en el embarcadero?

Con paso firme pusieron rumbo a muerte acechante, cuya silueta podia verse en el horizonte. Cuando llegaron, les esperaba una nueva sorpresa. El pueblo estaba teñido de sangre.

- ¿Ves? - exclamó pletórico Roy - sabia que era inocente. Mira toda la sangre que hay por aquí.

- Si, eso me tranquiliza mucho.....

martes, 6 de noviembre de 2007

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Otelo, el chulo de Venecia

Una habitación renacentista, a media luz. Los rayos del naciente sol se filtran por entre los pesados cortinajes que cubren las ventanas. En el centro de la sala, una rubia platino cabalga sobre el miembro descomunal de un moro, que, de pie, la sostiene en sus brazos mientras hacen el amor. Justo cuando la chica arquea su espalda, rodeando fuerte con sus brazos el cuello del moro para no caer, presa del placer, llaman a la puerta.

El moro baja a la chica de su carnosa atalaya y va abrir la puerta mientras él se viste.

Mensajero: Mi señor Otelo, el gran Dux solicita vuestra presencia de inmediato.

Otelo: ¿Qué asuntos son los que puede querer de mí a estas horas del día en que el gallo aún reposa en sus dominios?

Mensajero: Parece ser que Brabancio reclama como injusta vuestra victoria en la taberna, durante las fiestas.

Otelo: Más que la victoria supongo que será el premio que percibí por ella lo que quiere ver devuelto... Preparad mi nave. Ese rufián de Brabancio pagará por intentar minar mi imagen ante el Dux.

El mensajero y Otelo navegan por los lóbregos canales de Venecia, hacia el palacio del mandatario de la serenísima república.

En el salón principal, el Dux y sus asesores charlan con Brabancio.

Dux: ... y por la presente, dictamino que todas las venecianas de buen ver, vistan con traje de baño cuando salgan de casa. Tenemos que aprovechar que tenemos media ciudad inundada.

Asesor: Eso no es exactamente así...

Dux: Bah, no me vengas con tecnicismos.

La puerta se abre de golpe. Entra Otelo hecho una furia, posa su gélida mirada sobre Brabancio y se dirige con paso firme hacia él.

Brabancio: ¡¡¡A mi la guardia!!! que el moro viene desenvainado.

Dux: Pero ¿cómo?, mis guardias le han privado de su espada.

Brabancio: No me refiero a ese instrumento de muerte, sino a aquel otro dador de vida y que puede convertir al hombre mas rudo en la mas tierna de las doncellas.

Otelo: Sí y todo por vuestra culpa. De no ser por vuestra falta de honor, ahora una dulce dama estaría recibiendo en sus entrañas todo el amor del que dispongo.

Dux: ¡¡Basta!! Muchos asuntos pugnan por mi interés y no puedo perder el tiempo, ni parte de mi juicio con los mundanos asuntos de un par de comerciantes de placer. Así pues Brabancio, exponed vuestra petición.

Brabancio: Seré breve gran Dux. En la fiesta de las lupercales, andaba yo tomando brebajes espirituosos con los que invocar a Baco, cuando se me acercó ese pérfido de Otelo...

Otelo: ¡¡¡Canalla!!!

Dux: ¡¡Silencio!! A la próxima interrupción, mi verdugo hará su agosto. Seguid Brabancio.

Brabancio: Decía que Otelo se me acercó y me invitó a unirme a una partida al deleznable vicio de las cartas. El vino había hecho presa de mí y me sentía incapaz de negarme. Así pues empezamos a jugar, con tan mala suerte que perdí toda mi fortuna.

Dux: El vino es mal compañero de juego.

Brabancio: En efecto. Otelo me incitaba a seguir jugando pero no me quedaba nada, estaba en la ruina. Y fue entonces cuando con sus malas artes me convenció de que apostara mi posesión mas valiosa, la bella Desdémona, la meretriz más excelsa desde los tiempos de Agripina. Confiado en que la suerte no es esquiva para el que asume riesgos, decidí jugar.

