martes, 14 de diciembre de 2010

La mujer que exclamaba al viento su afición por las bolas chinas

Doris era una triunfadora del pisito, como gustaba de llamarse en las fiestas ibicencas que se organizaban en las mansiones más imponentes de la costa. En ocasiones el anfitrión era uno de sus amigos; en otras, eran importantes magnates de todo tipo de negocios. Estas eran de lejos las más interesantes pues usaba sus malas artes y sus dones naturales para colarse en ellas y tratar de vender las soluciones habitacionales de alto standing de su cartera de activos a los adinerados asistentes aprovechando el furor artificial provocado por ríos de diversión en forma de pastillas y demás sustancias excitantes. Básicamente compraba casas de lujo para luego revenderlas, sacando un jugoso beneficio entre medias.

Su dominio de la dialéctica le permitía hacerse con la conversación sacando a colación temas triviales para a continuación, como quien no quiere la cosa, exponer los beneficios de poseer un chalet en la sierra. No solían picar el anzuelo facilmente pero alguno que otro, por fortuna para su cuenta corriente, lo hacía. Sin embargo había a quien molestaba ser abordado por cuestiones tan mundanas como el dinero o las propiedades. Si alguna vez su interlocutor se había percatado de su rol descarado de comercial encubierta, había sorteado el escollo con un momento de desahogo en el baño con el sagaz desenmascarador, que pasaba a desenmascarado pues como seguro, no dudaba en grabar con su móvil de ultima generación hasta el más mínimo detalle del encuentro con aquellos babosos decrépitos. Mientras se retocaba con el pintalabios frente al espejo se preguntaba por qué los guapos con dinero eran tan escasos. Pero el momento de reflexión duraba poco y acto seguido elegía otra víctima segura de que su coartada como alegre fiestera permanecía intacta.

Cuando era una mujer la que amenazaba con revelar entre los asistentes su condición de vendedora, trataba de desviar la conversación comentando que ella se dedicaba al diseño de juguetes eróticos, pues había recibido en herencia un emporio de látex, no de ladrillo. Acto seguido abría su bolso y sacaba un consolador o unas bolas chinas que no dudaba en mostrar sin pudor. Risas contenidas solían responder a dicha ocurrencia y cuando no era así, se disculpaba y huía del lugar de la forma más discreta posible.

Cuando el frío arreciaba y las fiestas se hacían demasiado exclusivas incluso para ella, se dedicaba a vivir de las plusvalías, un concepto que la había aburrido durante sus clases de ADE pero que había despertado su interés cuando había visto su equivalente real en forma de fajos de billetes con los que costearse un ático en el centro, un Porsche en el garaje y un armario repleto de zapatos y bolsos que sería la envidia de Imelda Marcos. La vida le iba muy bien y el mañana era un puente muy lejano que no se planteaba cruzar hasta que la naturaleza la privara de su explosiva belleza o su hambre de riqueza se viera saciada: lo que ocurriera antes.

Sin embargo la crisis económica que sacudió de improviso el mundo, hizo lo propio con su negocio. Los signos de que los buenos tiempos no serían eternos habían estado ahí siempre, pero ella nunca les prestó demasiada atención, emborrachada de dinero como estaba. Un par de años después del rescate de los grandes bancos, las fiestas ya no eran tantas y los asistentes ya no tenían dinero de sobra para invertir en otra mansión en un rincón perdido del país. Ya ni siquiera aceptaban acompañarla a un rincón apartado cuando notaba que la conversación empezaba a molestarles, simplemente le daban la espalda y la ignoraban, dejándola con una gran deuda que se vio incapaz de pagar.

El invierno siguiente fue duro. Los bancos embargaron sus posesiones dejándola en el pequeño ático sin muebles que una vez perteneció a sus padres, en un edificio a las afueras de la ciudad, lejos de lo que podría considerarse la civilizacion. Pero allí donde otros se hubieran achantado, ella decidió mirar hacia delante con optimismo. Al fin y al cabo no le habían quitado todo, aún estaba en su poder la mayor cadena de sex shops del país e iba a hacerlo valer.

Salió al balcón para disfrutar de la ligera brisa matutina y marcó el primer número de la agenda de su teléfono.

Yo me dirigía como tantos días a un parque cercano a casa cuando, gracias a la buena acústica del lugar, me llegó la voz diáfana de una chica cuyas palabras atrajeron mi atención: "Las bolas chinas son lo mejor, yo las uso al menos una vez al día, a veces he ido incluso a trabajar con ellas puestas..."

Sin detenerme por si era una trampa que acabaría con mi cartera vacía y mi ropa en posesión de algún maleante, compinche de aquella mujer, continué mi camino y decidí escribir su historia e inmortalizarla en estas lineas. Luego más tarde volví y le compré dos.

viernes, 26 de noviembre de 2010

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El niño que hacía la grulla mientras patinaba

Elíseo era un niño de extracción humilde. Uno más de los que conferían de vida a la ciudad dormitorio donde vivía. Pese a los pocos medios con los que contaba su familia, no le faltaba de nada; y aún así no era feliz, pues sufría el desprecio diario del resto de críos de su colegio.

En un mundo de jerarquizadas marcas, no tenían cabida sus zapatillas J-Javier ni su chandal Niki con el que acudía a las clases de educación física. Niki Lauda, agárrate fuerte, Niki Lauda, le cantaban sus compañeros en el recreo con no poca mala leche, a instancias de algún adulto malintencionado sin duda, pues si los niños de hoy en día apenas saben quién es su padre, mucho menos el piloto austriaco.

Aquellas burlas causaban gran congoja en el pobre Elíseo, cuyas tardes pasaba entre llantos y viejas películas que su hermano le había dejado en herencia antes de marcharse a Calcuta a trabajar, y que le servían para evadirse de esa realidad que le marginaba por lo que tenía. Hasta que un día, entre la pila de cintas Beta, encontró una cuyo título le llamó poderosamente la atención: Karate Kid.

Durante dos horas se vio reflejado en la lucha del joven Daniel Larusso para ganar el respeto de sus compañeros de instituto. Al verle alzarse con el trofeo del campeonato de Valley y con sus ojos aún humedecidos por la emoción, se dijo que no pasaría una sola tarde más humillado en aquella pequeña habitación.

