Dos bancos bajo mi ventana. Dos bancos que bordean el desgastado camino que cruza el pequeño parque que separa el edificio del espectro de un arroyo, en cuyo lecho al fútbol suelen jugar los niños. Los dos están ocupados en esa tarde de sol y desgana. Las cuatro repican las campanas de la lejana iglesia y sólo los ancianos se atreven a pasear por las calles. Los jóvenes tomarán su turno cuando la luna caliente con fuerza las bebidas espirituosas que calentarán sus espíritus, pero ahora, cuando el eco de la última campanada se pierde a lo lejos, hacia los borrosos montes desdibujados por la bruma, unos jubilados ocupan los dos bancos que contemplo asomado a mi ventana.
En uno de ellos, al oeste de mi, y al este yo de ellos, una pareja se dedica arrumacos y abrazos lentos y pausados. En el otro, al oeste de mi y al este él de ellos, otro anciano, de silueta triste, mirada gacha y rostro ajado, apoyado en sus rodillas, desmigaja un mendrugo de pan con el que da de comer a cuantas palomas se atreven a descender de su vuelo en busca del fácil sustento. Y cuando una de esas migajas alcanza pronto el suelo, yo le veo desviar la mirada hacia el banco donde ellos, se olvidan de palomas, el calor de muerte y el azul del cielo y se pierden el uno con el otro en un interminable duelo de miradas cómplices, de muestras de amor sincero. Y agacha de nuevo la cabeza y junto con más migajas, veo como sus lágrimas, salado condimento, las acompañan en su camino hacia el suelo.
No se si estoy viendo una escena real o un futuro incierto, pero cuando el viejo deja el pan y alza la vista al cielo, nuestras miradas se cruzan y en sus ojos yo me veo. Y él no sabe si ve a una persona real o a un pasado incierto, y se pregunta a cuantas palomas tendrá que alimentar hasta hallar la paz del muerto.
Se levanta de prisa, se sacude el pan primero, y pasa junto al banco, al oeste de mi, al este yo de ellos y se aleja despacio, con la mirada triste, clavada en todo momento al suelo. Me alejo de la ventana, lejos de aquel aserto, mientras en el banco al oeste del anciano, al oeste yo de ellos, siguen con sus carantoñas aquellos felices viejos.
sábado, 11 de abril de 2009
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