Otelo: ¡¡¡Y perdiste limpiamente!!!

Brabancio: Eso no, pues cuando las cartas anunciaban mi derrota, creí percibir en ellas una imperceptible marca. Es por eso, que exijo la devolución de todo lo que perdí.

Dux: ¿Conservas esas cartas en tu poder?

Brabancio: Por desgracia no, los sicarios de Otelo, con ese canalla de Iago a la cabeza, las destruyeron ante mis narices.

Dux: ¿Es cierto lo que cuenta, Otelo?

Otelo: Todo menos lo de las cartas. Perdió limpiamente. Y por la felonía que ha insinuado, reto a Brabancio a un duelo.

Dux: Mmmm, los dos me habéis servido bien. No permitiré que se derrame sangre en mi presencia.... Brabancio, dad por perdidos vuestros bienes materiales, te servirá de escarmiento para cuando el esquivo espectro del juego se te aparezca. Pero en cuanto a Desdémona....

Bufón: Tengo una idea señor. ¿Por qué no dirimir la disputa, con la antigua tradición de medir sus miembros viriles?

Dux: No pienso recurrir a arcanas tradiciones. Tengo una idea mejor.

El Dux chasquea los dedos. De una puerta lateral entran dos mujeres que se arrodillan ante los dos contendientes.
 
Dux: El que primero se corra, dará muestra de su fogosidad y ganará la mano y la vulva de Desdémona. ¡Comenzad!

Las chicas bajan los pantalones de los dos hombres e introducen sus miembros en su boca. Durante varios minutos se afanan en la tarea de conseguir el dulce néctar que se esconde en su interior. Finalmente Otelo descarga su furor sobre el rostro y el cabello de la dama arrodillada ante él.

Brabancio: No es justo. Apenas hace una hora que yací con mi amante y me dejó libre de mi carga seminal. ¡¡No estábamos en las mismas condiciones!!

Un mensajero entra a toda prisa en el salón y le entrega un pergamino al Dux. Este lo lee atentamente y lo tira la suelo con violencia.

Dux: Otelo, has ganado. Ahora coge a tu Desdémona y a tus mejores chicas y parte de inmediato a mis dominios de Malta, donde la moral es baja y necesita con emergencia de nuevos bríos que la levanten. Confío en que la sangre arrolladora y las embrujadoras artes de tus empleadas lo conseguirán. La posesión de la plaza depende de ello.

Otelo: ¿Tan grave es el asunto?

Dux: Más que eso. Mis tropas se han entregado a los placeres de Sodoma y bien parece que de seguir así, pronto el Turco se unirá a una fiesta donde no ha sido llamado, para practicar la sodomía con todos ellos. Así pues buena suerte Otelo.

Otelo: Estad seguros de que no os fallaré.

Tras una agitada travesía por mar, en la que un par de chicas de Otelo deben neutralizar un motín ofreciendo sus cuerpos a los marineros, la flota llega a la isla de Malta. El chambelán pone a su disposición un edificio donde instalar el lupanar. Mientras las furcias se colocan en sus habitaciones, Otelo se lleva a Desdémona, una morena de ojos verdes con pechos inflamados, a sus aposentos.

Otelo: No suelo guardar para mí lo que disfruta la chusma de la calle, pero contigo haré una excepción esta noche. Quiero comprobar si es verdad lo que se dice de ti.

Desdemona: Comprobareis satisfecho que la leyenda es solo un pálido reflejo de la realidad.

Otelo, tumbado desnudo en su cama, contempla hipnotizado como Desdémona se deshace de sus ropajes con sensuales movimientos, que avivan la llama de su pasión. Ella se sienta sobre el enorme falo de su amo y comienzan una noche de sexo que termina al rayar el alba.

Un par de semanas después, Otelo trabaja en su despacho, firmando documentos y leyendo informes, cuando llaman a la puerta.
Otelo: Adelante.

Iago: Buenos días mi señor.