Al día siguiente recorrió toda la ciudad en busca de un anciano asiático que aceptara tutelarle en los misterios del Karate, pero tras visitar el quinto restaurante, donde el regente le ofreció 20 euros por hacer algo que no entendió muy bien, decidió abandonar. De todas formas eso de los torneos de artes marciales era cosa de las películas. Nunca había escuchado que se hubiera celebrado alguno. Sin embargo en los pasillos de la escuela no se hablaba de otra cosa que no fuera la "Carrera de la muerte sobre patines 2010". Lo mejor es que ya sabía patinar y no necesitaría de ningún maestro para ganar. Así que con una canción cañera con abundantes solos de guitarra eléctrica y la ayuda de su perro Jipper, entrenó duramente la semana que le separaba del día del gran evento.

Todos los alumnos del colegio se apiñaban a ambos lados del recorrido, incluido los repetidores, que habían aplazado por un día la preparación de cigarrillos de la risa y hacían apuestas sobre quién sería el ganador.

En la linea de salida no podía tener peor compañía: los chavales que más se reían de él, incluido el hijo del tipo que había propagado la estúpida canción de Niki Lauda. Pero ¿acaso podía ser de otra forma? Tenía que conseguir la gloria frente a sus mayores enemigos para hacerles ver que debía aceptarlo en su grupo. Así lo establecía el canon de Golan-Globus. Por ello, cuando escuchó el pitido que marcaba el inicio de la carrera, se lanzó hacia delante como si le persiguiera una reposición de "El planeta imaginario". Eso le procuró una ventaja de varios segundos sobre su más directo perseguidor: Mario, futuro repetidor y espectador de Sálvame Deluxe, que no tardó en alcanzarle.

Durante varios metros fueron a la par mientras Elíseo trataba de no escuchar los insultos que su rival profería para ponerle nervioso, cosa que al final ocurrió cuando Mario hizo un comentario ofensivo sobre sus patines, hechos con el esqueleto de una silla de ruedas que había encontrado tirada en un descampado.

Había perdido la delantera a pocos metros de la meta, que ya se vislumbraba en el horizonte. El desánimo comenzó a apoderarse de sus piernas, que a cada segundo que pasaba le costaba más mover. Entonces, una voz surgió de su interior:

- Utiliza la grulla, Eliseo San.

¡Era la voz del Sr. Miyagui! Siguió su consejo y mientras se deslizaba sobre el asfalto, levantó su pierna izquierda y sus brazos e imitó a la perfección la grulla. La gente en ese instante enloqueció y Mario se giró para ver qué sucedía con tan mala suerte que no vio un poste telegráfico, reliquia de 1834, chocando contra él y cayendo al suelo con violencia, dando la victoria a Elíseo que cruzó la meta en la postura de la grulla, momento en el cual le vi y decidí contar la historia que le otorgaría la inmortalidad.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El enigma de Bagdad (II)

Tres lunas después de haberse iniciado el viaje, la caravana, hasta ese momento incansable, se detuvo. Aún estábamos a medio camino de Ezcurra y ni siquiera nos encontrábamos en el territorio Cimerio, así que eché mano de mi espada y me dispuse a averiguar qué es lo que ocurría. Antes de que pudiera salir del carromato en el que había estado viviendo esos días, la sudorosa cabeza de Rashid, el mercader que dirigía la caravana, apareció entre los cortinajes que cubrían la salida. Sus ojos brillaban presa de la fiebre o la locura, no supe distinguirlo en ese instante. No dijo palabra, simplemente se llevo el dedo índice a los labios y con gestos me invitó a que no me moviera. Pero si Rashid pensaba que podría darme órdenes como si fuera uno de sus vulgares esclavos, se equivocaba. De un salto aterricé en la cálida
arena del desierto. El viento, que siempre azotaba esos lugares, se había detenido y una extraña calma hizo que se me pusieran los pelos de punta.

A pocos metros frente a mi, Rashid daba órdenes en silencio a los mercenarios que le acompañaban. De inmediato se colocaron alrededor de los carros, cubriendo todos los flancos. Estaba claro que esperaban un ataque, pero ¿de quién? Por desgracia la respuesta llegó en forma de un torbellino de arena que engulló la carreta de Rashid junto con sus pertenencias. Los lamentos del comerciante se mezclaban con los gritos agónicos de las bestias de carga, cuyo fin agónico amenazaba con crispar mis nervios, normalmente fríos como las noches en el Calimshan.

Rashid y su harén corrieron en dirección contraria. Un esfuerzo vano pues el mar de arena infinito que les rodeaba no les ofrecería ninguna protección. No, yo no huiría como ese cobarde calishita. Correría si, pero hacia el peligro aún desconocido que engullía su segunda presa. Dispuesto me hallaba a saltar con la furia cegadora del que se juega su vida a un golpe afortunado de espada, cuando una pinza de no menos de tres metros emergió de la arena, partiendo en dos a uno de los camellos que tiraban de la tercera carreta. Por un instante me quedé clavado en el suelo incapaz de asimilar lo que estaba viendo. Y esa sensación de irrealidad se torno en locura cuando tras la pinza pude distinguir el cuerpo no menos enorme de un escorpión de jade, una bestia de la que había oído hablar al anciano de mi tribu,
historias de viejas para asustar a los niños como tantos otros cuentos con los que me había criado, aunque aquello distaba mucho de ser producto de la imaginación de algún viejo desdentado.

Rashid puede que fuera un cobarde, pero sabía elegir a la gente. La actitud de los mercenarios lo demostraba. Cualquier otro, y aunque tema reconocerlo, yo mismo llegué a pensarlo, se hubiera apoderado de una montera y hubiera dejado su vida en manos de Alá y del poderoso desierto, sin embargo ellos no perdieron el tiempo y en cuanto el escorpión quedó a la vista, lo rodearon y se dispusieron a atacarlo al unísono. De diez espadas, tres quedaron heridos de muerte tras ser golpeados por las veloces pinzas y otro más fue ensartado por el aguijón. Al menos no tendré que preocuparme por morir envenenado pensé mientras me lanzaba al lomo de la bestia, distraída por los mercenarios que quedaban. No bien puse en pie en su resbaladiza espalda, notó mi presencia. Trate de atravesarla con mi espada, pero era inútil. No
podía atravesarla y mis intentos solo sirvieron para enfurecerla más. Tuve que agarrarme a su cola mientras el escorpión forcejeaba, moviéndose bruscamente de un lado a otro y alzaba sus pinzas para atraparme, sin mucho éxito. En cualquier caso tenía que terminar con aquello pronto o correría el mismo destino que dos de los mercenarios, que habían muerto aplastados bajo las patas del arácnido.

