Valaster
El Rey Joffrey, Rey de los Ándalos y los Rhoynar y los Primeros Hombres,Señor de los Siete Reinos y Protector del Reino, solicitaba su presencia. Aquella mañana, mientras daba cuenta de un plato de huevos verrugosos acompañado de dos tiras de bacon crujientes sin llegar a estar chamuscadas, sobre un lecho de carnes marinadas a las finas hierbas, entró en su tienda en el campamento, con el rostro congestionado, un heraldo de la Casa Lannister. Esperó a que el caballero Luna de la Casa Hollor, estandarte de ser Mace de la Casa Tyrell de Altojardín regara el desayuno con un vino aromático de vainilla de más allá del mar angosto, antes de entregarle su real mensaje.
Le despidió con una sonrisa y mientras veía cómo se alejaba con su túnica roja de lana cubriendole un jubón blanco que dejaba ver las frecuentes rachas de viento, apremió a la puta que calentaba su cama a que se levantara y volviera al burdel de donde la hubieran sacado. Una vez se encontró solo rompió el sello de cera con la efigie de un fiero león y leyó el manuscrito. Era bastante conciso: Ser Valaster, se le espera en la corte de inmediato.
No convenía hacer esperar a Joffrey cuyos ataques de ira espontánea eran conocidos desde el Dorne hasta el Muro, así que mandó llamar a su mayordomo Noros, que había sido pordiosero en Braavos, Tor, Altojardín y algunas ciudades libres antes de decidir cambiar de profesión y servir a la casa Hollor.
Le despidió con una sonrisa y mientras veía cómo se alejaba con su túnica roja de lana cubriendole un jubón blanco que dejaba ver las frecuentes rachas de viento, apremió a la puta que calentaba su cama a que se levantara y volviera al burdel de donde la hubieran sacado. Una vez se encontró solo rompió el sello de cera con la efigie de un fiero león y leyó el manuscrito. Era bastante conciso: Ser Valaster, se le espera en la corte de inmediato.
No convenía hacer esperar a Joffrey cuyos ataques de ira espontánea eran conocidos desde el Dorne hasta el Muro, así que mandó llamar a su mayordomo Noros, que había sido pordiosero en Braavos, Tor, Altojardín y algunas ciudades libres antes de decidir cambiar de profesión y servir a la casa Hollor.
- Noros - gritó el caballero Luna mientras con su dedo índice izquierdo apuntaba al horizonte que se dibujaba entre los pliegues de la tela de piel de arpillera que hacía de puerta - nos vamos a Desembarco del Rey.
Noros
- Mi señor es gilipollas. - Pensó el ex-pordiosero mientras ensillaba el caballo de su amo, un corcel de color fuego digno de las bestias que montaban los dothrakis- Al menos en Desembarco del Rey hay buenas putas.
Palos
La nieve crujía bajo los pies del guardia de la noche, mientras la aplastaba con violencia en un vano intento de entrar en calor.
- Me estoy pelando el culo de frío - comentó a voz en grito a los dioses del bosque viejo como si pensara que pudieran escucharle o aún más, interesarse por ello.- Espero que ese gilipollas de Cetis venga pronto con la madera para la hoguera.
Valaster (2)
El viaje fue rápido y seguro. Apenas se encontraron con cuarenta bandidos de los que dio buena cuenta con "El filo que daña", su fiel mandoble que había dado a probar a aquellos rufianes. Se dijo que debería recordar felicitar al Rey por mantener la paz de aquella manera tan eficaz. Lejanos quedaban los días en que era frecuente ser violentado y robado por centenares de ladrones cada vez que los caballeros salían de sus castillos.
Pese a estar el sol en su cénit cuando llegó, las calles de Desembarco del Rey estaban repletas de ciudadanos y putas atareados en sus quehaceres diarios. Era día de mercado por lo que en cada rincón podian encontrar puestos donde comprar deliciosas viandas: manitas de merluza, morro de caballo confitado con higo, higado encebollado de uro reducido con vinagre, pastelillos de lilas verdes, cerveza de trigo y jengibre, filetes de negro y pistachos. Alejó de su mente tamañas tentaciones, lo que le valdría que en algún lugar un bardo escribiera una canción por semejante hazaña y no se detuvo ni siquiera cuando su estómago impuso su derecho a ser rellenado con un sonoro rugido. De seguro el Rey compartiría mesa con él y no quería faltarle al respeto mostrando una insolente falta de apetito.
