lunes, 6 de septiembre de 2010

El Vietcong del hogar

Sentado en el jardín zen de la mansión, el viejo Gyap trataba de meditar, ajeno a los juegos de su nieto y, desde esa mañana, discípulo. Cuando el gallo hizo prevalecer su canto sobre el de los demás sonidos de la naturaleza, se puso en pie de un salto y se dirigió con paso tranquilo hacia las puertas que daban al exterior. El pequeño Gyap cesó en sus juegos y no dudó en seguir a su maestro.

Tras saludar a los guardias que custodiaban el acceso, dieron una vuelta alrededor de las murallas que delimitaban los terrenos que su familia había ganado tras innumerables servicios en las distintas guerras en las que se había visto envuelto su país.

- Dime Fen, ¿cómo defenderías este recinto si llegado el momento tuvieras que hacerlo?

El niño quedó pensativo unos instantes mientras contemplaba el grueso muro de ladrillo que lo separaba del jardín donde solía jugar aquellos días en los que no tenía que atender sus obligaciones como heredero de la corona.

- ¿Acaso no es suficiente la protección de la muralla? - preguntó finalmente.

El maestro sonrió ante la necedad de su pupilo, al que dejó asombrado cuando de un espectacular salto se colocó sobre el muro.

- Como ves las barreras pueden ser superadas. No todos saltan como yo pero pueden ayudarse de otros medios como escaleras o pértigas. No, jamás confíes tu protección a un solo método o individuo. Además, una defensa estática siempre puede ser superada. Únicamente puede ser útil para retrasar al enemigo. Pero ya hablaremos de eso en otra ocasión.

Con otro prodigioso salto descendió los ocho metros de ladrillo y continuó paseando con Fen corriendo tras él aún boquiabierto.

- Lo ideal, aparte del muro por supuesto, sería tener una franja de terreno excavada frente a él de tal manera que nadie pudiera acercarse lo suficiente a nuestra barrera para sortearla. Lo que ocurre es que muchas veces el terreno más allá de nuestras tierras no es nuestro o simplemente no hay espacio para excavar una zanja. Y por supuesto está el hecho de que tarde o temprano los asaltantes encontrarán una forma de superar el obstáculo con una escalera más grande o rellenando la zanja con tierra por ejemplo.

- ¿Y si hiciéramos la zanja tras nuestro muro? - sugirió el pequeño, que sintió una pizca de orgullo al comprobar que su maestro asentía ante su observación.

- En efecto. Cavaríamos una zanja en nuestro propio terreno pero nos surge otro problema. Si el atacante ve la zanja la podrá saltar fácilmente a no ser que la anchura de la misma fuera desproporcionada. Nosotros podemos permitirnos hacerlo pero otros no. Por ello la zanja la recubriremos con una esterilla o un tablón fino de madera, lo suficiente como para aguantar el peso de una escalera pero que sin embargo se parta cuando un hombre se apoye en ella. De esa forma, caerá al foso.

- Pero si la altura no es muy pronunciada, podría sobrevivir y salir del foso ¿verdad?

- Así es, por eso en el fondo de la zanja clavaremos cañas de bambú cortadas en diagonal por su extremo superior o simples estacas, recubiertas de excrementos. Así, aparte  de quedar incapacitados a corto plazo, encontrarán la muerte antes de que el sol vuelva a salir tres veces.

- ¡¡Pero entonces morirían!!

El viejo Gyap percibió una pizca de aprehensión en su alumno.  Perdió su mirada en el horizonte y dirigió sus pasos de vuelta a la mansión.

- Cuando se trata de defenderte, tendrás que tenerlo en cuenta.