Para Orfeo, la chica de la que se despedía desde hacía media hora, no era un nick más en una típica red de contactos repleta de almas desesperadas en busca de calor.
Al principio, cuando recibió el escueto mensaje de Eurídice, receló de la invitación a quedar un día en el messenger para charlar, pues un vistazo rápido a su perfil le había desvelado que no guardaba ninguna foto suya en el mismo; pero bueno, al fin y al cabo él tampoco había subido ninguna imagen que le pusiera cara, más por desidia que por otra cosa, así que aceptó la invitación con un icono sonriente.
Semanas después, no conocer su aspecto se había convertido en un asunto sin la menor importancia, sepultado por toneladas de candor, simpatía, comprensión y felicidad por haber hallado la pieza que faltaba en su puzzle, haciéndole sentir completo.
Tras decenas de horas compartidas con palabras de cariño, quisieron dar paso a sus manos, tocarse y cerciorarse de que eran más que simples bits de información surcando el ciberespacio.
El lugar elegido para el encuentro fue la cafetería "Hélades" a la que Orfeo solía acudir todos los viernes al salir de la oficina para retrasar la hora de volver a su solitario hogar.
Para que pudieran reconocerse sin problemas quedaron reunirse en la puerta del local antes de zambullirse en la recargada atmósfera del interior.
Aquel viernes no pudo trabajar. Se pasó las ocho horas reglamentarias sentado en su silla escribiendo en el Word el nombre de Eurídice una y otra vez mientras imaginaba cómo de cálido sería su abrazo, cómo de suave sería la piel que acariciaría, cómo de dulces serían los labios que con suerte besaría...
Antes de salir de la oficina se retocó un poco el pelo en el baño y ahuyentó las nauseas que atenazaban su estomago colocando su cara bajo el chorro de agua del lavabo.
Caminó con paso vacilante los metros que lo separaban de la esquina con la calle Lira. Allí giraría a la izquierda y trescientos metros en linea recta se encontraría su amada, tan nerviosa como él, o eso esperaba.
Tomó aire y giró la esquina. Se detuvo unos instantes tratando de ver mejor a su Eurídice. Sí, allí estaba con una gabardina marrón y botas a juego, retorciendo entre sus manos las asas de un pequeño bolso negro mientras miraba de un lado a otro de la calle.
Cuando sus ojos se posaron sobre él,o eso le pareció, echo a andar azorado. Apretó los puños, fijó la vista al frente como si desviarla pudiera causarle la muerte instantanea y con andar decidido sorteó los trescientos metros y pasó junto a la cafetería como una exhalación camino de la parada de autobús, dos manzanas más allá, sin mirar atrás un sólo instante.
- Por dios que cosa más horrorosa - masculló para si -. La próxima vez pide una foto antes, gilipollas - se reprendió mientras pagaba el billete al conductor.
Eurídice le concedió cinco minutos más, aunque ella no creía en los milagros. Ya llevaba una hora de retraso y tenía el móvil apagado.
Soportando el viento que se clavaba en las trémulas mejillas como merecido castigo por haber confiado en un hombre de nuevo, repasó mentalmente lo acontecido desde aquella invitación hasta ese momento, buscando un malentendido, algún error, alguna mala palabra que justificara, aunque no era esa la palabra que buscaba, el que su Orfeo la hubiera dejado plantada.
Hubo un momento en que creyó que se presentaría: cuando un chico se detuvo en la esquina y se quedó mirándola un segundo, pero resultó no ser él.
- Y gracias a dios - pensó mientras se arrebujaba en su gabardina y se diluía en la oscuridad de las calles - porque era feísimo.
Joer... lo dices así de esta forma, que queda hasta cruel y feo... pero coño, desgraciadamente estas cosas son así.
ResponderEliminarLa vida es cruel y fea, y lo peor de todo es que somos nosotros los que la hacemos así (no tú o yo claro está, sino los demás :P)
ResponderEliminarBesos mil!!!