Otelo: Ah, mi buen Iago, ¿vienes a traerme los informes de productividad?

Iago: Helos aquí mi señor.
Otelo les echa un vistazo y mira preocupado a su asistente.

Otelo: ¿Son correctos estos datos?

Iago: Tan correctos como incorrectos son los modales de un rufián, estimado Otelo.

Otelo: Pero según esto, Desdémona apenas ha conseguido clientes. ¿Como puede ser eso posible, cuando su cuerpo es deseado por media Europa y sus artes amatorias son estudiadas en los serrallos del califa? ¿Acaso el espíritu de Onán ha poseído la mente de la plebe ingrata de esta isla?

Iago: Mi señor, no quiero ser alcahueta que todo defecto señala, ni letrado que lanza acusaciones huecas...
Otelo: ¿Qué sabéis Iago?

Iago: Oh, solo rumores, con toda seguridad infundados.

Otelo: Vamos, hablad.

Iago: Según malas habladurías, ideas extrañas han germinado en la corrompida mente de Desdémona.

Otelo: ¿Que clase de ideas? Por dios que parece que las palabras os cuesten sangre.

Iago: Ideas de castidad señor. Tiene la ocurrencia de dejar el antiguo oficio que le ha otorgado fama y gloria mundial e ingresar en un convento donde apaciguar su furor uterino.

Otelo: Rumores absurdos sin duda. Venid, acompañadme. Según su horario, debe estar ahora en el puesto de guardia de la muralla sur.

Otelo y Iago camina entre las callejuelas de la ciudad, hasta que llegan a la plaza de la guardia, donde un corro de soldados, rodean a la bella Desdémona, que, de rodillas les colma de lingüísticos placeres.

Otelo: Vedlo por vuestros ojos. Hela aquí la furia feladora que descarga la fogosidad de los soldados del Dux y les hace dóciles para ser mandados en la batalla. Si esa es la imagen de una santa, por dios que ahora mismo voy a ingresar a la iglesia donde es adorada. Buscad al que difunde esos rumores y traedlo a mi presencia. No permitiré que se levante falso testimonio contra mi mejor prostituta.

Iago: Así se hará.

Otelo vuelve a su oficina, dejando a Iago sólo en la plaza.

Iago: Maldito moro. Será difícil engañarlo, mas no imposible. En cuanto a esa Desdémona... pagará muy caro no haberme ofrecido sus encantos.

Tras echar una última mirada de desprecio hacia el grupo de soldados, se dirige a su casa. Una mansión que conoció tiempos mejores, donde le espera su amante.

Iago: ¡¡Emilia, que el diablo se persone ante ti si no acudes a mi llamada de inmediato!!.

Emilia: ¿Qué es lo suficientemente importante como para que pidáis mi presencia con tan deleznables modales.

Iago: Tengo una misión para ti.

Emilia: Os escucho

Iago: Tienes una gran amistad con Desdémona, lo sé.

Emilia: Sabéis bien, hace años que nos conocemos. Solían contratarnos como pareja, cuando estaba en manos de Brabancio.

Iago: Manos de las cuales te libre. Así que harás todo lo que te diga. Debes quedarte a solas con ella en un lugar privado. Y una vez estés segura que nada de lo que habléis pueda llegar a oídos ajenos, quiero que la guíes al camino de la virtud y el recato.

Emilia: ¿Como quieres que la deslumbre con las virtudes de la castidad, cuando lo más cerca que de ello estuve, fue al arribar a este pecaminoso mundo?

Iago: Eso te lo dejo a ti. Algo habrás leído sobre ello supongo.

A la noche siguiente, Iago acude con Emilia a la cena que ofrece el moro, como presentación oficial de su empresa. En el transcurso de la comida, Desdémona se excusa y se dirige al baño. Emilia se levanta rápidamente y la sigue.

Emilia: Esperad bella Desdémona...

Desdémona: Mi querida Emilia. Os he visto en la mesa, tan radiante como siempre. ¿Que tal andan vuestros asuntos con el bueno de Iago?

