Erase una vez en un país lejano, un caballero fuerte en su caballo, que se acercaba al castillo donde moraba su fiel doncella a la que no veía desde que dos años atrás, partió a las cruzadas con profundo pesar en su corazón pues estar junto a ella llenaba su vida de alegría.
No había enviado a ningún correo para avisar de su llegada. Deseaba que la sorpresa inflamara aún más la pasión del reencuentro, por lo que, cuando se encontró cerca de la fortaleza, redujo el paso de su montura y ya en la puerta, aunque la noche había caído hacia bastante, descendió del caballo para que el ruido de los cascos no alertaran a Lady Carme.
Los vasallos se arrodillaban ante él, mientras recorría los lóbregos pasillos camino de la habitación donde yacía dormida su ángel, su anhelo. Cerró la puerta con llave, no sin antes advertir a los sirvientes de que no se les molestara bajo ningún concepto.
La pálida luz de la luna bañaba el bello rostro de su amada, convirtiendo sus morenos cabellos en brillantes hilos plateados que le conferían un aire mágico y etéreo. Se deshizo de su pesada armadura sin hacer ruido alguno, pero cuando se acercaba con una agilidad felina poseída por el silencio, al lecho, los ojos de Lady Carme se abrieron. Primero timidamente, luego de par en par, presos de la incredulidad del momento.
- Sir Daniel, ¿vos aquí? - exclamó con la voz ahogada por la emoción- mi corazón llora de alegría para compensar las lágrimas de sufrimiento por vuestra ausencia. Alabado sea el señor por haberos traído de vuelta a casa sano y salvo.
- Milady, es el recuerdo de vuestro rostro, de la fragancia de vuestra piel, el que mantuvo vivo en mí la llama de la vida. Sin vos mis huesos estarían blanqueandose en uno de los numerosos desiertos que salpican tierra santa. El pensar en la vuelta a vuestros brazos me hacía seguir luchando y me obligaba a no rendirme por muy numerosas y duras que fueran las calamidades que me asolaran.
El caballero, arrodillado ante la cama, cogió entre sus manos las de Lady Carme y acercó su rostro al de ella.
- Y ahora ante vos, con todos los peligros acechando tan sólo en los rincones más oscuros de mi memoria, el gozo invade cada fibra de mi ser por veros ante mí tan hermosa y tan llena de vitalidad.
- Mas querido - replico la bella dama - no malgastes tus fuerzas hablando, pues tras haber cumplido ante el Rey, tiempo es lo que más tenemos. Venid, yaced junto a mí y descansad, pues el viaje habrá sido agotador.
Pero el tono inseguro de Lady Carme dejaba entrever que no mostraba su verdadero deseo, lo que no pasó desapercibido para el caballero, cuyo anhelo se asemejaba al de ella.
- Yaceré junto a vos mi señora, mas el calor que invade mi cuerpo pide ser extinguido y por lo que delata el rubor de vuestras mejillas, el mismo fuego os consume.
Lentamente, apartó la sabana que cubría el delicado cuerpo de Carme, del que únicamente un sencillo camisón de seda separaba de la desnudez. Sir Daniel subió a la cama y se colocó a horcajadas sobre su cintura. Sus sexos se rozaban por encima de la escasa ropa que aún llevaban. Se inclinó sobre ella y con un suave beso y el leve roce de sus sexos provocado por el movimiento, le arrancó el primer gemido de sus labios.
Besó su boca, sus pómulos, sus párpados y cuando ya hubo explorado cada centímetro de su rostro, se acercó a su oído y le susurró:
- Esta noche, voy a hacerte mía Carme.
Con una dulzura impropia de quien se ha visto alejado del amor por un periodo de tiempo prolongado, se hunde en el cuello de su compañera, inundándola de un placer largo tiempo olvidado. Para corresponderle, ella acerca su mano a su incipiente sexo, que cobra todo su vigor al contacto de sus suaves dedos que lo recorren de arriba abajo en toda su extensión. Ahora el placer es mutuo, pero tras dejar sus tersos pechos al descubierto, él continua bajando y su pene queda fuera de su alcance, cosa que olvida al instante porque la lengua de su caballero juguetea con sus pezones, lamiéndolos, succionandolos con sus labios y endureciéndolos hasta que el placer se mezcla con el dolor. Pero él se detiene para terminar de quitarle el camisón. Ahora está completamente desnuda, expuesta ante él.
Su sexo tiembla ante la cercanía de la virtuosa lengua de su caballero, que siguiendo su trayectoria descendente, saborea la piel de sus muslos sin querer probar aún la fuente de su placer, cosa que ella le suplica presa del frenesí entre gemidos ahogados. Pero él se hace de rogar, sabe que cuanto más tarde en llegar allí, más será el placer que le proporcione. Aunque todo tiene un límite, de su vagina surge en oleadas el producto del placer que está proporcionando y con un profundo lametón saborea los jugos de ella impregnándose con ellos, pero no se detiene ahí. Con su lengua juguetea con sus labios mayores introduciéndose entre ellos penetrandola ligeramente en movimientos circulares que hacen que una corriente eléctrica recorra sus espina dorsal, obligandola a arquear la espalda para acercar su cálido coño a la cara de él, que ya ha pasado a jugar con su clítoris palpitante ante cada arremetida de su lengua, al tiempo que los dedos de él exploran su interior habilmente, palpando cada rincón, entrando una y otra vez. Hasta que con un grito de éxtasis logra correrse en sus manos.
Saciado por los jugos de ella, se tumba en la cama. Su pene enhiesto y duro como una roca apunta al cielo, donde pretende llegar junto a su señora, que sin dudarlo un instante engulle el tronco de carne entre sus fauces y comienza a lamerlo delicadamente y con tal maestría que cerca está el caballero de terminar en su boca, pero ella se detiene, quiere llenarse de su sexo, sentirlo dentro de ella latiendo furiosamente entre sus piernas. A horcajadas sobre él, va descendiendo delicadamente sobre su pene, que va horadandola poco a poco abriéndola de par en par, hasta que finalmente se deja caer sobre él, ocultándolo en sus entrañas.
Mientras él abarca sus nalgas con sus fuertes manos, ella cabalga sobre su polla cada vez más rápido, penetrandola más profundamente a cada salto de ella. Las manos de él acarician todo su cuerpo, su cintura, su espalda, agarra los pechos de ella con tanta fuerza que se desbordan entre sus dedos. Los dos gimen más y más, hasta que en un último empujón final, se derrama dento de ella, que siente como el semen inunda su ser llevándola al último orgasmo de la noche. Pero como dijo, tienen todo el tiempo del mundo.
lunes, 16 de julio de 2007
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Por un momento llegue a pensar que esto iba a acabar como el Enemigos De La Castidad de Lujuria...
ResponderEliminar"tronco de carne", jejeje, que gastronómico a la par que contundente sinónimo!!!
ResponderEliminarUn reencuentro bien aprovechao, jajaja. Besos, guapetón
ResponderEliminarmmmmmm....tú te has propuesto contribuir al recalentamiento blogger, no?
ResponderEliminarEl caso es que hacía tiempo que no te leía tan sensual, tan sexual...y es un verdadero placer retomarte así, como el hombre capaz de excitarme con sus palabras....
PD: Si que te ha inspirado a ti la patrona de Fuengirola Kingdom!
Mare míaaaaaaaaaa!!! Estaba yo un poco desconectá pero habrá que ir volviendo a cargarse las pilas... vaya relato... :P
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