No era la primera vez que visitaba la fortaleza roja, pues ya acudió en una ocasión junto a su tio Palos de Hollor, en tiempos del Rey Robert. Habia pasado mucho tiempo si, pero el recuerdo era fresco como el jugo arrancado por la lechera al joven ternero en un pajar y en unos minutos se encontraba ante las puertas del salón real. Enseñó a los guardias el mensaje que motivaba su presencia y estos le dejaron pasar con un gesto marcial de sus lanzas.
La grandeza de la estancia sobrecogió su corazón. Si aquellos muros de los cuales pendían las enseñas de las casas de Poniente eran así de imponentes, ¿cómo no serían cuando estaban adornados por las cabezas petreas de los dragones Targaryen? El salón rivalizaba en cuanto a concurrencia con las calles. Espadas juramentadas de la casa Hightower cuchicheaban en un rincón junto a la puerta. Le dedicaron una mirada hosca en cuanto se percataron de que estaban siendo observados más tiempo de lo normal, por lo que continuó su camino.
A sus costados, junto a las columnas de piedra donde se podían distinguir las marcas de espadas causadas por antiguas batallas, se arremolinaban cortesanos, pajes y bellas damas que se azoraban al verle pasar y a las que dedicaba la mejor de sus sonrisas. A mitad de camino al trono, le sorprendió encontrar al que llamaban Perro frente a una mesa junto a otros miembros de la casa Clegane ante una fuente de ranas escabechadas acompañada de salsa espesa de apio, la cabeza de un jabalí asado, dos barriles de hidromiel y una tarta de manzana.
Asqueado por los modales indecorosos de aquellos hombres que devoraban como cerdos, se dirigió hacia el trono, a cuyos pies Meñique, con una túnica verde ópalo con ribetes dorados y motivos florales, gesticulaba con sus manos, todo lo que le permitía el anillo con una piedra pomez engarzada, ante Lord Varys, de ovalado rostro y no menos ovalada figura, que fingía interés por la historia que estaba escuchando.
Por primera vez en mucho tiempo se sintió importante allí en medio de tantos caballeros: ser Bivas Lavig, uno de los héroes de la batalla del Tridente donde acabó el solo con la paciencia de su padre, ser Peto DeCuero, cuyo blasón con una mujer desnuda en posición de lucha causaba mofa de todo aquel inconsciente que desconociera con quien trataba, pues a todo el que se reía le hacía comer hierro valyrio. Conformaban aquel corrillo ilustre también, ser Roy Macaboy, explorador del río Brandivino de la casa Mormont, ser Thunder Rock, del que corrían rumores que era una mujer, cosa que nadie había podido comprobar pues quien se acercaba a el/la lo suficiente acababa aplastado bajo su martillo de guerra "Gatita" y ser Miles Dondedrick, de la casa Beever, un advenedizo de reciente ascenso, que desentonaba como un lobo huargo en los Dedos.
Sentado en el trono de hierro, forjado por mil espadas, rodeado por los espadas blancas con sus túnicas níveas y sus armaduras lechosas como la nieve, se encontraba Joffrey que se hurgaba la nariz distraido mientras su madre le miraba sonriente.
- Majestad, ¿me habéis mandado llamar? - preguntó por cortesía el caballero. El Rey levantó la mirada y posó sus ojos azules sobre él un instante.
- Ah, pues no.
Y siguió metiéndose el dedo en la nariz.
Ser Valaster hincó la rodilla en tierra, se levantó como un resorte y tras dar media vuelta de la forma más elegante posible volvió por donde había venido.
Noros (2)
No esperaba que su señor regresara tan pronto y menos aún con gesto tan derrotado. Para animarle le llevó al mejor prostíbulo de la ciudad: La Reina Tetis, donde se tiró a una puta, aunque mientras lo hacía no pudo evitar pensar en la puta que se había tirado esa misma mañana. No quiso creerlo, pero seguramente se hubiera enamorado.
Palos (2)
No sentía gran parte de su cuerpo. Mala señal, pues eso significaba que ya tendría los miembros gangrenados por el frío, negros como las ropas que había jurado vestir por toda una vida que ya llegaba a su fin. Con su último hálito vio como Cetis se acercaba al campamento con un haz de leña en los brazos, silbando al ritmo de su paso dejado. Su conciencia se fue hundiendo en la eterna nieve dejando tras de si un último pensamiento:
- Que lento eres Cetis, bastardo hijo de puta.
Su guardia había terminado.
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