domingo, 22 de marzo de 2015

La muerte del Perro Aguayo Jr.

Pedro Aguayo era hijo del Perro Aguayo, una leyenda de la lucha libre mejicana, donde la narrativa del espectáculo estadounidense es eclipsada por la técnica, las cabriolas, las llaves elaboradas y los golpes secos y bien dirigidos. De su padre tomó el nombre y una carrera en un deporte que a muchos parece una farsa pero que cumple con el cometido de toda actividad dirigida a las masas: entretener.

Ayer, durante el transcurso de un combate en Tijuana que le enfrentaba, entre otros, a Rey Misterio, el conocido luchador de la franquicia WWE, recibió de este una patada que le derribó contra las cuerdas cayendo inconsciente al instante.

El Perro Aguayo yacía inerte sobre la cuerda en la que se dejaría la vida cuando uno de los luchadores se acercó a él. Notó que su cuerpo estaba laxo, que no respondía. Sin dejar de mirar atrás, quién sabe si en busca de ayuda o para controlar a sus rivales, le apremió a que se levantara. Debía de ser lo segundo, porque en ese momento otro luchador se acercó a aquel rincón e intentó propinarle una patada que consiguió esquivar sin problemas.

Tras su máscara miró a su atacante con incredulidad. ¿Acaso no veía lo que había pasado? Pero el incrédulo era él porque a su espalda continuaba el combate. Los luchadores seguían a lo suyo y no le quedó más remedio que unirse a ellos. Mientras, el Perro agonizaba y el mundo seguía girando, impasible a la tragedia jaleada por un público que no reaccionó hasta que fue demasiado tarde.

Un árbitro, un miembro de la organización, uno de los entrenadores, alguien debía ser, en definitiva, zarandeaba el cuerpo de un lado a otro buscando una reacción mientras a escasos centímetros se sucedían los agarrones, los puñetazos, los lanzamientos contra el cuadrilátero...

Luego vendrían las sospechas de negligencia médica, las carencias de la organización, los deberían y los tendrían que haber, los arrepentimientos...

Pero sobre todo me ha sorprendido, tras ver las noticias, cómo la tragedia de un hombre puede servir como metáfora del destino de una nación.

lunes, 5 de enero de 2015

La propuesta

La nieve azotaba con fuerza los muros metálicos de la estación científica Polar III. Era víspera de Nochebuena y Alnajar, el ingeniero mecánico daba vueltas en su habitación, dubitativo. Las normas de la base establecían que estaba prohibida toda expresión religiosa en público. Hasta entonces no le había supuesto nada ocultar el collar del que pendía un pequeño crucifijo, pero la Navidad estaba cerca y era una fecha demasiado especial para él. No podía pasarla por alto. No lo pensó más y se dirigió a ver al supervisor para trasladarle su propuesta.

Solo serían un par de luces y algunos objetos decorativos en la sala común, arguyó, y un menú especial para la cena de Nochebuena, que cocinaré yo mismo. El supervisor pareció pensarlo un par de segundos pero al final se negó. Cabizbajo, Alnajar se dirigió a la zona común donde Goldie y Rymh jugaban una partida de ajedrez. Estos detuvieron el juego en cuanto vieron aparecer a su compañero, que les explicó lo que había sucedido. Los científicos se mostraron comprensivos con él. Puede que no compartieran sus creencias pero, tras varios meses alejados de sus seres queridos, comprendían la importancia de cualquier acto que les acercara a ellos.

Decidieron que al día siguiente irían los tres a ver al supervisor, pero este no atendió a razones y volvió a rechazarlos. Esta vez la negativa no desanimó al mecánico, que pese a todo decidió realizar su pequeña celebración. Si ello le causaba algún perjuicio estaba dispuesto a aceptarlo con gusto.
Con ayuda de los dos científicos y de Alliban, el médico, decoraron el taller de reparaciones. No era muy acogedor pero era la única estancia a la que no llegaban los tentáculos del supervisor. Pero se equivocaban, pues a través de las cámaras instaladas sin conocimiento del personal, este lo vio todo.

Se había roto el protocolo 25d0, al igual que en las dos anteriores misiones que habían terminado en desastre para la compañía. Tenía que evitar un nuevo fracaso. Activó los circuitos de sobrecarga del almacén de combustible de los vehículos. En cinco minutos, coincidiendo con la medianoche, alcanzaría la temperatura crítica necesaria para volar por los aires la estructura y con ella, a los humanos que se apiñaban en la sala de al lado. A continuación, el supervisor continuó con sus rutinas de mantenimiento. Los miembros de la base terminaban de cenar, ajenos a la desgracia que iba a caer sobre ellos.

A las 23:50 del 24 de diciembre, un púlsar entró en la atmósfera terrestre explotando al instante. La energía electromagnética liberada destruyó los circuitos eléctricos de todo el hemisferio norte. La estación científica quedó a oscuras. El supervisor nunca conocería el destino del personal.