martes, 18 de septiembre de 2012

Fund4ción

Pasaban 17 años desde el inicio del tercer milenio pero a Charles no podría importarle menos. Miró el despertador: las 11:27. Lo observó unos instantes más, nostálgico. Aquel despertador debería haber sonado con desagradable insistencia cada mañana a una hora en que levantarse hubiera sido calificado como "madrugar". Pero hacía mucho que en ningún sitio le esperaban temprano así que no recordaba cuando fue la última vez que había puesto la alarma en marcha.

Si que tenía claro haberlo usado el último día de facultad, para llegar a tiempo a su último examen. No se había engañado. Sabía que las cosas estaban difíciles para todo el mundo, pero confiaba que su acariciado titulo de ingeniero le diera alguna ventaja sobre aquellos que habían decidido enfocar sus estudios hacia materias poco demandadas por el estresado mercado laboral.

Cuando tras semanas después recibió el resultado de la prueba y la consiguiente confirmación de haber superado todos los créditos de su licenciatura, salió a celebrarlo con sus amigos de siempre: Jean y Sheik, a los que conocía desde parvulario. Esa fue una de las ultimas noches alegres que tuvo desde entonces.

Pese a que no vivía en una zona desarrollada propiamente dicha, cuajada de servicios para una población que trabajaba en la capital, comenzó a repartir su currículum por las pequeñas empresas que se ajustaban a su perfil, que se encontraban en su ciudad tras una concienzuda investigación por Internet tal y como recomendaba uno de esos libros escritos para aliviar la desesperacion del que busca empleo infructuosamente más que con el objetivo de servir de ayuda alguna.

Al pasar los días y no recibir respuesta, decidió ampliar su radio de búsqueda al resto de la provincia. Si le saliera un trabajo en otra ciudad cercana, ya vería como se las apañaría, siempre podría compartir coche con alguien que fuera allí... qué más daba, lo importante era encontrar algo. Pero el silencio fue todo lo que recibió por respuesta. Pronto se vio enviando currículums a empresas de su comunidad, del resto del país, luego del continente que siempre había querido visitar y finalmente a cualquier empresa del mundo en la que se pudiera hacer entender con su dominio de la lengua franca internacional.

Un mes y medio había pasado ya desde su ultima comunicacion, con una empresa de Taiwan que amablemente rechazaba su solicitud por diferencias culturales. Charles no entendía muy bien aquella respuesta, posiblemente era la manera taiwanesa de decir "no me hagas perder el tiempo".

Jodida amabilidad asiática... Tumbado sobre la cama, con barba de tres días y un viejo chandal gris raído a la altura de las rodillas, se decía que la culpa de su frustracion no se encontraba en el señor tras una mesa del departamento de recursos humanos de Daishi Solutions. Tampoco era él el causante, llego a la conclusión, pese a que los tertulianos de televisión y los columnistas de los periódicos, las marionetas del "sistema", le tacharan a él y a millones como él de vagos, inútiles e improductivos.

Como todas las generaciones anteriores a la suya, había hecho todo lo posible para conseguir el sueño occidental: Nacer, crecer, conseguir un buen trabajo, una chica guapa, una hipoteca a 30 años, una pareja estándar de críos, jubilarse, viajar por el país bailando pasodobles y finalmente morir. Pero justo después de crecer algo habia ido mal.

Casi una década llevaban los informativos vomitando la palabra "crisis" en cualquier momento del día. La gente se había acostumbrado tanto a ella que había perdido cualquier fuerza y si en lugar de saludar con un "hola" lo hubiera hecho con un "Crisis" nadie se hubiera dado cuenta.

Las causas que habían llevado al desplome de la economía era ampliamente conocidas por quienes quisieran informarse. Sin embargo la mayoría no se molestaba en intentar comprender cómo habían llegado a esa situación y buscar responsables por ello. Y como si de un enfermo terminal ante un curandero se tratara, aceptaban con la cabeza gacha y una esperanza ciega basada en palabras de humo cualquier medida que los charlatanes en el poder, decían, supondría la solución definitiva a los problemas financieros que ellos no habían creado pero que debían pagar por el bien supremo.