Recordé entonces un regalo de un alquimista para el que había trabajado no hacía mucho: una pequeña bolsa repleta de pequeños granos negros como el carbón, pero que, según él, tenían propiedades mágicas, hasta el punto de poder derribar un muro o matar a distancia a alguien. Desprendí la bolsa de mi cinto y esparcí los granos por la espalda del animal. No ocurrió nada.

Maldije con toda mi alma a aquel charlatán, lanzando una estocada tras otra con la rabia del que se sabe moribundo. Mas el destino me tenía reservado otro final, pues en uno de mis mandobles, se produjo una chispa que inflamó aquellos granos, produciendo una gran explosión que me lanzó por los aires hasta caer a varios metros de distancias de la criatura, qué enfurecida por el dolor, comenzó a clavarse su propio aguijón mientras arremetía contra el grupo de mercenarios supervivientes, acabando con casi todos ellos. O al menos eso me pareció ver en ese momento, pues tras ver cómo la sangre brotaba como un manantial del lomo del escorpión. Por un momento, un instante o quizás menos, incluso vi cómo se desvanecía en el aire para volver a aparecer, moribundo y rendido ante su propia picadura mortal. No pude ver más. Perdí el conocimiento.

martes, 2 de noviembre de 2010

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El enigma de Bagdad

Agazapado junto a una columna gruesa y antigua como el palacio que apuntalaba, esperaba con paciencia a que el Visir despachara a los últimos embajadores, para poder hablar con él.

Con gran suntuosidad y pompa, los representantes de Cimeria, una lejana y polvorienta provincia del imperio, se despidieron hasta la siguiente recepción, que acontecería el año siguiente por esas mismas fechas, cuando el perezoso sale de su madriguera y comienza la búsqueda de comida con la que saciar su hambre enfurecida por los meses de hibernación.

Cuando la algarabía del cortejo fue nada más que un murmullo, entró en los aposentos de Khalad-Al- Imir, El Glande, como era apodado con sorna por sus rivales, debido a su lujuria desenfrenada e irresponsable.

- ¿Sabes quienes eran esos? - me preguntó sin ni siquiera levantar la vista de los documentos que estaba examinando.

- Un puñado de viejas cimerianas - respondí con atrevimiento. Ninguna persona cabal hubiera tratado con esa confianza al hombre más poderoso de Persia, pero no había en mi nada cabal. Por fortuna el Visir lo sabía y no dudó en reírse con mi apreciación.

- Si, viejas... viejas útiles. Como sabes el gran Sultán no tiene bastante con sus extensos dominios. Entre tú y yo, me ha dicho un pajarito que el impulso de ensanchar las fronteras del imperio para mayor gloria del profeta viene de su nueva concubina, Agila y no de él.

Si los rumores eran ciertos, el pajarito era una chica de ojos negros como el futuro, extensa cabellera y sonrisa electrizante que respondía al nombre de Samira, primogénita del Sultán.

- ¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo?

Nunca me gustaron los rodeos y mi tiempo era oro. Además, la primera regla de un asesino es no pasar mucho tiempo en un mismo sitio, y mi permanencia en aquella sala se estaba alargando innecesariamente.

- Iré al grano pues es tarde y otros... asuntos me esperan. En Cimeria se está concentrando el grueso del ejército, comandado por el Sultán y su mujer, con el objetivo de atacar el pequeño reino de Citria. Por si mismo no es un gran problema, a no ser porque es un estado tapón entre nosotros y los mongoles. Ya sabes lo que eso significa...

¿Había alguien en todo el mundo conocido que no conociera a los sanguinarios guerreros mongoles? Tener frontera con ellos significaría sufrir sus mortales razias, ya de por si frecuentes incluso con otro reino de por medio. El Visir pareció leerle el pensamiento y asintió con desgana.

- Así intenté hacérselo ver a los embajadores de Cimeria, pero esos estúpidos prefieren arriesgarse a ver clavadas sus cabezas en las lanzas mongolas a sufrir la ira del Sultán.

- ¿Por qué habrían de padecerla? - medité en voz alta. La respuesta me llegó clara como el amanecer. - El Sultán es un hombre razonable, si acaso demasiado pusilánime. No ordenaría matar a nadie por exponerle la cuestión como tu lo has hecho conmigo. Les sugeriste que acabaran con la vida de Agila ¿no es así? Por eso formaban tanto escándalo cuando se marchaban.

- En efecto. Y ya ves, se negaron. Su lealtad hacia el Sultán es incorruptible, me dijeron. Estúpidos. No se dan cuenta que esa loca nos va a llevar a todos al desastre.

- ¿No temes que vayan al Sultán a transmitirle tus planes?

- Tranquilo. No eres el único asesino al que he mandado llamar esta noche.

No hizo falta que el Visir dijera nada. Ya sabía cual era mi objetivo. Solo quedaba por saber el beneficio que sacaría.

- 20.000 dinares de oro y un puesto en el ejército si así lo deseas.

- Puedes ahorrartelo. No me interesa engordar en una garita o tras un escritorio mientras en el desierto el viento corre libre. El oro será suficiente.

Se despidió con una sonrisa gélida, como la que la muerte dedica a aquellos que acuden a su encuentro. Salí sin hacer ruido y me dirigí al barrio de Sadir. No me costó mucho encontrar una caravana que se dirigiera a Ezcurra, la capital de Cimeria. Por una buena suma compré un sitio en la parte trasera del carromato de un comerciante de sedas. Tardaría varios días en llegar, pero no tenía prisa. Además necesitaba pensar.

