viernes, 23 de noviembre de 2007

, , , ,

Más alla del tiempo

Las últimas semanas habían puesto a prueba la fortaleza y la determinación del Rey Daniel. Una terrible maldición parecía haber caído sobre el reino. Diariamente recibía en audiencia a docenas de sus súbditos, aquejados de todo tipo de males: plagas, cosechas destruidas, asesinatos misteriosos...

Ver tanto sufrimiento, minaba la confianza del Rey. Por fortuna cada noche al volver al lecho matrimonial, podía confiar en que un simple abrazo de su amada Lady Carme, levantaría su ánimo, amen de otras partes de su cuerpo, que una vez animadas no pedían descanso hasta haber sido poseído el cuerpo de su dulce reina; pues no solía quedar todo en un tierno abrazo, a la ternura le tomaba el relevo la pasión, y rara era la noche que no yacían al pie de su cama los ropajes desgarrados por el frenesí de ambos, mientras los gruesos muros del castillo temblaban al son de sus fogosos cuerpos.

La vuelta a la sala del trono la mañana siguiente, era un jarro de agua fría, una vuelta a la dura realidad. De nuevo un campesino que había perdido todos sus bienes por una extraña granizada; otro alcalde quejándose de que el pozo de su pueblo había sido envenenado... sin embargo había algo extraño en el hombre encapuchado que tenia ante él. Por su aspecto pulcro y sus ademanes, no parecía ser uno de esos pobres hombres que solía recibir. Había algo en él que le ponía nervioso.

- Majestad - comenzó - me llamo Ralsun, mago de profesión y de los mejores si se me permite decirlo. Desde mi torre oscura, pude percibir los ecos del poderoso maleficio que asola vuestra tierra.

El tono de sus palabras puso en guardia al Rey, en cuya mente comenzaba a forjarse una sospecha, pero permitió que continuara hablando.

- Estuve varios días recorriendo la región a la espera de que alguien resolviera la situación, pero nadie ha sido capaz de hacerlo. Así que ofrezco mis servicios a vuestra majestad.

-¿Qué pides a cambio? - preguntó Sir Daniel

- Oh no mucho, sólo una cuarta parte de vuestra fortuna - respondió mientras se inclinaba teatralmente ante el trono.

Por ello, no pudo ver como el jefe de los espías reales, entraba en la sala y veloz, lo señalaba ante el Rey.

- Maldito - gritó este - jamás me falló mi instinto y mis espías me lo confirman. Tu y nadie más eres el que ha traído la desgracia ante mi ¿Y ahora te eriges como el gran salvador? ¡Guardias, a él!

De inmediato dos flechas rasgaron el aire en dirección al mago, pero este se desvaneció ante los incrédulos ojos de los presentes. Tras dar orden de que redoblaran la guardia, volvió a sus habitaciones. Necesitaba sentir el calor de su amada junto a su pecho, respirar el dulce aroma que desprendía, saborear sus labios...

En cuanto la vio de pie en la chimenea, su rostro se relajó y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Al percatarse de su presencia, ella le devolvió la sonrisa y se acercó solicita hacia él. Sus almas se entrelazaron como lo hicieron sus lenguas, en un intenso beso que parecía eterno. Se arrodilló ante ella mientras sus manos delineaban su estilizada figura. Levantó con cuidado la abultada falda de su amada; entre sus pliegues, esperaba encontrar los pliegues de su amor.

Se abrazó a las piernas de ella, mientras en la cara podía sentir la calidez de los muslos de Lady Carme. Sediento, se dirigió a la fuente de carne erigida entre ellos, para saciar la sed de amor que llevaba atormentándolo desde que se separara de ella al amanecer.

Presa de la lujuria, hizo suyo el vibrante clítoris que despuntaba entre los jugosos labios de su sexo. Su boca lo besó, lo aprisionó, lo dejó a merced de su lengua, que lo lamió sin cesar, lo que pareció gustarle a la dueña de sus atenciones pues gimió fuerte mientras sus manos apretaban la cabeza de su Rey contra su vulva para sentirlo contra ella, siendo devorada por la gula de Daniel, cuyos dedos acariciaban sus muslos, camino de la húmeda caverna que pedía a gritos ser horadada.

