martes, 14 de diciembre de 2010

La mujer que exclamaba al viento su afición por las bolas chinas

Doris era una triunfadora del pisito, como gustaba de llamarse en las fiestas ibicencas que se organizaban en las mansiones más imponentes de la costa. En ocasiones el anfitrión era uno de sus amigos; en otras, eran importantes magnates de todo tipo de negocios. Estas eran de lejos las más interesantes pues usaba sus malas artes y sus dones naturales para colarse en ellas y tratar de vender las soluciones habitacionales de alto standing de su cartera de activos a los adinerados asistentes aprovechando el furor artificial provocado por ríos de diversión en forma de pastillas y demás sustancias excitantes. Básicamente compraba casas de lujo para luego revenderlas, sacando un jugoso beneficio entre medias.

Su dominio de la dialéctica le permitía hacerse con la conversación sacando a colación temas triviales para a continuación, como quien no quiere la cosa, exponer los beneficios de poseer un chalet en la sierra. No solían picar el anzuelo facilmente pero alguno que otro, por fortuna para su cuenta corriente, lo hacía. Sin embargo había a quien molestaba ser abordado por cuestiones tan mundanas como el dinero o las propiedades. Si alguna vez su interlocutor se había percatado de su rol descarado de comercial encubierta, había sorteado el escollo con un momento de desahogo en el baño con el sagaz desenmascarador, que pasaba a desenmascarado pues como seguro, no dudaba en grabar con su móvil de ultima generación hasta el más mínimo detalle del encuentro con aquellos babosos decrépitos. Mientras se retocaba con el pintalabios frente al espejo se preguntaba por qué los guapos con dinero eran tan escasos. Pero el momento de reflexión duraba poco y acto seguido elegía otra víctima segura de que su coartada como alegre fiestera permanecía intacta.

Cuando era una mujer la que amenazaba con revelar entre los asistentes su condición de vendedora, trataba de desviar la conversación comentando que ella se dedicaba al diseño de juguetes eróticos, pues había recibido en herencia un emporio de látex, no de ladrillo. Acto seguido abría su bolso y sacaba un consolador o unas bolas chinas que no dudaba en mostrar sin pudor. Risas contenidas solían responder a dicha ocurrencia y cuando no era así, se disculpaba y huía del lugar de la forma más discreta posible.

Cuando el frío arreciaba y las fiestas se hacían demasiado exclusivas incluso para ella, se dedicaba a vivir de las plusvalías, un concepto que la había aburrido durante sus clases de ADE pero que había despertado su interés cuando había visto su equivalente real en forma de fajos de billetes con los que costearse un ático en el centro, un Porsche en el garaje y un armario repleto de zapatos y bolsos que sería la envidia de Imelda Marcos. La vida le iba muy bien y el mañana era un puente muy lejano que no se planteaba cruzar hasta que la naturaleza la privara de su explosiva belleza o su hambre de riqueza se viera saciada: lo que ocurriera antes.

Sin embargo la crisis económica que sacudió de improviso el mundo, hizo lo propio con su negocio. Los signos de que los buenos tiempos no serían eternos habían estado ahí siempre, pero ella nunca les prestó demasiada atención, emborrachada de dinero como estaba. Un par de años después del rescate de los grandes bancos, las fiestas ya no eran tantas y los asistentes ya no tenían dinero de sobra para invertir en otra mansión en un rincón perdido del país. Ya ni siquiera aceptaban acompañarla a un rincón apartado cuando notaba que la conversación empezaba a molestarles, simplemente le daban la espalda y la ignoraban, dejándola con una gran deuda que se vio incapaz de pagar.

El invierno siguiente fue duro. Los bancos embargaron sus posesiones dejándola en el pequeño ático sin muebles que una vez perteneció a sus padres, en un edificio a las afueras de la ciudad, lejos de lo que podría considerarse la civilizacion. Pero allí donde otros se hubieran achantado, ella decidió mirar hacia delante con optimismo. Al fin y al cabo no le habían quitado todo, aún estaba en su poder la mayor cadena de sex shops del país e iba a hacerlo valer.

Salió al balcón para disfrutar de la ligera brisa matutina y marcó el primer número de la agenda de su teléfono.

Yo me dirigía como tantos días a un parque cercano a casa cuando, gracias a la buena acústica del lugar, me llegó la voz diáfana de una chica cuyas palabras atrajeron mi atención: "Las bolas chinas son lo mejor, yo las uso al menos una vez al día, a veces he ido incluso a trabajar con ellas puestas..."

Sin detenerme por si era una trampa que acabaría con mi cartera vacía y mi ropa en posesión de algún maleante, compinche de aquella mujer, continué mi camino y decidí escribir su historia e inmortalizarla en estas lineas. Luego más tarde volví y le compré dos.

2 comentarios:

  1. jejeje, y con final feliz!!!
    Un abrazo!

    (P.D.:Todo el mundo debería ir a trabajar con semejante arminículo alojado en la gatera...sobre todo si te dedicas al servicio de limpieza de duchas en penales de máxima seguridad...)

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  2. Jajaja Creo que en ese supuesto preferiría estar en el paro :)
    Un abrazo!!

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