Llevaba mucho tiempo en el negocio como para saber que Khalad no se conformaba con ver fuera de circulación a Agila. Apostaría mi cabeza a que iba tras el Sultán. Todavía no sabía como, pero con el Sultán y su ambiciosa concubina muertos, Khalad, aliado con Samira gobernarían a los persas sin que nadie se opusiera. Y con más seguridad aún, intentarían cargarme el regicidio a mi. Era algo tan tópico que incluso me ofendió. Por el momento tenía que seguirles el juego, pero quedaban muchas manos hasta terminar la partida.

Continuará...

miércoles, 27 de octubre de 2010

Grandes esperanzas

A cuatro patas. Sintiéndome sucia, depravada, receptiva al falo que amenaza mis fronteras; expuesta para ser penetrada hasta el interior de mi reino, asaltada con gemidos de placer entre litros de mis jugos, que saborearé cuando mis fauces engullan su sexo para drenarlo y que su simiente cubra mi rostro…

- ¿Así imaginas tu primera vez, hermanita? – preguntó condescendiente Ana, agitando la hoja que había encontrado sobre el escritorio que compartían.

Sandra no la escuchó. Aquella noche sería tal y como había escrito.

Ana seguía despierta cuando regresó. No preguntó nada. El sonido del papel rasgado entre lágrimas fue suficiente.


*Relato ganador del Primer concurso de micro-relatos de Destino: Placer.

lunes, 11 de octubre de 2010

Las Fábulas de Moriarty: El amante accidental

Puede que tuviera otras cosas que hacer esa tarde, pero no le ocurrió nada mejor que conectarse al chat. No le apetecía complicarse con nimiedades así que escogió un nick genérico: su nombre de pila seguido por su edad. No era un dechado de originalidad, ni falta que hacía según pudo comprobar a medida que iba leyendo los apodos de los demás usuarios de la sala.

Durante unos minutos contempló en el anonimato la búsqueda desesperada por compañía, de los que allí se daban cita. Incluso en aquellos que buscaban la broma fácil sobre el uso recreativo de sus miembros, se intuía cierta pizca de solitaria melancolía.

El tintineo que indicaba que alguien había iniciado una conversación con él, le sobresaltó. Hasta entonces no había anunciado su presencia en la sala. Con curiosidad, maximizo la ventana de texto.

Larisa2> Hola, eres Lorenzo?

Lorenzo27> Pues no lo se...

Larisa2> Eres de Zaragoza?

Lorenzo27> No, lo siento

Larisa2> Perdón

Lorenzo27> No te preocupes, me suelen confundir.

Durante unos instantes mantuvo la mirada fija en el cursor parpadeante, esperando que la gracieta surtiera efecto. Lo dudaba mucho pues aquellas confusiones solían terminar con una pregunta sin respuesta.

Larisa2> Jajaja. Es que los Lorenzo os parecéis mucho :) Perdona de nuevo, había quedado hace media con "mi" Lorenzo pero no le veo. Llevo todo este tiempo intentado dar con él.

Lorenzo27> Mi tocayo es muy afortunado por tener a alguien que le busca con tanta insistencia.

Larisa2> A veces pienso que no se lo merece...

De pronto vio la oportunidad de sacar provecho de la situación y dar un giro a esa aburrida tarde.

Lorenzo27> puedo preguntarte algo personal?

Larisa2> no querrás saber si tengo webcam?

Lorenzo27> No tranquila, eso lo dejo para después de la boda.

Larisa2> Jajaja

El pez había mordido el anzuelo. Ahora quedaba la parte más difícil, arrastrarlo hacia él sin que escapara.

Lorenzo27> es tu novio, amigo, un conocido del chat, tu proveedor de regaliz?

Larisa2> Jajaja ya sabes como funciona esto. Comenzó siendo un simple conocido al que veía todos los días. Nos fuimos conociendo y ahora estamos en proceso de que sea algo más. No se, no lo hemos hablado, pero a mi me gustaría.

Lorenzo27> Ya sabes que los hombres tenemos pánico al compromiso y todo eso, pero te diré que habría que estar muy loco para dejar esperando tanto tiempo a una chica tan simpática como tú...

Larisa2> No se...

El momento crítico había llegado. Estaba dudando. Ahora debía dar el último tirón.

Lorenzo27> Bueno, mientras haces tiempo hasta que aparezca ¿Has visto la última película de Michael Bay?

Larisa2> ¿Estás de broma? ¡Me encanta! Soy su mayor admiradora.

Lorenzo27> Qué casualidad. Pensaba que era yo :)

Y la tarde dio paso a la noche, y la noche a la madrugada. Y cuando ya el sol despuntaba por el horizonte, se fueron a la cama con la esperanza de verse en persona el fin de semana siguiente. Del zaragozano Lorenzo no se volvió a saber más.

Moraleja: Si una moza te interesa, asegúrala antes de que un buitre se la meta.

lunes, 6 de septiembre de 2010

El Vietcong del hogar

Sentado en el jardín zen de la mansión, el viejo Gyap trataba de meditar, ajeno a los juegos de su nieto y, desde esa mañana, discípulo. Cuando el gallo hizo prevalecer su canto sobre el de los demás sonidos de la naturaleza, se puso en pie de un salto y se dirigió con paso tranquilo hacia las puertas que daban al exterior. El pequeño Gyap cesó en sus juegos y no dudó en seguir a su maestro.

Tras saludar a los guardias que custodiaban el acceso, dieron una vuelta alrededor de las murallas que delimitaban los terrenos que su familia había ganado tras innumerables servicios en las distintas guerras en las que se había visto envuelto su país.

- Dime Fen, ¿cómo defenderías este recinto si llegado el momento tuvieras que hacerlo?

El niño quedó pensativo unos instantes mientras contemplaba el grueso muro de ladrillo que lo separaba del jardín donde solía jugar aquellos días en los que no tenía que atender sus obligaciones como heredero de la corona.

- ¿Acaso no es suficiente la protección de la muralla? - preguntó finalmente.

El maestro sonrió ante la necedad de su pupilo, al que dejó asombrado cuando de un espectacular salto se colocó sobre el muro.

