- ¡Olvídalo! No puedes hacerlo.
La voz tronaba en sus oidos, pero siguió caminando. Llevaba demasiado tiempo escuchando esas palabras de desánimo, pero no terminaba de acostumbrarse a ellas.
Al principio todo habia ido bien. El sol brillaba esplendoroso en un cielo despejado, y una ligera brisa primaveral refrescaba su piel; pero sin saber muy bien cómo, el sol empezó a quemarle y la brisa se tornó en un torrente de aire asfixiante, que estrujaba sus pulmones, atenazando su pecho, impidiendole respirar; entonces surgió aquella voz.
Cuanto peor se sentia, más se le clavaba la desquiciante perorata en su cerebro.
- Vamos, date por vencido. No deberias estar aquí. ¡No puedes!
La cabeza empezó a darle vueltas, ¿o era el mundo el que giraba ante sus hinchados ojos?
Se dejó caer sobre un banco y se inclinó entre sus rodillas.
- Eso es.¡Rindete! No sigas más. Será mucho peor. Mira cuan lejos estás de la seguridad de tu hogar. ¡Deja de resistirte!
- ¡Basta! – gritó con todas sus fuerzas, poniendose en pie de un salto.
La voz cesó y echó a andar tambaleante. Llegó a la facultad, bañado en sudor, sintiendo el martilleo de su corazón en la sien, pero feliz.
Era la primera vez en dos años que salia de casa. Aquella voz no volveria a dominar su vida.
viernes, 14 de marzo de 2008
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