Elíseo era un niño de extracción humilde. Uno más de los que conferían de vida a la ciudad dormitorio donde vivía. Pese a los pocos medios con los que contaba su familia, no le faltaba de nada; y aún así no era feliz, pues sufría el desprecio diario del resto de críos de su colegio.
En un mundo de jerarquizadas marcas, no tenían cabida sus zapatillas J-Javier ni su chandal Niki con el que acudía a las clases de educación física. Niki Lauda, agárrate fuerte, Niki Lauda, le cantaban sus compañeros en el recreo con no poca mala leche, a instancias de algún adulto malintencionado sin duda, pues si los niños de hoy en día apenas saben quién es su padre, mucho menos el piloto austriaco.
Aquellas burlas causaban gran congoja en el pobre Elíseo, cuyas tardes pasaba entre llantos y viejas películas que su hermano le había dejado en herencia antes de marcharse a Calcuta a trabajar, y que le servían para evadirse de esa realidad que le marginaba por lo que tenía. Hasta que un día, entre la pila de cintas Beta, encontró una cuyo título le llamó poderosamente la atención: Karate Kid.
Durante dos horas se vio reflejado en la lucha del joven Daniel Larusso para ganar el respeto de sus compañeros de instituto. Al verle alzarse con el trofeo del campeonato de Valley y con sus ojos aún humedecidos por la emoción, se dijo que no pasaría una sola tarde más humillado en aquella pequeña habitación.
Al día siguiente recorrió toda la ciudad en busca de un anciano asiático que aceptara tutelarle en los misterios del Karate, pero tras visitar el quinto restaurante, donde el regente le ofreció 20 euros por hacer algo que no entendió muy bien, decidió abandonar. De todas formas eso de los torneos de artes marciales era cosa de las películas. Nunca había escuchado que se hubiera celebrado alguno. Sin embargo en los pasillos de la escuela no se hablaba de otra cosa que no fuera la "Carrera de la muerte sobre patines 2010". Lo mejor es que ya sabía patinar y no necesitaría de ningún maestro para ganar. Así que con una canción cañera con abundantes solos de guitarra eléctrica y la ayuda de su perro Jipper, entrenó duramente la semana que le separaba del día del gran evento.
Todos los alumnos del colegio se apiñaban a ambos lados del recorrido, incluido los repetidores, que habían aplazado por un día la preparación de cigarrillos de la risa y hacían apuestas sobre quién sería el ganador.
En la linea de salida no podía tener peor compañía: los chavales que más se reían de él, incluido el hijo del tipo que había propagado la estúpida canción de Niki Lauda. Pero ¿acaso podía ser de otra forma? Tenía que conseguir la gloria frente a sus mayores enemigos para hacerles ver que debía aceptarlo en su grupo. Así lo establecía el canon de Golan-Globus. Por ello, cuando escuchó el pitido que marcaba el inicio de la carrera, se lanzó hacia delante como si le persiguiera una reposición de "El planeta imaginario". Eso le procuró una ventaja de varios segundos sobre su más directo perseguidor: Mario, futuro repetidor y espectador de Sálvame Deluxe, que no tardó en alcanzarle.
Durante varios metros fueron a la par mientras Elíseo trataba de no escuchar los insultos que su rival profería para ponerle nervioso, cosa que al final ocurrió cuando Mario hizo un comentario ofensivo sobre sus patines, hechos con el esqueleto de una silla de ruedas que había encontrado tirada en un descampado.
Había perdido la delantera a pocos metros de la meta, que ya se vislumbraba en el horizonte. El desánimo comenzó a apoderarse de sus piernas, que a cada segundo que pasaba le costaba más mover. Entonces, una voz surgió de su interior:
- Utiliza la grulla, Eliseo San.
¡Era la voz del Sr. Miyagui! Siguió su consejo y mientras se deslizaba sobre el asfalto, levantó su pierna izquierda y sus brazos e imitó a la perfección la grulla. La gente en ese instante enloqueció y Mario se giró para ver qué sucedía con tan mala suerte que no vio un poste telegráfico, reliquia de 1834, chocando contra él y cayendo al suelo con violencia, dando la victoria a Elíseo que cruzó la meta en la postura de la grulla, momento en el cual le vi y decidí contar la historia que le otorgaría la inmortalidad.
