Las tetas de esa rubia,
la tierra prometida.
Turgentes prominencias,
la Atlántida perdida.
Quién en su boca pudiera
disfrutar de esas quimeras.
Lamer y morder dulces pezones,
pocas cosas en el mundo hay mejores.
Naturales o implantadas
aunque, espero, bien tocadas
pues un desperdicio sería
si acaso no fuera así.
Y si no mi maestría,
mis ganas y mi alegría
a su disposición yo pondría
para hacerla muy feliz.
Pero mientras el milagro llega,
solo las miro y las veo,
las estudio, las releo,
en mi boca, entre mis dedos.
Los pechos de esa rubia hermosa,
y mi siesta interrumpida.
Gloriosas cumbres coronadas en rosa,
marcadas quedan a fuego, por el resto de mi vida.
lunes, 14 de julio de 2014
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