Y mientras esto sucedía, se recortaban servicios públicos y la calidad de vida disminuía. El sistema educativo se convertía en una mera guardería de 2 a 16 años donde recluir a los elementos improductivos y en la que con suerte emergerían algunos individuos con aptitudes brillantes que tendrían la suficiente fortuna como para conseguir un trabajo lejos de allí; En los hospitales los pacientes se apiñaban en mugrientas habitaciones en espera de una operación que siempre se retrasaba por falta de médicos; las colas por conseguir medicamentos, primero, y comida más tarde, surgieron como pequeños gusanos para convertirse con el paso del tiempo en gigantescas boas que se enroscaban en las conciencias impotentes de quienes tenían algo más pero no lo suficiente para hacer nada por cambiar su triste situación. Los robos se multiplicaban y la violencia en todos los ámbitos se hacia insoportable. Ya no era seguro caminar por las calles una vez el sol se escondía pues las patrullas policiales eran escasas y solo intervenían cuando se producía el delito. Y mientras tanto, otros muchos, aunque aun así una minoría escasa, se beneficiaba de todo esto.

El mundo en el que habían crecido sus padres y en el que Charles había dado sus primeros pasos ya no existía. ¿Qué hacer pues? Sí, ya en el tercer año de carrera había comenzado a acudir a las decenas, primero, de manifestaciones que se convocaban con escaso éxito de participacion. Estas, junto con las huelgas, se fueron haciendo masivas a medida que transcurría el tiempo pero no era suficiente como para forzar un cambio. Sí, se alcanzaban a reunir millones de manifestantes pero en conjunto, más del 70% de la población siempre se quedaba en casa por distintos motivos. Casi todos se escudaban en la fe y la esperanza en que la crisis no podía durar para siempre y más temprano que tarde aquello acabaría, porque llevaban demasiado tiempo sufriendo ya. Un argumento que a Charles le parecía simplemente ridículo. Incluso las vacas flacas en Egipto no habían durado demasiado le decían. Pero él sabia que aquello no cambiaría. No estaban viviendo una década perdida. Era el final. Simple y llanamente la degradacion total y absoluta de un sistema que había llegado a sus límites de desarrollo. Lo decían los índices de producción industrial, las reservas de petroleo, el control de la producción de alimentos en manos de los especuladores, el incremento de la población mundial, la contaminación, la globalización de la miseria, los flujos migratorios incontrolables...

Había intentado todo para abrir los ojos de la población pasiva que aceptaba su destino como esclavos y carne de cañón: desde abrir un blog sin repercusión alguna hasta bombardear las redes sociales con sus textos; también había probado carteles en las calles con afirmaciones redactadas en lenguaje simple que todo el mundo pudiera entender, un periódico clandestino con las noticias que los medios de comunicación de masas tendían a manipular o directamente ignorar... llegó incluso a ir casa por casa como un vendedor de enciclopedias con la idea de explicar la realidad a sus vecinos. Siempre era tachado de azul si gobernaban los rojos y de rojo en caso de que gobernaran los azules. Era descorazonador. Hasta que finalmente tuvo su primera revelación, no motivado por un espíritu mesiánico sino por el sentimiento de libertad e independencia de los pensadores clásicos, desde Pericles a los padres fundadores americanos: No se puede salvar a quien no quiere. Y quien no quiere, no merece ser salvado.

Volvió a mirar el despertador: 13:42. Se conectó a la red durante unas horas, hasta que los rugidos de su estómago le obligaron a ir en busca de comida. En décadas anteriores, según le había contado su hermano, no era raro ver en los pasillos de los comercios a personas, niños sobre todo, comiendo tal o cual producto de los estantes. Quizás por eso cuando se deslizó en el mercado esquivando la mirada inquisitiva del guardia y cogió un racimo de plátanos del puesto de frutas más cercano a la puerta, le pareció algo natural. Más tarde robó un par de chocolatinas y se dirigió al parque de su barrio dispuesto a pasar la tarde viendo a la gente pasar, preguntándose qué hubiera sido de esas caras grises e inmutables que iban y venían, en otro mundo más benévolo. Al anochecer volvió a la cama. Otro día más en el paraíso, murmuró mientras contemplaba el despertador. Finalmente, se durmió.