En un mundo de jerarquizadas marcas, no tenían cabida sus zapatillas J-Javier ni su chandal Niki con el que acudía a las clases de educación física. Niki Lauda, agárrate fuerte, Niki Lauda, le cantaban sus compañeros en el recreo con no poca mala leche, a instancias de algún adulto malintencionado sin duda, pues si los niños de hoy en día apenas saben quién es su padre, mucho menos el piloto austriaco.
Aquellas burlas causaban gran congoja en el pobre Elíseo, cuyas tardes pasaba entre llantos y viejas películas que su hermano le había dejado en herencia antes de marcharse a Calcuta a trabajar, y que le servían para evadirse de esa realidad que le marginaba por lo que tenía. Hasta que un día, entre la pila de cintas Beta, encontró una cuyo título le llamó poderosamente la atención: Karate Kid.
Durante dos horas se vio reflejado en la lucha del joven Daniel Larusso para ganar el respeto de sus compañeros de instituto. Al verle alzarse con el trofeo del campeonato de Valley y con sus ojos aún humedecidos por la emoción, se dijo que no pasaría una sola tarde más humillado en aquella pequeña habitación.
Al día siguiente recorrió toda la ciudad en busca de un anciano asiático que aceptara tutelarle en los misterios del Karate, pero tras visitar el quinto restaurante, donde el regente le ofreció 20 euros por hacer algo que no entendió muy bien, decidió abandonar. De todas formas eso de los torneos de artes marciales era cosa de las películas. Nunca había escuchado que se hubiera celebrado alguno. Sin embargo en los pasillos de la escuela no se hablaba de otra cosa que no fuera la "Carrera de la muerte sobre patines 2010". Lo mejor es que ya sabía patinar y no necesitaría de ningún maestro para ganar. Así que con una canción cañera con abundantes solos de guitarra eléctrica y la ayuda de su perro Jipper, entrenó duramente la semana que le separaba del día del gran evento.
Todos los alumnos del colegio se apiñaban a ambos lados del recorrido, incluido los repetidores, que habían aplazado por un día la preparación de cigarrillos de la risa y hacían apuestas sobre quién sería el ganador.
En la linea de salida no podía tener peor compañía: los chavales que más se reían de él, incluido el hijo del tipo que había propagado la estúpida canción de Niki Lauda. Pero ¿acaso podía ser de otra forma? Tenía que conseguir la gloria frente a sus mayores enemigos para hacerles ver que debía aceptarlo en su grupo. Así lo establecía el canon de Golan-Globus. Por ello, cuando escuchó el pitido que marcaba el inicio de la carrera, se lanzó hacia delante como si le persiguiera una reposición de "El planeta imaginario". Eso le procuró una ventaja de varios segundos sobre su más directo perseguidor: Mario, futuro repetidor y espectador de Sálvame Deluxe, que no tardó en alcanzarle.
Durante varios metros fueron a la par mientras Elíseo trataba de no escuchar los insultos que su rival profería para ponerle nervioso, cosa que al final ocurrió cuando Mario hizo un comentario ofensivo sobre sus patines, hechos con el esqueleto de una silla de ruedas que había encontrado tirada en un descampado.
Había perdido la delantera a pocos metros de la meta, que ya se vislumbraba en el horizonte. El desánimo comenzó a apoderarse de sus piernas, que a cada segundo que pasaba le costaba más mover. Entonces, una voz surgió de su interior:
- Utiliza la grulla, Eliseo San.
¡Era la voz del Sr. Miyagui! Siguió su consejo y mientras se deslizaba sobre el asfalto, levantó su pierna izquierda y sus brazos e imitó a la perfección la grulla. La gente en ese instante enloqueció y Mario se giró para ver qué sucedía con tan mala suerte que no vio un poste telegráfico, reliquia de 1834, chocando contra él y cayendo al suelo con violencia, dando la victoria a Elíseo que cruzó la meta en la postura de la grulla, momento en el cual le vi y decidí contar la historia que le otorgaría la inmortalidad.