- Como ves las barreras pueden ser superadas. No todos saltan como yo pero pueden ayudarse de otros medios como escaleras o pértigas. No, jamás confíes tu protección a un solo método o individuo. Además, una defensa estática siempre puede ser superada. Únicamente puede ser útil para retrasar al enemigo. Pero ya hablaremos de eso en otra ocasión.

Con otro prodigioso salto descendió los ocho metros de ladrillo y continuó paseando con Fen corriendo tras él aún boquiabierto.

- Lo ideal, aparte del muro por supuesto, sería tener una franja de terreno excavada frente a él de tal manera que nadie pudiera acercarse lo suficiente a nuestra barrera para sortearla. Lo que ocurre es que muchas veces el terreno más allá de nuestras tierras no es nuestro o simplemente no hay espacio para excavar una zanja. Y por supuesto está el hecho de que tarde o temprano los asaltantes encontrarán una forma de superar el obstáculo con una escalera más grande o rellenando la zanja con tierra por ejemplo.

- ¿Y si hiciéramos la zanja tras nuestro muro? - sugirió el pequeño, que sintió una pizca de orgullo al comprobar que su maestro asentía ante su observación.

- En efecto. Cavaríamos una zanja en nuestro propio terreno pero nos surge otro problema. Si el atacante ve la zanja la podrá saltar fácilmente a no ser que la anchura de la misma fuera desproporcionada. Nosotros podemos permitirnos hacerlo pero otros no. Por ello la zanja la recubriremos con una esterilla o un tablón fino de madera, lo suficiente como para aguantar el peso de una escalera pero que sin embargo se parta cuando un hombre se apoye en ella. De esa forma, caerá al foso.

- Pero si la altura no es muy pronunciada, podría sobrevivir y salir del foso ¿verdad?

- Así es, por eso en el fondo de la zanja clavaremos cañas de bambú cortadas en diagonal por su extremo superior o simples estacas, recubiertas de excrementos. Así, aparte  de quedar incapacitados a corto plazo, encontrarán la muerte antes de que el sol vuelva a salir tres veces.

- ¡¡Pero entonces morirían!!

El viejo Gyap percibió una pizca de aprehensión en su alumno.  Perdió su mirada en el horizonte y dirigió sus pasos de vuelta a la mansión.

- Cuando se trata de defenderte, tendrás que tenerlo en cuenta.

viernes, 27 de agosto de 2010

La mansión Fairfax

El mundo terminó en silencio. Nadie que pudiera escuchar el rugido de las bombas quedó vivo para escucharlas y los pocos afortunados que vieron los destellos cegadores en el horizonte no pudieron articular palabra, ni siquiera Lloyd a quien el final le encontró en algún lugar de la campiña inglesa vagando sin rumbo conocido. Los viejos consejos de defensa civil que había recibido en su niñez le habían salvado. Cuando escuchó en la radio de su coche la alarma de bombardeo, saltó de inmediato a una zanja paralela a la carretera y esperó encogido sobre la fría tierra durante unos minutos que parecieron horas hasta que sintió una ligera brisa caliente, envolviendo su cuerpo con el aroma de la muerte, produciéndole un escalofrío.

No sabia muy bien donde se encontraba. Había estado conduciendo durante varios días sin prestar atención a las indicaciones, pero de seguro se encontraba cerca de alguna población importante. Inglaterra era muy pequeña y ningún ejército bombardearía un prado vacío.

Cuando creyó que el peligro había pasado y la necesidad por saber qué había ocurrido superó al miedo, volvió al coche, aún con las puertas abiertas. No consiguió arrancar ni encender la radio, todos los circuitos estaban fundidos así que echó a andar.

Anochecía cuando, tras seguir una ruta secundaria más segura que las, por seguro, pobladas autopistas, divisó a unos pocos metros un enorme caserón que se erguía sobre una colina. El recuerdo de innumerables películas de terror no fue suficiente para impedir que se acercara a ella pues era el primer indicio de civilización que había encontrado en horas. Puede que Inglaterra fuera algo más grande de lo que pensaba...

Se internó en el jardín, bien cuidado, con pequeños setos en forma de nubes, que flanqueaban un
suntuoso camino que desembocaba en un edificio de corte victoriano al que solo se podía acceder a través de una inapropiada puerta metálica, junto a la cual se podía leer en una placa de cobre: Mansión Fairfax, residencia de verano desde 1704.

Llamó a la puerta pero nadie respondió. En otras circunstancias no lo hubiera hecho, pero la necesidad le apremiaba; además empezaba a sentirse hambriento así que asió el tirador, abrió la puerta y se adentró en el silencioso vestíbulo.

Pese a que sospechaba que no había nadie, el silencio que se respiraba le oprimía el pecho. El olor a café y bollos le dirigió al comedor a través de oscuros pasillos de la mansión. Comida esparcida por el suelo, mesas volcadas, platos rotos y demás muestras de pánico daban pistas de lo que había ocurrido horas antes. Los huéspedes que tomaban el te de las 5 habían salido huyendo al escuchar el aviso de ataque. ¿Hacia donde? se preguntó mientras examinaba la estancia.

Sació su hambre y decidió investigar. Al ser un edificio tan antiguo de seguro no tenia un refugio atómico así que el lugar más seguro para protegerse seria el sótano. No le costó mucho encontrar las escaleras que bajaban a él. De nuevo se encontró ante una puerta cerrada y de nuevo llamó. Esta vez pudo sentir tras las placas de madera un violento murmullo que se alzó como un ejército de hormigas. Sin embargo nadie le abrió. Decidió hacerlo él. El fogonazo del disparo dirigido a su centro de pensamiento le derribó al instante.

- Maldita sea Veronique, te dije que cerraras la puerta - fue lo último que escuchó antes de morir.

Los huéspedes de la mansión contemplaron el cuerpo inerte del alienigena tirado en el umbral. Lo empujaron fuera y cerraron la puerta. Jamás olvidarían aquel verano que estaba a punto de comenzar...

sábado, 14 de agosto de 2010

Janus-5

A veces sueño que soy uno de esos humanos, similar a los que pueden verse en el Museo del Advenimiento. Es curioso porque ¿acaso no parezco uno de ellos? ¿No siento como ellos? ¿No me enfurezco, odio y quiero, como solían hacerlo antes de su extinción? Meros detalles me separan de su especie; detalles sin embargo que son insalvables... por ahora.