Lo hicieron suavemente. Mientras uno de ellos era cubierto por amorosos jugos en su camino a las entrañas de Carme, otro se posó sobre el clítoris, para masajearlo en círculos, cada vez más intensos, más y más...

Lady Carme tuvo que sujetarse en la repisa de la chimenea para no caer, pues las piernas comenzaban a fallarle, como preludio del intenso orgasmo al que las caricias de su amado le avocaban.

Este llegó de improviso, en forma de lengüetazo prolongado y profundo, que abrió su sexo y las esclusas de un placer infinito que recorrió su cuerpo entero, haciéndola jadear sin control.
Relamiéndose, Sir Daniel salió de entre sus piernas, la miró con satisfacción y la besó con toda la dulzura que fue capaz de reunir.

Carme cogió de la mano a su caballero para llevarlo a la cama y volver a sentir, esta vez juntos la dulce muerte que había disfrutado. Pero de pronto, la ventana de la habitación se abrió de par en par. Un viento gélido apagó el fuego de la chimenea y las luces que pendían de las paredes, quedando todo a oscuras.

Cuando la luz volvió segundos después, la encapuchada figura del mago Ralsun se alzaba en el centro de la habitación.

- Necio - gritó - debiste haber aceptado el precio. Ahora lo pagarás. Te condenaré al sufrimiento eterno.

Dicho esto, lanzó a sus pies una bola de cristal con humo en su interior. Al chocar contra el suelo, se partió en mil pedazos y el humo comenzó a envolverles rápidamente. En un instante, quedaron cegados por él. Sir Daniel sintió como la mano de su amada se deslizaba fuera de su alcance. Trató de agarrarla lo más fuerte posible, pero fue inútil, perdió el contacto con ella. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca. La negrura comenzó a inundarlo todo y un sueño antinatural se fue apoderando de él, hasta que perdió el sentido...

- ¡Arturo despierta!

Había vuelto a quedarse dormido en la oficina. De nuevo había soñado con extraños mundos repletos de princesas atrapadas en castillos, dragones y caballeros de brillante armadura. Fue una suerte que su compañero le despertara antes de que pasara a su lado el jefe de departamento. Su empleo pendía de un hilo, debido a sus frecuentes ataques de sueño.

El resto del día, procuró estar ocupado para no volver a quedarse dormido. A las seis en punto fichó a toda prisa, y volvió a pie a casa. Al pasar junto a un viejo bloque de edificios, le pareció escuchar la voz de una chica pidiendo ayuda. Se detuvo para confirmar que no habían sido imaginaciones suyas. Durante unos instantes no volvió a escuchar nada, pero justo cuando iba a continuar su camino, volvió a oírla. Miró hacia las ventanas del edificio. De una de ellas, en el tercer piso, comenzaba a salir un espeso humo negro.

Sin pensarlo dos veces, subió las escaleras. De una patada abrió la puerta. La ola de calor que lo golpeó, lo dejó sin aliento. El salón estaba en llamas. La chica, que le había escuchado, volvió a pedir ayuda. Estaba en su dormitorio, tumbada en el suelo, con una pierna atrapada bajo una estantería.

Sacando fuerzas de flaqueza, Arturo logró quitársela de encima, y con ella en brazos, salió a la calle a toda prisa. La sentó bajo un árbol, hasta que recuperó el aliento. Ella levantó la cara para darle las gracias. Sus miradas se encontraron y una extraña sensación de cercanía se apoderó de ellos por un instante.

- Me llamo Jimena - le dijo mientras le dedicaba la sonrisa más encantadora que hubiera recibido jamás.

Las dos semanas siguientes, las pasaron entre cenas y cafés. Primero como agradecimiento por haberla ayudado, pero luego, como el inicio de algo más allá de la amistad.

Aquella noche de domingo, ambos sentían que seria especial. No habían hablado de ello, pero cuando tras cenar, Arturo la llevó a casa, ella le invitó a subir y tomarse una copa. Él aceptó enseguida, con la sensación de que llevaba esperando ese momento durante mucho tiempo.

