Ese no es su verdadero nombre, por supuesto. Hay que ser muy mala persona para llamar a tu hijo como un personaje de dibujos animados, a no ser que le pongas Goku, Oliver Atom o El caballero del Dragón. Los padres de Jimmy, por fortuna, no carecían de sensibilidad y por ello bautizaron a su primogénito con un nombre aburrido y común como Daniel. O quizás no, no lo se, pues no he tenido trato con él más allá del odio frío y cortante que le proceso. Si le he puesto Jimmy Neutron es por el desproporcionado tamaño de su cabeza, de volumen similar a su ego.
Nació en una familia feliz aunque contenida, de esas que celebran los cumpleaños con calculados tirones de oreja ajustados al reglamento. La religión de sus padres les prohibía hacer grandes demostraciones de alegría, las cuales debían compensarse con agrias discusiones.
A los dos años Jimmy comenzó a pensar que eso era un camelo, y que si sus progenitores discutían era porque su madre no entendía las tendencias polígamas de su padre. Y así se lo comunicó la mañana de Reyes. Este razonamiento era propio de un niño de, al menos, 5 años y por ello le llevaron a un psicólogo, que le diagnosticó una severa fijación por objetos fálicos y una inteligencia fuera de lo común que deberían estimular. Años después el psicólogo relacionó ambas cuestiones, aunque su teoría solo obtuvo cierta repercusión en los círculos académicos de San Francisco.
Lo primero que hicieron para desarrollar su intelecto, fue darle un ajedrez, pero Jimmy se comía las piezas. Con el profesor particular de Matemáticas se pasaba las tardes hablando de Beyblade, y no aprendía nada. Así que al final le regalaron un violín, y pese a ser la primera vez que lo tocaba, ejecutó una pieza de Paganini con gran maestría. Así que en eso destacaba, pensó su madre satisfecha, pues con su vástago reconducido por la senda de la vida, podría echarse a la bebida y olvidar al putero de su marido junto al que permanecía porque al menos tenía un buen trabajo.
Sin embargo los problemas no acabaron ahí. Fue el comienzo de una larga lista de quebraderos de cabeza. Resultó que las agudas notas que arrancaba el niño al instrumento, por muy hermosas que fueran, enloquecían al cocker spaniel del cuarto segunda, que no cesaba de ladrar hasta que los ensayos terminaban. Como es lógico, los vecinos se quejaron en reiteradas ocasiones, aunque no fue hasta recibir un anónimo que decía: ¡Niño cabrón!, que no decidió cambiar el violín por un menos chirriante piano. En cualquier caso aquello no cambió la opinión de la vecindad, que continuó con sus amenazas hasta obligarles a marcharse del edificio.
Fue en vano. Allá donde iban eran expulsados, sin importar qué tocara. A todo el mundo molestaba. Se embarcó en un éxodo que duró un lustro y durante el cual, pese a todo, logró dominar casi todos los instrumentos. Hasta que llegó a mi barrio un caluroso verano de Eurocopa, en el que mantener las ventanas abiertas pasaba de ser de mera cuestión estética a una decisión entre la vida o la muerte.
Aquí, por primera vez en su vida, encontró la aceptación de sus congéneres, pues tuvo la fortuna de recalar en un pequeña casita junto a la que vivían un grupo de gypsis, que no solo no estaban disgustados con su música, sino que aprovechaban los momentos en que ensayaba, para hacer bailar a su cabra del hogar.
Desde mi habitación, a un par de calles más allá, le escuchaba tocar con meridiana claridad pese a la distancia, en las calurosas noches en que, asomado al balcón mirando a las estrellas, buscaba inspiración con la que impregnar los poemas que escribía a mi amada en aquel momento y que luego resultó ser una zor... Era agradable oírle ejecutar "Para Elisa" al piano con acompañamiento de palmas de los gypsis, mientras, no sin cierta dificultad pues un par de adosados se interponían en mi campo de visión, contemplaba a la cabra subir y bajar una pequeña escalera al ritmo de Beethoven.
Pese a no ser muy comprensivo con aquellos que ponen la música alta, siendo mi política la de matarlos a todos, las canciones que tocaba eran suaves y me servían de improvisadas nanas con las que dar la mano a Morfeo y encaminarnos a Sión en busca de un orgiástico sueño. Hasta que llegó aquel partido de infausto recuerdo: España - Italia del grupo de clasificación.
En agradecimiento por tantas tardes de acompañamiento musical, los gypsis le regalaron a Jimmy el único instrumento en el que todavía no había puesto sus manos: una vuvuzela; un invento del diablo hecho para alterar el equilibrio del universo y de paso mis nervios. El niño animó como si estuviera en juego su vida, soplando con tanta fuerza que si no tuvo necesidad de recurrir a un balón de oxígeno tras el partido, poco le faltó.
Aguanté como pude las dos horas de terror sonoro esperando que una vez finalizado el lance las aguas volvieran a su cauce. Pero no. Se ve que Jimmy le cogió fijación al aparato y no había día en que no dedicara a darle a la vuvuzela durante horas. Creo que intentaba componer algo con ella, pero aquello sonaba como si estuvieran torturando a un gato. Y entonces comencé a odiarle. Ligeras pinceladas de odio al principio, que se convirtieron en oleadas de tirria la noche previa a una cita, en que sus estridentes zumbidos no me dejaron dormir, con el consiguiente empanamiento al día siguiente que puso en peligro el éxito del mencionado encuentro.
Desde ese momento, Jimmy Neutrón dejó de ser un vecino más para convertirse en mi archienemigo de aquel año: El insidioso niño de la vuvuzela. Nuestra lucha es ya legendaria, pero esa, es otra historia.
*Vale, de cantautor no tiene mucho, pero es que así hacía la rima. Gracias por vuestra comprensión.
miércoles, 22 de mayo de 2013
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Yo acepto con sumo agrado la licencia literaria de "cantautor" pues pensé que en algún momento del texto harias mención al ignominioso Ismael serrano y me he puesto a temblar.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y muerte a Jimmy!!!
(y huelga decir que no me refiero a una "muerte por kiki")
Jajaja de Ismael Serrano hablé hace algunos años y recibí un correo de sus abogados pidiéndome que por favor no me metiera con su cliente, porque iba a coger una depresión. Por un instante me imaginé a Ismael Serrano con depresión y prometí no volver a hablar de él. Aprovecho para decir, que si alguien ve a Ismael Serrano y puede hacerle feliz, que no se corte con el pobre hombre. No se, se le puede invitar a un serranito, preguntarle por su nuevo disco, rascarle detrás de la oreja y en general esas pequeñas cosas que alegran la vida a uno.
ResponderEliminarCoincido en tu death wish para con Jimmy. Ahora se ha pasado a la flauta dulce. A ver qué tal.
Un abrazo enorme!!