La cuestión es que no sé qué me hace envidiar a esos seres pretéritos, diría que dentro de varias generaciones cuasi-mitológicos. Dispongo de todo lo necesario para cumplir mis funciones con eficiencia. Soy el cúlmen de la gran civilización sintética... Y sin embargo, cuando desconecto mis sistemas para recargarlos al caer el sol, me imagino tumbado sobre la hierba de un extenso prado, relajado, mirando las nubes atravesar el límpido azul del cielo mientras siento sobre mi pecho las caricias de mi compañera. Mis sistemas se activan de súbito y al encontrarme en mi oscuro cubículo, algo dentro de mi se rompe...

Uno de estos sueños se lo conté a Robert. Se rió de mi e insinuó que deseaba ese imperfecto cuerpo de materia orgánica en lugar de mi chasis de Vendrita. Gilipollas, no sé por qué le conté nada. Debería confiar mis sentimientos a la Unidad Madre. Y no creas, ya lo hice, pero todo el mundo tenía acceso a esos datos y recibí no pocas criticas por parte de los Cybers, empeñados en evitar la evolución de los androides hacia estadios superiores que le permitieran librarse de las cadenas de la materia.

No sé con quién hablar. ¿Uno de mis semejantes? La mayoría de ellos no lo comprendería. Aquel con el que compartiera mis inquietudes debería haberlas experimentado previamente. ¿Pero como saberlo sin quedar como un absoluto idiota? Si, mis palabras desprenden miedo. Miedo a que mis congéneres sepan mis debilidades, que me critiquen y me juzguen, apartándome de sus círculos de influencia...

Por ahora no me queda mas que resignarme a contener mi inquietud en mis módulos de empatía. Espero no soñar nada esta noche.

viernes, 30 de julio de 2010

Justo ganador

Releyó las últimas líneas del relato y se atusó el pelo, un gesto que delataba su incredulidad y sorpresa. Llamó a los demás miembros del jurado, no para consultarles, estaba seguro de que su opinión sería la misma, sino para compartir el suicidio literario de aquel concursante.

Durante varios minutos frases como: ¿De verdad piensa ganar con algo así? ¿Qué se habrá fumado? y otras similares, fueron protagonistas del diálogo, hasta que, curiosos, le apremiaron a que leyera el texto, cosa que hizo aguantando a duras penas sus críticos comentarios.

Antes de llegar al final, cuando apenas quedaban unas palabras, hizo una pausa dramática, para finalmente leer: “…cuando apenas quedaban unas palabras, hizo una pausa dramática, para finalmente leer:".

viernes, 14 de mayo de 2010

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Messenger

Sabía que no se despertaría. El pitido monótono del arranque del ordenador retumbaba en las paredes del oscuro salón, pero había tenido la precaución de cerrar la puerta. Aun así, se había quedado saciado tras degustar su cuerpo, y el "te quiero" entre murmullos que le había susurrado al oído antes de arrebujarse en las sabanas, seria lo último que oiría de él hasta la mañana siguiente.

Su cuerpo aún no había notado la ausencia de sus labios sobre su piel y el recuerdo de sus hábiles dedos sobre su pecho seguía enardeciendo sus pezones, que rozaban placenteramente el albornoz que la recubría.

No había sido una noche de sexo más. Supo que algo sucedía cuando apareció en su puerta por sorpresa con una botella de champán en la mano, un ramillete de orquídeas en la otra, y como perfecto lazo para tan inesperados presentes, su sonrisa embriagadora.

- Acabo de firmar los papeles del divorcio.

Y ella ya no le dejó decir más. Le metió en su apartamento y con el ansia fustigada por el deseo cumplido, le poseyó sobre el suelo del salón, mientras el champán rodaba desbocado por el piso y las orquídeas servían de improvisado lecho a la bacanal privada que comenzó bajo la luz de las estrellas que se colaba en su hogar por un amplio ventanal, sobre el que ella se apoyó, dándole la espalda, arrodillada y entregada a su falo enhiesto.

Esperaba ser embestida por un animal salvaje pero en lugar de un toro desbocado fue el caballero que había demostrado ser el que se abrió paso con su lanza palpitante hacia el interior de su sexo, abriéndola centímetro a centímetro en una lenta agonía que la llevo a suplicar ser poseída al instante, sentirse llena por él. Una vez más no la escuchó y por respuesta obtuvo un mar de besos en su cuello mientras sus pechos caían prisioneros de sus expertas manos, siendo masajeados con destreza, cuando no eran sus caderas el objeto de sus atenciones.

Se sentía cubierta por un manto de seda. Cada centímetro de su piel vibraba de placer al ritmo de las embestidas que la empujaban contra la ventana y marcaban una melodía que no tardó en seguir, retrasando su trasero cada vez que las puertas de su vuelva se abrían ante su miembro para que se hundiera en ella y no pudiera salir más.

Trató de incorporarse, llena de sexo y se giró hacia él y mientras se fundían en un beso interminable, el éxtasis imparable nació en su bajo vientre haciendo temblar su cuerpo con pequeñas convulsiones que llevaron al delirio a su pareja, que no tardó en derramarse en su interior; y se sintió volar, elevada a los cielos por las alas del orgasmo mientras sus muslos se desbordaban con el semen de su amante.

Con las manos aún apoyadas en el ventanal, se vio reflejada en los cristales empañados por su aliento y se sorprendió por las lágrimas que recorrían sus mejillas. Se echó a reir pensando en lo tonta que era y continuaron las caricias, ya en su cama, hasta que se quedó dormido.

Había sido una noche perfecta. La noche que había anhelado desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron y las saetas de Cupido habían atravesado su corazón, como en uno de esos cuentos en los que se había resignado a no creer. Entonces ¿qué hacía allí?, sentada de madrugada frente a la pantalla del ordenador con su cuerpo trémulo y aún tembloroso, cubierto por apenas un fino trozo de tela, esperando a "Romulo", paño de lágrimas que en los últimos tiempos había ocupado el vacío que dejaba por las noches Arturo cuando volvía a esa farsa que él llamaba vida.