Emilia: Mejor de lo que merecería una vulgar ramera como yo.

Desdemona: No digáis eso, pues habéis hecho de vuestros servicios una virtud. No sois menos que el soldado que defiende las fronteras. Los dos ofrecéis seguridad, uno con su lanza, y vos con vuestro cálido seno.

Emilia: Precisamente de eso quería yo hablaros, de la virtud. ¿No habéis pensado nunca, mientras uno de los tantos clientes os penetra sin resuello, que hay otros mundos mejores para una mujer como vos?

Desdémona: Suena a que queráis dejar la profesión...

Emilia: Lo estoy sopesando. ¿Acaso vale la pena la condenación eterna por un beneficio terrenal que mas temprano que tarde desaparecerá de nuestras manos? Además, pensad la de enfermedades que evitariamos y los hijos no deseados a los que ahorrariamos sufrimiento...

Desdémona: Con simples precauciones se alejan los males que invocas.

Desdémona se acerca con mirada lasciva a Emilia y la arrincona contra la pared.

Desdémona: Y además, siempre podremos hacerlo entre nosotras....

Hacen el amor en el baño, hasta que la voz de Otelo clama por la presencia de su principal activo. Desdémona deja a la jadeante Emilia sobre el lavabo y vuelve a la cena.

Emilia: Por dios que antes se helaría el infierno a que tamaña furia de la naturaleza renunciara a los placeres de la carne. Sea lo que sea lo que pretende Iago, es cuestión casi imposible.

Se fija en algo del suelo y lo coge.

Emilia: Mas que veo aquí: las esferas orientales de Desdémona, aquellas que horadan su ser día y noche sin descanso...

Emilia vuelve también a la cena, ya terminada y reconvertida en una orgía a la que no tarda en unirse, olvidándose de las esferas, que guarda a buen recaudo en su bolso.

Ya de vuelta en su casa, Iago interroga a Emilia.

Iago: ¿Y bien?

Emilia: Ni el mismo cristo en persona seria capaz de reproducir en ella la imagen de María Magdalena. No contenta con no escuchar las razones que le daba, me hizo el amor allí mismo.

Iago: ¡¡¡Maldición!!!

Emilia: ¿Que es lo que hace que persigáis con tanto denuedo la conversión de Desdémona en un ser sin pasión?

Iago: Estúpida, no lo entiendes. Quiero acabar con el moro por medio de Desdémona. Ese ingrato asienta su fortuna en el duro trabajo que he hecho para el y no lo reconoce. Se piensa dueño y señor de los prostíbulos venecianos pero sin mi gestión no seria mas que un moro impío arrojado a una galera para expiar el pecado de haber nacido infiel. Pero deberé buscar otro medio de derrumbar su efigie.

Emilia: Puede que esto sirva.

Saca de su bolso las esferas orientales de Desdémona. La mirada de Iago se ilumina.

Iago: Si, esto me servirá igual de bien....

Al día siguiente vuelve al despacho de Otelo, que continua enfrascado en sus papeles.

Otelo: Y bien fiel Iago, ¿teneis ya la identidad del malnacido que difunde las calumnias contra mi estimada Desdémona?

Iago: Temo ser portador de malas nuevas mi señor.

Otelo: Decidme cuales son y yo juzgare su maldad.

Iago: Temo que los rumores no sean tales, sino una confirmación de las intenciones de esa furcia.

Otelo: Cuidad vuestra lengua Iago si no queréis verla ensartada en la punta de mi espada.

Iago: Lo siento señor, pero en cuanto veáis lo que tengo que mostraros cambiareis de parecer en vuestro juicio. Mirad esto.

Saca de su bolsillo las esferas orientales y las deposita sobre el escritorio de Otelo.

Otelo: No puede ser. Me prometió cuando se las regalé que las llevaría siempre puestas. Según me comentó la sacerdotisa griega a la que se lo arrebaté, se dice que pertenecieron a la mismísima Afrodita y quien las llevara puestas, seria la mujer más apasionada del mundo. ¿Y qué ha hecho con ellas?

