viernes, 4 de julio de 2008

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Armand

Había pasado la tarde en las nubes, mirando el reloj más que a la pantalla de su ordenador, imaginando cómo seria tenerlo entre sus brazos, más que terminando el informe de contabilidad. Le era imposible trabajar sabiendo que en su casa la esperaba su largamente esperado Armand: su novio, amante, compañero de cama, amigo, todo eso y mucho más, siempre que podía viajar a la ciudad para estar con ella, lo cual por desgracia, no era muy a menudo.

Dos meses llevaba sin sentir sus recias manos sobre su cintura, sin saborear sus dulces labios, sin sentir la dureza de su miembro en su vagina, que, a esas horas de la tarde, a pocos minutos de terminar su jornada, comenzaba a derramar sus jugos, anticipándose a las atenciones con las que sería colmada.

Cuando la alarma de su móvil suena, corre hacia su casa, movida por el deseo que quema sus entrañas y que da alas a sus piernas torneadas y suaves, que la llevan durante lo que le parece una eternidad, a los brazos de su hombre.

Al abrir la puerta lo encuentra en el salón, dormido en el sofá, descansando tras el largo viaje desde París.

Se acerca a él sin hacer ruido, se arrodilla ante su cara y lo contempla con dulzura. No es especialmente guapo, pero a ella le gusta. Como si presintiera su presencia, Armand abre los ojos. Se miran fijamente y aunque fue la lujuria la que azuzó su espíritu, ahora, ante él, no es un instinto primario, sino el amor, el que guía sus labios hacia los de él, para besarlo con ternura y un cariño infinito.

No hay palabras de bienvenida, no hay saludos innecesarios, solo caricias ansiadas durante demasiadas noches y besos compulsivos, tumbados en el sofá, mientras exploran sus cuerpos en busca de terrenos amigables, hollados con anterioridad..

Se siente ligera como una pluma cuando la coge entre sus brazos, la levanta del suelo y la lleva en volandas hacia la mesa de caoba que preside la habitación. La sienta en el filo y abre su blusa, dejando al descubierto sus generosos senos, cubiertos por un sujetador que no tarda en desaparecer del camino de la lengua de Armand, que lame con meticulosidad la periferia de sus pezones, endureciéndolos con tan sólo percibir su cercanía y lanzando descargas de placer que la hacen estremecer cuando los labios de su amante se apoderan de ellos, chupándolos con fruición, pellizcándolos con delicadeza, al tiempo que sus dedos se apoderan de sus pechos, haciendo rebosar su carne entre ellos. La rudeza de sus caricias contrasta con la delicadeza de sus besos…

Armand enrolla su falda a la cintura y se desprende de la ropa interior, empapada de excitación. Ella abre las piernas invitándolo a entrar al fondo de su ser. El ofrecimiento es aceptado sin dilación y tras deshacerse de sus pantalones, despliega su palpitante falo, que apunta con impaciencia al centro de su vulva.

Cuando la imponente verga se abre camino entre sus pliegues carnosos, se abrazan con fuerza, juntando sus pechos, uniendo sus corazones desbocados por la pasión, enlazando sus lenguas como dos enredaderas, incapaces de desligarse la una de la otra. Y mientras se miran a los ojos y ven en ellos el reflejo del amor del uno por el otro, él la penetra lentamente, amándola con cada embestida, creando oleadas de placer que se estrellan en su mente, ahogándola, uniéndolos en un torbellino de frenesí que la hace abandonarse, dejando el control de su consciencia a sus sentidos.

Entre gemidos entrecortados, se recuesta sobre la mesa, rodea con sus piernas su cintura empujándolo contra ella y deja que su marido, su amante, él, la posea y la haga suya, haciéndole olvidar la distancia, los problemas, ¡TODO!

Un estremecimiento en él, le advierte que está a punto de derramarse en su interior. Le suplica que se detenga. Lo hace a regañadientes pues ha esperado mucho por ese momento, pero quiere complacerla.

Ella baja de la mesa, se arrodilla delante de él, apoya los brazos en el suelo, y así, a cuatro patas, como un animal salvaje, le pide que la cubra. Ya no más dulzura, no más consideración, quiere ser follada, sentirse una mujer deseada. Que piense que es una calentorra, no le importa. Quiere sentir los golpes de cadera de Armand contra sus nalgas mientras su pene horada su carne suplicante, quiere sentirse explotar, desde el bajo vientre a la cabeza, desde sus pechos hinchados a su sexo chorreante. Quiere sentir el orgasmo que ya llega y ya no gime, grita, y se libera del tiempo sin compañía, se libera de la tensión diaria, de la rutina de su vida….

Tras alcanzar el orgasmo, vuelve a donde siempre estuvo, a su cama solitaria y fría, sólo habitada por su cuerpo agonizante de placer, aguijoneado por el dolor, golpeado por la tristeza, encendido por sus diestras manos… Y en silencio, desnuda sobre las mantas que una vez compartieron, llora, pues Armand ya no volverá a poseerla jamás, sólo en sus recuerdos.

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