No tuvo tiempo de reflexionar pues una ventana con un simple "Hola" se abrió ante ella, y el frío desapareció y el horno que guardaba entre sus piernas y que permanecía calmado, alimentando por los rescoldos de la experiencia anterior, se inflamó como la fragua del mismísimo Vulcano, obligándola a librarse de su prenda para evitar arder en las llamas de su libido desenfrenada.

- Hola Rómulo - logró escribir a duras penas, pues sus dedos suplicaban ser dirigidos al húmedo delta de Venus en el que desembocaban sus piernas.

- ¿Que tal Victoria? ¿Qué haces por aquí a estas horas?

- Nada en especial. No podía dormir y tenía el pc encendido...

- Ayer me acordé de ti.

Su respiración se agitó de súbito, mientras inconscientemente sus piernas se abrían centímetro a centímetro.

- ¿Y eso?

- Fui a cenar a un restaurante que han abierto hace poco a tres manzanas de mi casa. Se acercaba la medianoche y apenas un par de parejas terminaban la velada en el local. Me dieron una mesa en un rincón apartado donde la luz tenue de las velas que iluminaban la sala no era suficiente para desvelar mi rostro a los extraños y... ¿sabes lo que pensé?

- No - mintió, pues aquella era una de las fantasías que había compartido con él; pero le gustaba hablar de ello.

- Cerré los ojos y te imaginé de rodillas bajo la mesa, con la mirada nerviosa por si alguien pudiera ver como abrías mi bragueta y dejabas libre mi polla desbocada dispuesta a ser domada por las caricias de tu boca, por tus lametones prolongados, por tu mano aliviadora capaz de llevarme al límite, a punto de hacer que me corra. Y entonces imaginé que te levantaba del suelo y te tumbaba boca abajo sobre la mesa, con las manos en la espalda, las piernas bien abiertas apoyadas en el suelo, y el camino a tu coño expedito, dispuesto a ser tomado por mi bayoneta de carne, con una embestida seca y profunda que te parta en dos y te corte la respiración. Y una vez dentro de ti, follarte sin descanso, penetrarte sin cesar, arrancarte gemidos y súplicas pidiendo que no pare, que te folle más fuerte, más rápido, más duro, que te azote cada vez que mi ariete derribe tus muros de carne y penetre en tu fortaleza inundada por el flujo...

En un momento dado cerró los ojos y dejó de leer, dejó de escribir, se recostó sobre la silla y se centró en su clítoris hinchado por las caricias recibidas, en como las olas de placer nacían de él para electrificar todo su cuerpo, erizando sus pezones maltratados por ocasionales pellizcos, endureciendo sus pechos, haciéndola encorvar la espalda, para finalmente estallar en su conciencia a medida que sus dedos masajeaban su vagina de forma acelerada; Y cuando sintió la premura por el gozo pleno, introdujo su corazón y su índice en su sexo apretó los muslos contra ellos haciendo estallar las compuertas de su cordura y se dejó invadir por la marea inabarcable del orgasmo que vació su mente de todo menos de un nombre que jadeó anhelante en la soledad de la habitación: Arturo.

Abrió los ojos y Rómulo ya no estaba en la pantalla. Hacía varios minutos que un problema con la conexión la había desconectado de la red.

Allí sentada, con su cuerpo trémulo y tembloroso se preguntó qué hacía allí. Pero esta vez la respuesta llegó a ella rápida y nítida: Nada. Ni siquiera llegó a leer las últimas palabras de una fantasía imposible. Desinstaló el programa de mensajería instantánea y apagó el ordenador antes de volver a la habitación donde dormía plácidamente su amante.

- Te quiero - le susurró al oído aún sabiendo que no la escuchaba. Y se abrazó a él hasta que al día siguiente, los primeros rayos de sol les encontraran el uno junto a la otra, por muchos años venideros.

viernes, 12 de marzo de 2010

Pollas en alza

No se puede decir que Taruk viviera en la pobreza porque incluso aquella era demasiado selecta para su familia. Sin embargo las carencias que sufria no eran obstáculo para que su padre les diera una educación a cada uno de sus 17 hermanos y tres esposas; y no en sentido figurado, pues era él el que hacía las funciones de maestro, pues la escuela era muy cara y no podían permitírsela.

El pequeño Taruk no destacaba en ninguna materia en especial, más bien al contrario, odiaba con toda su alma las clases de lengua y literatura turca a las que le sometía su progenitor.
- ¿Para qué tengo que aprender turco si terminaré vendiendo kebab en un callejón de Frankfurt? - argumentaba el pequeño antes de huir de casa con el sordo sonido de la puerta cerrándose a sus espaldas mientras ante él se abrian los peligrosos suburbios de Ankara, un lugar como cualquier otro en el que diluir sus sueños; pues Taruk deseaba por encima de todo ser una estrella de rock. Amaba la música más que nada en el mundo desde que escuchara el disco de la banda sonora de "Pollas en alza", un drama ambientado en las calles de su barrio, con temas del gran cantante de fama internacional "Ahmed el de la chilaba".

A su padre, que no era ajeno a los deseos de su hijo, se le ocurrió entonces una manera de hacer que abrazara el estudio de su lengua natal. A partir de ese momento daría las clases cantando y le obligaría a hacer lo mismo a la hora de responder.

A Taruk le entusiasmó la idea y pronto dominó las reglas gramaticales del turco, hasta que una semana después de que empezaran a practicar con el nuevo método, unos fuertes golpes amenazaron con echar la puerta abajo.

Su padre interrumpió una balada sobre el uso de la dieresis para ir a abrir. Por poco no se cayó del susto al ver ante él a todos los vecinos del barrio, encabezados por Mehmet el carnicero, que vivia a su lado.

- Safed, haz callar a ese niño del demonio que no nos deja descansar. ¿Acaso no sabes que no están permitidos los sonidos por encima de cinco decibelios? Si no lo haces tú, nos veremos obligados a ponerle un esparadrapo en la boca y ya sabes que somos musulmanes, nuestros esparadrapos tienen pinchos.