Un par de días antes, los operarios del ayuntamiento habían terminado de arreglar el piso de Jimena. El olor de la pintura fresca aun flotaba en el ambiente, pero Arturo sólo podía percibir el olor a menta de los labios de la chica, los cuales había probado en el ascensor durante el breve viaje, en el que habían explorado sus cuerpos con una pasión desbordante.

Se sentó en el sofá mientras ella se ponía cómoda. Cuando apareció en el umbral de la puerta con un sugerente salto de cama de raso, se quedó embobado mirándola. Ella se acercó al sofá cimbreando sus caderas para atraer la atención del hombre al que quería seducir.

Se sentó a su lado. Su rostro era un libro abierto donde podía leer las más lujuriosas páginas que albergaba su imaginación. Desabrochó su pantalón. Su pene saltó como un resorte al encontrarse libre para desarrollar todo su poder, cosa que hizo en cuanto las suaves manos de Jimena se posaron sobre él y lo recubrieron, sintiendo la delicadeza de su tacto.

En respuesta a sus caricias, el falo se tornó duro, macizo, y de un extremo empezó a manar timidamente, el liquido resultado de la excitación que le estaba sirviendo la experta mano de Jimena, que no cesaba de subir y bajar, mientras se besaban sin mesura. Sus lenguas exploraban cada centímetro de la boca del otro. Entraban y salían de ellas en aparente caos, con la necesidad de saborear al otro, sus labios...

Tan excitado estaba Arturo, que explotó sin previo aviso, antes de lo que hubieran deseado ambos, recubriendo la pequeña mano de Jimena de la simiente que tanto ansiaba para ella.
Se puso de rodillas frente a él. Se echó sobre sus piernas y comenzó a acariciar su pecho mientras introducía en su boca el moribundo miembro. Rápidamente desapareció en el interior de su boca. Su lengua no paró de circundarlo, lo rodeó, lo lamió con intensidad; evitaría que muriera a toda costa.

Sintió la mano de Arturo sobre su cabeza, mientras esta subía y bajaba, como el glande del miembro que estaba degustando y que estaba llevando a la locura a su amante.

Una vez el miembro se irguió en todo su esplendor, se levantó. Se subió al sofá, y se colocó sobre él mientras sus manos sujetaban el salto de cama, dejando al descubierto su bajo vientre y su cuidado pubis. Poco a poco fue descendiendo, hasta que a las puertas de su sexo, sintió la llamada del penetrante visitante, que ansiaba descubrir sus secretos más íntimos.

Apoyó sus manos en la pared y movió su cadera hacia delante, para que la verga de Arturo la penetrara profundamente, hasta lo más hondo de su ser. El placer la cegó y sus caderas no cesaron de moverse adelante y atrás, follándolo sin parar, mientras él devoraba sus pechos, acariciaba su espalda, hundía sus dedos en su pelo, hacia suyo su culo apretándolo con sus fuertes manos, ayudando a que la penetración fuera más intensa.

Su respiración se aceleró aún más si cabe.

- Me corro Arturo, me corro, me corroooooo - gritó al fin mientras cada fibra de su cuerpo vibraba al son de sus saltos. El placer que la tenia paralizada se intensificó, cuando sintió en sus extrañas el cálido semen que expelía el bullicioso pene de su amante, sobrepasado por las sensaciones y los estímulos que electrizaban el ambiente.

Entre jadeos y gemidos de satisfacción, imágenes del pasado volvieron a ellos. En un instante el salón se convirtió en una habitación medieval con fríos muros de piedra apenas calentados por las brillantes antorchas, que iluminaban la cama con dosel sobre la que se encontraban...

La visión sólo duró un instante. Pronto se encontraron de nuevo en la oscuridad del apartamento de Jimena, pero una verdad enterrada durante siglos, vio la luz de nuevo. La mirada de Arturo recorrió el cuerpo de Jimena hasta llegar a sus brillantes ojos.

- Lady Carme...

- Sir Daniel....

Sus lágrimas de alegría bañaron sus temblorosos cuerpos, abrazados como un solo ser.

0 comentarios:

Publicar un comentario