El rey se encontraba al borde de la muerte. La noticia se había extendido por todo el reino, junto con los mensajeros reales que visitaban un castillo tras otro en busca de los nobles del país.
Habría un consejo real en una semana. Así lo leyó Sir Daniel en el pergamino que minutos antes le había entregado un fatigado jinete. Debía partir lo antes posible hacia la capital, donde vivía el monarca.
Lo que más le importunaba no era reencontrarse con aquellos pomposos barones y condes de las tierras circundantes; era abandonar a su amada Carme. No importaba que sólo fueran unos días, estar lejos de su encantadora presencia, le encogía el corazón y le atenazaba el alma.
La noche antes de su partida, se amaron hasta que los primeros rayos del sol se deslizaron por entre las montañas que podían verse tras las ventanas de sus aposentos.
Afligido, montó su caballo y partió a su destino dispuesto a regresar lo antes posible a los acogedores brazos de Lady Carme.
Sus deseos se vieron cumplidos, pues el consejo apenas duró tres días, tras los cuales volvió alegre a su hogar. Ya le parecía sentir los dulces labios de su señora sobre los suyos, tan solo tenia que atravesar un pequeño bosquecillo y la colmaría de besos y atenciones.
Pero cuando el castillo apareció ante sus ojos, se quedó petrificado. El ala oeste se hallaba en ruinas. Renqueantes columnas de humo salían de entre los escombros de lo que habían sido sus aposentos; el resto del edificio estaba seriamente dañado.
Frenético, entro en el salón principal, cubierto de una fina película de ceniza. En el centro de la estancia se encontraba el ama de llaves, mirando cabizbaja el suelo que regaba con sus lágrimas. Sir Daniel la interrogó: un terrible dragón había asaltado la fortaleza la noche anterior y había secuestrado a Lady Carme.
Ciego de furia espoleó su caballo siguiendo el rastro de destrucción dejado por el monstruo: troncos quemados, arboles arrancados de cuajo y pisadas tan profundas que ni siquiera la copiosa nevada de la noche anterior habían conseguido borrar.
Pronto llego a los pies de una colosal torre. Bajó de su montura y se dirigió veloz a la puerta, cerrada a cal y canto. En lo alto se veía un balcón abierto, pero antes de escalarlo quería comprobar si había encontrado la prisión de su mujer.
- Carme amada mía – gritó con todas sus fuerzas -¿Estáis vos presa en esta torre sombría?
El resplandeciente rostro de su amor, se asomó tímidamente. Al verlo se sintió renacer. Se deshizo de su pesada armadura y se lanzo raudo a la escalada, pero el ruego suplicante de la joven le detuvo.
- Amado mío, no sigáis, debéis marcharos. El dragón os matará si os ve cerca de aquí.
- De cualquier forma moriría de pena si no estuvierais a mi lado. Lucharé contra esa demoniaca criatura y os liberare de tan injusto cautiverio. – respondió valientemente.
Como si le hubiera escuchado, súbitamente descendió del cielo un ceniciento dragón a pocos metros del caballero, que de un salto, se acerco a su pertrechos y blandió su espada ante el horripilante ser que se alzaba ante él.
Tenia el tamaño de una pequeña casa, alas de dos metros de envergadura y una ristra de placas puntiagudas recorría su columna hasta la cola, que terminaba en un afilado aguijón.
Desde el balcón, Lady Carme contempló angustiada el combate. Sir Daniel se desenvolvía bien, pese a que la nieve dificultaba sus movimientos. Se intercambiaron feroces golpes hasta que al final la espada del caballero se hundió en el pecho del reptil volador, que con un último estertor, cayó fulminado al suelo.
De su cuello pendía la llave del torreón, se la arranco y salió corriendo al encuentro de su doncella. Subió los escalones de tres en tres hasta que bajo el umbral de la puerta de la habitación que coronaba la estructura, se encontró con la deleitosa mirada de Carme.
Se fundieron en un beso interminable en los que sus labios exploraron los de su salvador. Sus lenguas se enlazaron en un húmedo abrazo de sensaciones. Se saciaron el uno del otro.