A la mañana siguiente no podía recordar qué había soñado pero continuaba sintiendo la chispa que había prendido en su conciencia durante la noche. Una idea comenzó a desarrollarse con parsimonia, con lenta determinación. Volvió de nuevo a ese ciclo de la vida perverso del que hasta entonces se había sentido parte y empezó a cuestionarlo punto por punto. No lo de nacer y crecer por supuesto pero ¿y todo lo que acontecía hasta su muerte? ¿De verdad necesitaba una casa en propiedad? ¿ Una familia tradicional? ¿Decenas de cachivaches tecnologicos redundantes? ¿Cumplir con todas las conveniencias sociales?

A medida que se iba haciendo mas y mas preguntas sentía como se iba alejando de la gleba enmascarada que le unía a sus congéneres, hasta que finalmente se hizo la gran pregunta: ¿Qué necesito para ser feliz? La respuesta le hizo considerar el 70% de su mundo como algo superfluo, al igual que el sistema en el que vivía. Y tuvo su segunda revelación: la culpa de su situación, si que había sido suya. Había aceptado las reglas del juego sin plantearse que pudiera haber otros.

Como profetizó Nietzsche, tras la caída de la URSS el estado se había transformado en un ente propio monstruoso libre de cualquier atadura con los ciudadanos que supuestamente lo conformaban y a los que había pasado a considerar ganado con el que aumentar sus beneficios. Por supuesto el "estado" no era algo abstracto sino un grupo de personas, algunas más conocidas que otras, que marcaba unas reglas que la mayoría de la población acataba por dejadez, cobardía, ignorancia, comodidad...

Bien, no se podía luchar contra él en franca minoría numérica teniendo en cuenta el monopolio de la violencia del que hacía gala. Si querías vivir en su sistema tenías que pasar por el aro y sufrir sus imposiciones, que estaban comenzando a ser inasumibles para cada vez más individuos. Así pues, ¿por qué no vivir fuera de él? Salir del sistema predominante, dejar de acudir a sus servicios, no confiar en sus medios, dejar de pagar sus impuestos...  Por separado cada uno podía sobrevivir, pero en unas condiciones tales que, ¿merecía la pena levantarse por las mañanas y afrontar el sufrimiento rutinario? Hacía tiempo que habían dejado de contabilizarse los suicidios pues a algún psicólogo del gobierno se le ocurrió que hacer público el alto número de ellos reforzaría la decisión de quitarse la vida de aquellos que estuvieran sopesando la idea. Quizás vivir en el viejo mundo de forma digna se estaba volviendo imposible para la mayoría, por ello había que crear uno nuevo, que se alimentara del cuerpo agonizante del antiguo, que tanto se resistía a morir.... Fue en ese momento cuando germinó la semilla de la "Fund4cion". Sería una asociación, un grupo, basado en 4 pilares:

. Respeto
. Sabiduria
. Determinación
. Honradez

Aquellos que sintieran como suyos estos atributos, podrían encontrar un lugar común de apoyo y compañía. Sería como una de esas asociaciones secretas de la antiguedad. Si un miembro tuviera problemas, un compañero acudiría en su ayuda. Todos aportarían su conocimiento y el grupo entero se beneficiaría de ellos, lo que les conferiría una ventaja sobre los demás a la hora de sobrevivir en las calles. Su mente rebosaba de proyectos e ideas que harían de la Fund4cion una Camelot sin fronteras, una Atlántida digital, un lugar en el que pudieran ser hombres libres y no meros limones para estrujar. Y así, podrían vivir y dejar de arrastrarse en busca de las migajas de los mandatarios.

