Aprovecharon que estaba dormido y no sospechaba nada. Estaba soñando que jugaba un partido de fútbol pero no uno cualquiera, sino la final de la copa del mundo. El delantero del equipo contrario se acercó a toda velocidad a la portería que él defendía y cuando estaba en el borde del área pequeña, lanzó un zapatazo hacia la escuadra.
Vio acercarse el balón como un misil. Intentó levantar los brazos para detenerlo, pero no podía moverlos, sentía como si pesaran una tonelada. Cuando impactó contra su cara, se despertó. Gotas de sudor frío salpicaban su frente. Quiso coger el reloj que dejaba en la mesilla todas los noches antes de acostarme. Le fue imposible. ¡Estaba atado! Abrió los ojos preguntándose si no permanecería todavía preso de la telaraña de sus sueños. Mordió uno de sus carrillos con doloroso resultado. Estaba bien despierto y un creciente pánico se iba apoderando de sus pensamientos. La habitación estaba a oscuras, así que no podía ver quien o qué le retenía contra la cama.
De pronto la lampara de la mesita se encendió y pudo comprobar que eran tres gruesas cuerdas que guardaba en el cobertizo las que le mantenían inmóvil, a merced de sus desconocidos captores.
Entonces fue consciente del hormigueo que subía por su estomago, como si decenas de insectos corrieran hacia su pecho. Puso a prueba la resistencia de las ataduras cuando intentó aliviar el picor retorciendo violentamente sus brazos.
- No te resistas. No puedes soltarte - dijo una voz aguda como la de un niño.
- ¿Quién ha dicho eso?
En el tiempo que tardó en pestañear, se mostraron ante él una decena de pequeños seres que habían tomado su pecho por un foro romano. Los observó unos instantes. Había un astronauta, un androide con aspecto de galán, una especie de soldado perteneciente a la colección de su hermano pequeño, un oficinista, un enano cabreado... Se quedó mirando a aquel androide: el tupé a lo Elvis, el traje de chaqueta con una marca de carmín en la solapa, la cicatriz de la cara...
- Tú eres... - balbuceó.
- En efecto y estos son Yr, Poli, Emilio, Mario, Votri... - respondió el androide señalando al resto de miniaturas -. En fin, no te serán extraños nuestros rostros, ni ajenas nuestras peripecias ¿verdad?
- Claro - respondió presuroso - pero no puede ser posible. Sois... sois... mis personajes -. Movió la cabeza de un lado a otro queriendo desprenderse del ataque de locura que le afectaba -. Esto es un sueño. El más raro que he tenido nunca, pero sueño al fin y al cabo.
- No digas tonterías - le interrumpió Anthony, protagonista de uno de sus primeros relatos, en los que la humanidad había dejado de lado las relaciones personales para intimar con robots -. Somos tan reales como tu miseria.
- ¿Y qué hacéis aquí? ¿Sois vosotros los causantes de mi cautiverio?
- Lo somos. Tenemos que hablar contigo seriamente y no queríamos arriesgarnos a que huyeras de nosotros. Estamos hartos de ser protagonistas de tus historias.
-¿Qué tienen de malo?- replicó el escritor.
- ¿Lo dices en serio? Todas tus historias acaban en desamor. La tristeza campa a sus anchas por tus textos. Los versos se deslizan por la desidia. Mojas en penas tu pluma y con ello nos haces desgraciados. ¿Qué te hemos hecho? ¿Acaso no somos merecedores de una brizna de felicidad?
- Sólo plasmo la realidad - trató de defenderse.
- ¿Qué culpa tenemos nosotros de que el mundo te rehuya? ¿De que hayas cerrado tu corazón y tirado la llave al abismo del olvido? No nos hagas partícipes de tu derrota. Tenemos derecho a disfrutar de las cosas buenas de la vida, de emocionarnos con el brillo de un riachuelo en las pupilas del ser amado, de estremecernos por un abrazo en la oscuridad de una habitación...
- ¿Quién os ha enseñado esas cosas?
- ¡Tú! Estúpido. No fuiste siempre así. ¿No lo recuerdas?
- Tú antes molabas - le reprochó un tipo espigado de larga barba cubierto por una túnica blanca - ¿No podrías volver a esos relatos repletos de chascarrillos?
El escritor tornó el asombro en firmeza y se enfrentó a ellos con arrogancia.
- Comprendo vuestras peticiones pero me son imposible aceptarlas. Puesto que no soy, ni volveré a ser lo suficiente feliz como para escribir mis textos alegres de antaño, prefiero el dolor de la pérdida, fuente de la que mana mi inspiración, y sufrir por ello, a la mediocridad estéril de la simple paz interior.
- Tío que pedante eres - tuvo que reconocer Anthony - ¿Es tú última palabra?
- Si - afirmó con resolución mientras apartaba la mirada de ellos, acaso para no flaquear en su decisión.
- ¡A él!
Al día siguiente todos los periódicos llevaban la noticia en sus páginas de sucesos:
"Conocido escritor desaparece en mitad de la noche. Ha dejado una enigmática nota en miniatura que dice: Voy en busca del amor."
miércoles, 1 de abril de 2009
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