La cogió por los hombros y se miraron fijamente. No hizo falta que se dijeran cuanto se querían, sus ojos hablaban por ellos. De la mano de Lady Carme entró en la habitación, donde le despojo de sus ropas, manchadas durante el combate, y lo tumbó sobre una piel de oso que se extendía frente a la chimenea, cuyas llamas no podían rivalizar con las que sacudían sus excitados cuerpos.
Sus finos labios comenzaron a besarle desde la cara hasta el montículo cercano a su sexo, que se había alzado agradecido ante las acciones de la doncella, la cual no tardó en colmarlo de atenciones en forma de caricias suaves, abarcando toda su extensión; Moviendo su mano suavemente arriba y abajo reiteradamente mientras contemplaba el rostro de Daniel, henchido de placer y devoción por ella.
Una vez el pene alcanzó toda su dureza, Carme puso sus labios sobre la punta, obsequiándole con un tímido beso que produjo una descarga de gozo por todo el cuerpo del caballero. Contenta con el resultado, la boca de Lady Carme se fue entreabriendo poco a poco, engullendo con glotonería la palpitante verga.
Pronto desapareció entre sus fauces, que lo devoraron con fruición, lamiendo la carne que se encontraba en el interior de su boca, chupándola tiernamente, mientras Sir Daniel se revolcaba de satisfacción sobre la alfombra, al tiempo que intentaba acariciar la sedosa figura de su amor, sus cabellos y sus turgentes senos que colgaban sobre el vacío con sus pezones tan duros y calientes como el aliento del dragón.
Cuando Carme
Daniel se incorporó, sentado con las piernas estiradas y su falo chorreando aún del recuerdo de su amada, que pasó sus brazos alrededor del cuello del caballero y léntamente fue sentándose sobre el desafiante miembro, que esperaba con ansia conocer las profundidades del placer que le ofrecía la vagina de Carme, cuyos labios se iban abriendo, llenándola toda, sintiendo como era llevada en volandas a un mundo de éxtasis permanente con cada embestida de Daniel, que ya se había acoplado por completo a su cavidad, para formar un solo ser de ardor y amor.
Lady Carme rodeó con sus piernas el torso de su hombre, profundizando la penetración de sus movimientos descendentes sobre él, mientras este pagaba un tributo de besos a la piel de su pecho, a sus hombros desnudos y suaves, a su cuello de cisne, a sus sonrojadas mejillas por el goce del momento, a sus húmedos labios…
De nuevo no hicieron falta palabras. En sus ojos vio que poco le faltaba a él para llegar al placer supremo.
- Derrámate dentro de mi amor mío – le susurró al oído.
Fue más de lo que pudo soportar. Sintió como de su vientre bajaba un torrente de placer que estallo en el interior de su amada, inundando su sexo. Las contracciones del pene palpitante que anidaba en ella, la hicieron estremecerse y alcanzar el punto que le quedaba para alcanzar el clímax. Juntos arquearon sus espaldas entre jadeos de excitación para exprimir hasta la última gota del jugo de su desenfreno.
Abrazados, cayeron uno sobre el otro en la cálida piel de oso, donde durmieron el resto de la tarde.
Besos y caricias despertaron a Lady Carme. Cuando abrió los ojos encontró los de su caballero frente a ella, mientras sus dedos recorrían su desnuda espalda.
- Buenos días mi reina – le dijo
- Como mucho Lady – bromeó ella tras besarlo delicadamente
- Durante mi ausencia las cosas han cambiado. El viejo rey murió, pero antes, me nombro su sucesor. Así que ya no serás Lady Carme, serás Carme I la conquistadora de mi corazón. Aunque cualquier titulo se queda pequeño ante lo que mereces.
Minutos después, tras vestirse y permanecer largo tiempo abrazados, sintiendo el latido de sus corazones bajo sus pechos unidos, abandonaron la torre. Sir Daniel monto en la grupa de su caballo a su reina y juntos se dirigieron hacia el horizonte crepuscular, hacia su castillo, pues el fuego que habitaba en sus cuerpos estaba lejos de extinguirse.
lunes, 22 de octubre de 2007
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