Iago: Las encontró una de las chicas en la playa de San Juan, y me las trajo al instante. Nadie más lo sabe.

Otelo: Gracias por todo Iago. Esta noche le pediré cuentas. Y ahora déjame sólo con mi pena.

Iago sale a la calle ocultando una malévola sonrisa.

Iago: Jajaja estúpido moro, ha picado el anzuelo. Esta noche cuando Desdémona no pueda explicar la desaparición de las esferas, la desterrará o la enviará a otro lugar y entonces sin ella, el negocio se hundirá, caerá en desgracia ante el Dux y yo ocuparé su lugar. Si supiera que he estado modificando los registros de los ingresos de las chicas... jajaja.

Cae la noche. Desdémona, vestida con un casto camisón yace en su cama dispuesta a dormir. Otelo entra de improviso, desvistiéndose a cada paso.

Otelo: Abre las puertas de tu amor para mi Desdémona, pues hoy necesito probar muchas cosas.

Desdémona: Nada me placería más dulce Otelo, mas me es imposible.

Otelo: ¿Qué es lo que impide que complazcas a tu señor, fuente de tu prosperidad?

Desdémona: Mi condición de mujer, que se ha revelado con su puntualidad natural.

Otelo: Excusas, excusas... déjame ver las esferas orientales que te regalé.

Desdémona: Oh... lo siento amado mio, pero temo decir que las perdí no ha mucho. No os dije nada pues confiaba en recuperarlas antes de que las echarais en falta.

Otelo: Pues las habéis encontrado y no las he echado en falta, pues en mi poder están. Helas aquí.

Se las lanza a la cama con asco.
 
Desdémona: Muchas gracias mi señor.

Otelo: ¡¡¡Puta!!!

Desdémona: Vuestro cumplido me halaga.

Otelo: Decidme cuando pensabais mostrar vuestro deseo de abandonarme, a mí, ¡¡el gran Otelo!!

Desdémona: No se de qué me habláis.

Otelo: No penséis que la mentira campará a sus anchas en mi juicio, pues he sido bien instruido por Iago. Vuestra jugarreta ha sido destapada antes de su puesta en práctica.

Llaman a la puerta con fuerza.

Emilia: ¿Qué son esos ruidos? Dejadme entrar por favor, he de deciros algo Otelo.

Desdémona: ¿A qué jugarreta os referís? ¿Qué he podido hacer yo, la máxima cumplidora de vuestros deseos, para que me tratéis así?

Otelo: Calla por dios, no me hagas más difícil impartir la justicia que clama mi código de honor.

Desenvaina la espada y con una rápida estocada, hiere de muerte a Desdémona. Abre entonces la puerta, entrando Emilia.

Emilia: ¿Qué habéis hecho moro imprudente? Os habéis dejado llevar por las envidias de un villano del cual abomino. Todo ha sido obra de Iago, que pretendía suplantaros. Modificó los libros de cuentas para que pensarais que ella no trabajaba, pero era la que más satisfacía a la plebe.

Otelo: Ella quería ser casta. No puede ser cierto lo que me dices...

Emilia: Lo es, yo intenté hacerla pura a instancias de mi amante, pero ella me hizo mujer con sus dedos, en el baño de vuestra mansión. Y fue en ese embite cuando sus esferas orientales se deslizaron de su carnosa cavidad sin que ella se percatara. Yo las recogí.

Otelo se asoma a la ventana y se dirige a un grupo de soldados que hacen la ronda.

Otelo: Guardias, prended a Iago y ejecutadlo. En cuanto a mí, no merezco seguir en este mundo.

Se arrodilla ante el cuerpo sin vida de Desdémona.

Otelo: Oh, era más puta que las gallinas y yo dudé de ella...