Al fín tenía un rumbo, un objetivo, algo a los que consignar su vida. Lo primero que hizo fue crear una sencilla página web donde la gente pudiera contactar con él y discutir sobre el tema o incluso unirse al "proyecto" mientras él terminaba de perfilarlo. No le llevó más de cinco minutos. Tecleó: http://fund4cion.blogspot.com y observó satisfecho la pantalla. Por ahora valdría. Debería tener en cuenta muchas variables. ¿Cómo distinguirse entre si? ¿Cómo evitar elementos indeseables en la Fund4cion? ¿Cómo definir a dichos elementos indeseables? ¿Habría una jerarquia? En caso afirmativo ¿cuales serian sus funciones? Cogió un amarillento cuaderno y comenzó a apuntar sus ideas. Había tanto por hacer... pero el primer paso estaba dado.

sábado, 15 de septiembre de 2012

La playa (Crónicas acuáticas II)

Llegó un momento en que no convenía abusar. Me encontraba de manera irregular en aquella piscina. De haber formalizado mi relación con Herme tal vez hubiera podido regular mi situación pero habiendo sido rechazada, no podía confiar en que, despechada, recurriera a la venganza más fría y diera aviso a las autoridades pertinentes de que yo era un intruso en su paraíso.

Me ocurrió algo parecido en otra urbanización de menor relumbrón. El presidente de la comunidad me pilló remojándome. Yo le dije que nadie es ilegal en una piscina y él me conminó a que pagara las cuotas, ante lo cual no tuve más remedio que marcharme como alma que lleva el diablo.

De momento en la urbanizacion de Herme no me habían descubierto y así quería que siguiera siendo. Quería conservar esa carta en la manga por lo que decidí esperar a que mi affaire con mi amante accidental se enfriara con el manto del tiempo o a que esta encontrara al amor de su vida en el bingo del domingo.

Sin embargo continuaba con la idea de tostar mi cuerpo, espoleado por el descubrimiento de que podía resultar interesante para una mujer, aunque esta estuviera en la recta final de su vida. Además, así dejaría de estar blanco como Iniesta y los niños dejarían de pedirme helados por la calle.

Con la piscina descontada me quedaban tres opciones: el campo, la terraza de casa o la playa. Cualquiera que sea de pueblo sabrá que el campo está habitado por infinidad de bichos diminutos con tendencias a picar e introducirse en todo agujero que encuentran. Y no es que yo sea paranoico, es que todos los bichos vienen al calor de mi dulce piel, por lo que quedaba descartado el monte.

Con tomar el sol de la terraza de tu casa siempre ocurre un hecho curioso, tu vecino sale a regar sus plantas al mismo tiempo, plantas de plástico a veces. Además si te sientes seguro tras los altos muros de tu mansión, que sepas que desde que existe Google Earth nadie está a salvo de ser visto como dios lo trajo al mundo (porque en tu casa o tomas el sol en pelotas o no lo tomas) por parte de los Illuminati, que dedican parte de su tiempo a intentar dominar el planeta y la otra parte a ver gente desnuda en sus jardines.

Quedaba la playa. Mis habilidades atlético-delictivas era inútiles en este caso pues las playas de los ricos son inaccesibles a no ser que tengas un yate, cosa que todavía no me ha dado por robar. No me quedó mas remedio que juntarme con la plebe, el vulgo, el vil populacho, los seguidores de Aida...

No perdí el tiempo intentando elegir la más adecuada, simplemente me acerqué a la playa que tenía más cerca de casa, por ello el llegar y ver como los primeros metros de la orilla tenían mayor densidad de población que las calles de Nueva York en hora punta hizo que me arrepintiera al instante. De todas formas tras caminar varios minutos en una dirección y su contraria comprobé que en todas partes era lo mismo.

La gente es estúpida. Bastaba un vistazo a los 20 metros de arena que parten del paseo marítimo en dirección al mar para que uno pensara que estaba vacía. Pese a ello la inabarcable masa humana de turistas se apiñaban como ratas que huyen de un naufragio en un bol de cereales junto a la refrescante espuma de las olas que rompían en la costa.

