domingo, 1 de abril de 2012

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Retratos mundanos: Antón Grushenko

Antón Grushenko, héroe de la Unión Soviética por su valentía en algún polvoriento lugar del lejano oriente, amante esposo, ya viudo, de una mujer que no pudo darle descendencia; refugiado político que cruzó toda Europa cuando el muro de Berlín cayó junto con sus ideales comunistas en busca de un lugar más agradable en el benévolo occidente.

No lleva mucho tiempo en la costa, el suficiente para darse cuenta de que incluso allí, el oro no siempre brilla para todos. Pero no le importa porque para él lo mas importante es deleitar a las gentes que caminan por el paseo con sus estatuas de arena, esculpidas solo con un poco de agua y toneladas de talento, reconocidas y admiradas por quien las contempla.

Esa es la idea que de Antón Grushenko tiene Ana Delgado, profesora libre ya de alumnos, soltera desde que recuerda, y que cada día que el sol acompaña, se sienta en un banco del paseo, no muy cerca de él para no llamar su atención pero no demasiado lejos de la representación de La última cena que está creando del caos de la playa y que tiene gran éxito entre los vecinos que se acercan, alegrando el rostro del bohemio artista.

Antón Grushenko sonríe, no le queda otra si quiere recibir el favor del público y con él, un puñado de monedas con el que conseguir su dosis diaria de olvido, aunque en la tienda de licores lo llamen vodka. Vive en la playa bajo el puente junto al que trabaja, en compañía de varios trotamundos y un perro, al que llama Ivana, en honor a su esposa, aquella que no le dio hijos, aquella que se consoló con su vecino mientras él dejaba su juventud y sus sueños defendiendo los ideales del partido en un desierto perdido, aquella cuyos lamentos y excusas le parecieron vacías y que acalló con una puñalada certera al corazón y por la que tuvo que huir a través del continente hasta llegar a aquel rincón soleado de la costa, donde nadie hace preguntas mientras sonrías.

Una señora se acerca. Varias veces la ha visto sentada en un banco del puente pero cuando sus miradas se han encontrado ha tratado de disimular desviándola hacia el vacío. No lo hace ahora cuando lanza una moneda sobre el cartón en el que recoge las donaciones. Antón Grushenko sigue la trayectoria de la moneda en su caída y muestra toda su dentadura a la tímida señora, mientras por dentro una furia arrolladora le hierve la sangre. Si solo tuviera un cuchillo, piensa Antón Grushenko, el asesino.

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