Con la misma espada con qué mató a Desdémona, se atraviesa el estomago, muriendo sobre el lecho a escasos centímetros de ella.

viernes, 2 de noviembre de 2007

El arte de la dialéctica

Moderadora: Buenas noches y bienvenidos al debate entre Spassky y Petrosian. Esta noche nos centramos en el tema: ¿Es el reaggeton éticamente aceptable? Caballeros les cedo la palabra.
Spassky: Me alegra ver que el señor Petrosian ha llegado a tiempo. Compruebo con satisfacción que han arreglado el reloj del prostibulo local.

Petrosian: Ciertamente es un milagro que no se rompiera en mil pedazos tras darle usted un pisotón durante la redada del Martes, señor Spassky.

S: Teniendo en cuenta que era un regalo suyo para Madame Dephinè y que todos sabemos que antes prefiere tirarse por un barranco que gastarse el dinero, ciertamente es un milagro que su reloj de mercadillo continuara funcionando.

P: Su mujer me lo vendió a buen precio. Por cierto, felicitela por sus técnicas de venta. Eso de enseñar los senos como una vulgar ramera le habrá reportado excelentes beneficios.

S: Seguramente. Lo bueno es que todo el dinero es para ella. Sin embargo son sus compañeros de trabajo los que se "benefician" de su mujer.

M: Vamos vamos, no hay necesidad de meter a sus señoras de por medio.

P: Bueno es que meterme con su profusa barriga seria muy evidente. Por cierto, tengo entendido que contrató a Admunsen para que la cartografiara.

S: No solo eso, también mi miembro viril. Si quiere le doy el telefono de pulgarcito para que compruebe la longitud del suyo.

P: Lo importante no es el tamaño sino como se usa.

S: Estamos hablando de un pene, no de un destornillador, aunque en su caso los dos terminen en una punta fina, no son la misma cosa.

M: Les apremio a que se ciñan al tema, el reaggeton recuerdan...

S: Bueno si de algo saber el señor Petrosian es de restregarse con mujeres. Creo que en el metro le han reservado un vagón para él solo, porque hasta el revisor salia con un buen repaso cuando lo cogia de camino al trabajo.

P: Es lo que tiene tener uno y no ser un parásito del estado. ¿Hace cuanto que no da ni chapa?

S: Desde que su mujer me contrató para que tirara todas sus revistas guarras. Fueron los tres meses más agotadores de mi vida.

M: En vista de que no andan por la labor...

P: Toc toc

S: ¿Quien és?

P: Su gusto

S: ¿Qué gusto?

P: El buen gusto que dejó usted olvidado el día que fue a comprar esa hortera chaqueta de cuadros fucsia.

S: Al menos mi olor corporal no fue obstaculo para que la dependienta se me arrimara.

P: Cómo no, únicamente con dinero de por medio tiene usted la oportunidad de que se le acerquen las mujeres.

S: Mejor eso a que se me acerque algún hombre....

P: ¿Ah si? pues.... pues... ¡¡¡es usted un director de cine español!!!

S: Mire, sí, tengo un papel perfecto para su esposa en mi próxima película. Trata sobre una transexual que le es infiel a su marido y siente remordimientos porque no se siente culpable ya que goza como una perra con su amante.

P: Ese último dato seguro que es autobiográfico.

S: Por supuesto... ah, dígale a su hermana que no quedaré más con ella a menos que pida el divorcio.

P: No se preocupe, le recomendaré otro proveedor de estupefacientes que no consuma el stock que vende.

S: ..... ¡¡Yo soy cola y tú pegamento!!

P: ¡¡¡Cállese gilipipas!!!

M: Vamos vamos, señores esto ha llegado demasiado lejos. ¿Para que han venido ustedes? ¿Para debatir o para lanzarse los trastos a la cabeza?

S: Venga, señorita no se haga la remilgada que si no hubiera disfrutado del espectáculo nos habria cortado al primer insulto.

M: Pues tiene razón. Bien, hasta aquí fue todo. Vuelvan con nosotros la próxima semana.