Hoy al pasar junto a una cancha de baloncesto, me he encontrado con Maria Luisa, Malú para los amigos que compartimos nuestra infancia con ella durante la E.G.B., mucho antes de que se hiciera famosa la dudosa cantante.
Era menuda aunque fibrosa, de cabellos negros como el azabache y alocada como todos en aquellos días. Nadie podía decir que fuera la más guapa de la clase, con la que además hacía buenas migas, anulando las posibilidades de que alguien se fijara en ella, aunque bueno, en esos tiempos nos interesaba más el Marinero Tarugo que las chicas, a las que veiamos como chicos con los que no se podía jugar al fútbol.
La recuerdo lanzando a canasta, incansable, todas las tardes, con el ocaso pisándole los talones. Su pasión era el baloncesto y su ídolo, Magic Johnson, el que mejor encarnaba su afición. Tenía una camiseta con su nombre que solía vestir cuando tocaba educación física. Mientras los demás jugaban al Voleyball, yo jugaba contra ella en una pequeña cancha con canastas bajas. Ella pedía ser Johnson, yo Larry Bird (por motivos obvios) y siempre terminaba ganándome por más de doce puntos.
Por ello, la mañana en que se supo la noticia de que el jugador de L.A. Lakers habia contraido el VIH, llegó al colegio con el alma en los pies y lágrimas en su corazón. El profesor de Matemáticas la vio tan afectada que la eximió de dar clase.
En el recreo, los de la pandilla, nos sentamos formando un corrillo en un rincón soleado del patio. Intentamos animarla. Por aquel entonces, unos niños como nosotros apenas sabiamos nada de la enfermedad, lo unico que era de sobra conocido por todos era su alta y rápida tasa de mortalidad. Freddy Mercury moriría poco después, al día siguiente de hacer un anuncio similar.
En ese momento pensé que aquello sucedería en un par de años como muy tarde, tiempo insuficiente para ahorrar el dinero necesario para un billete a los Estados Unidos y mucho menos para que Malú creciera y pudiera hacer el viaje sin permiso de sus padres (cuando se es niño se piensan cosas muy raras). Así se lo hice saber y aquello acrecentó su pesadumbre. De siempre me viene el no saber decir la palabra adecuada.
Han pasado cerca de veinte años desde aquella conversación y Magic Johnson sigue vivito y coleando.
Sentados en un banco del parque anexo a la cancha, mientras reponía fuerzas sorbiendo con voracidad una bebida isotónica, me reveló que había contraido el SIDA. No me dijo cómo y no quise preguntarle. El destino tiene un macabro sentido del humor.
Para recordar viejos tiempos, volví a jugar contra ella. Me volvió a ganar por más de doce puntos. Antes de despedirme me confesó que guarda el dinero del billete en un cajón de su mesilla. Ahora es ella la que espera vivir lo suficiente para ir al entierro de su ídolo.