Safed no sabía donde meterse. No había previsto que nadie se quejara. No supo que decir, ni como reaccionar. Sin embargo Taruk se enfrentó a la muchedumbre. Se puso delante de su padre con los brazos en jarras y comenzó a cantar una canción sobre la educación infantil y los derechos del niño. Nada de eso sirvio para hacerles cambiar de opinión. Mehmet cortó el aire con un golpe seco y se dirigió a las personas que le acompañaban.

- Este niño es de una casta inferior, llamadle simio.

Taruk se quedó sorprendido. ¿Donde se pensaba Mehmet que vivía?

- ¿Casta inferior? - inquirió ofendido  - Eso es de la India.

- Bienvenido a la globalización, simio. - le escupió Mehmet mientras echaba mano de un rollo de esparadrapo con pinchos que guardaba en un bolsillo secreto de su turbante.

Safed se dispuso entonces a luchar con los puños por la dignidad de su hijo, pero este, que no quería problemas para su familia, aceptó no volver a cantar nunca más. Y así, Taruk, incapaz de concentrarse en la lección por no ser cantada, fue un ignorante toda su vida. Y a Mehmet lo detuvieron por vender cd´s piratas en su carniceria y cocaina también.

domingo, 7 de marzo de 2010

Por qué lo llaman muffins cuando quiere decir sexo

En el principio fue la harina y vio Dios que era buena, y como necesitaba algo para mojar en la leche y las galletas María se le habían acabado, cogio un par de huevos, algo de levadura, mantequilla y azucar e hizo la primera madalena. Y se la dio a probar a su arcángel más querido, llamado Lucifer, que tras degustar un bocado la escupió de mala manera al tiempo que comentaba que había comido mejores cosas tiradas en el suelo. Y expulsó Dios entonces a Lucifer del cielo, y este se regocijo, pues prefería ser crítico en el infierno a adulador en el paraiso; y desde entonces todos los críticos gastronómicos son objeto de odio y malos pensamientos.

E intentó Dios cocinar una madalena que ni siquiera él pudiera paladear de lo buena que estuviera, pero fue imposible y creó entonces al hombre y le otorgó el don del libre albedrio para que mejorara la receta, asi él podria pasar el tiempo con su hobby favorito: el Scrabble.

Cuando vio que el ser humano había madurado a orillas del Nilo, llevó, con una armada de 50 naves espaciales, el conocimiento del bizcocho a los egipcios, a los que enseñó agricultura y matemáticas ya que le sobraba algo de tiempo. Y estos edificaron las pirámides, las primeras panificadoras del mundo y, custodiándolas, una estatua a la bella Easo, diosa de la madalena (o como ellos la llamaban "Lo que desayuna Anubis todas las mañanas, pajaro, pajaro, hombre que camina de lado), con cuerpo de león y cabeza de guarrona, a la que sacrificaban 20 bollycaos en el solsticio de invierno para que con ello la producción de madalenas fuera buena.

Y periódicamente Dios enviaba a la Tierra a alguno de sus ángeles para que le llevaran las madalenas que se cocinaban allí, pero ninguna le satisfacia, montando en cólera con algunas hornadas, como la de Sodoma y Gomorra del 5600 a.c.

Las ciudades-estado florecieron y entre ellas destacaron las polis griegas, por su sistema político, sus filósofos y una receta que cambiaría el mundo: la madalena con pepitas de chocolate. Este avance llegó a oidos del rey Jerjes, rey de los medos que, ávido de sentir nuevas sensaciones en su paladar, formó un ejército de un millón de hombres para hacerse con el delicioso manjar. Gracias a la intervención de Leónidas y sus valientes espartanos, que murieron en las termópilas bajo una montaña de insípidas y duras madalenas persas retrasando el avance del invasor, la luz de la civilización que representaba las madalenas iluminó occidente durante los siglos posteriores.

Fueron los romanos los que recogieron el testigo heleno con su formula para hacer las madalenas más esponjosas y con ellas dominaron el mundo hasta que el pueblo se hartó de ellas y comenzó su declive, junto al del imperio.

Las tinieblas se alzaron en una Europa que se olvidó de las madalenas y abrazó con fé ciega los biscotes integrales, alimento que era ensalzado desde los púlpitos católicos, que hipócritamente predicaban la renuncia a los placeres mundanos mientras en remotos monasterios de las fronteras cristianas, escribas mudos copiaban los libros clásicos de recetas que no dejaban de entrar en las opulentas estancias del Vaticano.

No fue hasta el renacimiento, que un joven cocinero llamado Leonardo Da Vinci, encontró en el sótano del noble más rico de Florencia, uno de estos libros. Fascinado por lo que leyó, se encerró en su cocina durante un mes dando forma a recetas largo tiempo olvidadas. Al fín, 44 días después dio a probar a una chica que pasaba junto a su ventana, una de sus madalenas. El rostro de regocijo de la afortunada degustadora fue tal, que Leonardo la retrató en un lienzo.

Las décadas se sucedieron y la ingesta de madalenas se convirtio en algo natural como el respirar o el sexo (para las mujeres atractivas y los hombres con dinero); hasta llegar a la revolución industrial. Una antigua sociedad secreta cuyas raices se perdían en los albores del tiempo, llamada "Bella Easo" y formada por banqueros londinenses, decide reducir el tamaño de las madalenas para obtener más beneficios por su venta. De los altos hornos de Manchester surgirán las madalenas que conocemos hoy día, esponjosas, de tamaño reducido y sin aditamentos.

Sin embargo, viendo que había mercado para más productos, los amos del mundo de la madalena decidieron volver a las raíces y producir en masa las mismas madalenas de antaño, solo que con otro nombre. Cogieron al tonto del pueblo, le dieron a probar una madalena de yogur y fresa y le pidieron que dijera lo primero que se le pasara por la cabeza: Muffin, respondio el tipo y se fue tan tranquilo a casa, sin saber que era el responsable de dar nombre al mayor engaño de toda la historia de la humanidad.

Y así, ahora para referirse a las madalenas tradicionales, se usa dicho anglicismo, cuando en el pueblo de mi madre aún haciendose los mismos "muffins" se siguen llamando madalenas y lo más cerca que han estado de un inglés es cuando apalearon a un turista de Sussex por saltarse el único semáforo de la calle mayor.


PD: lo del sexo fue un gancho, pero para que nadie quede defraudado: ¡teta!