Dicen que el ser humano es un ser social pero si eso consiste en sacrificar parte de tu espacio vital, en recibir toneladas de arena del vecino, oler lo que come y escuchar su música folclórica (flamenco, bachata o polka según la nacionalidad), que me digan donde puedo apuntarme a otra especia animal, la chinchilla, por ejemplo, que se conocen mucho biblicamente hablando.

Lo peor es que cuando ya parece que no queda una pulgada de orilla sin ocupar, aparecen los descendientes de Pizarro, poseídos por el espíritu de los conquistadores, en busca de un lugar aún más cercano al agua que el del vecino, habiéndose conocido casos en que han llegado a clavar la sombrilla sobre un pobre pez que tuvo la desgracia de acercarse más de la cuenta a la orilla. Hoy, los españoles conquistan centímetros de playa como si fueran Alvarado descubriendo el Perú. Ayer, descubrían continentes. Esta es la España que nos deja la desamortización de Mendizabal.

Ya es que no tengan respeto por el bienestar de los otros es que no respetan ni el suyo propio. Hitler entendió el concepto del espacio necesario para el desarrollo personal a la perfección tras su desagradable experiencia en las piscinas de un camping y no dudó en empezar la Segunda Guerra Mundial para que los germanos tuvieran toda la playa que quisieran, desde la cálida España hasta las costas rusas para los más valerosos, sin aglomeraciones. Los españoles pues, son más tontos que Hitler. Pensadlo cuando veáis a uno.

Tras colocar mi toalla en un lugar alejado de la masa humana, decidí darme un chapuzón antes de ofrecer mi cuerpo al sol. El agua estaba tan fría que tuvieron que venir dos sherpas a rescatarme cuando ya había perdido la sensibilidad de la mano izquierda. Al final perdí la falange del anular, un dedo más inútil que el entrenador del New Team. Si hubiera sido el corazón el perjudicado, me hubiera suicidado.

Me tumbé pues sin otra protección más que un libro de Juan Manuel de Prada y tras leer la contraportada me aburrí tanto que comencé a mirar a la gente que me rodeaba. Una pareja llamó mi atención de inmediato, por una vez no por los pechos de ella (de tamaña generoso, aureola contenida y oscura y desafiante turgencia) sino por un aparato que manejaba él cuya función era la de hacer el agujero donde clavar la sombrilla, sin lugar a dudas el sumun de la sociedad industrial. Lo más gracioso es que se tarda el triple que haciendo el agujero a mano para que al final salga volando ante la primera racha de viento.

Mientras él sale corriendo tras la sombrilla para interceptarla antes de que empale a una de las ancianas que juegan al bingo unos metros más allá, otros personajes se cruzan entre el cuerpo estremecedor de ella y yo.

Uli, Eli y Oli, tres hermanos bolivianos, se divierten con una almeja de proporciones anormales. Esta hace amago de abrirse, a lo que Eli decide ayudarla y comienza a forcejear con ella con la ayuda de un pequeño cuchillo de mesa que le ha prestado un vecino de sombrilla.
En el instante en que un seco crack advierte del éxito de la operación, Marina, cajera del Mercadona del barrio devuelve el cambio mal a un señor de Cuenca, un jubilado de Madrid siente una punzada en el pecho que al final le llevará a la muerte, Martín logra besar tras dos meses de titubeos a Matilda, una oveja salta sobre un charco por no querer mojarse las lanas, un trabajador de correos es asaltado por un yonki en busca de dinero rápido, alguien descubre una cura para el codo de tenista, el asteroide X345 entra en órbita baja de un planeta aún por descubrir, me empieza a picar la nariz, un plato se rompe en el chiringuito "El Sol", una pareja se jura amor eterno mientras llega al orgasmo al unísono, un magnate del petróleo se estrella con su helicóptero en el mar, una señora de Albacete se come tres pimientos y medio,  y un pequeño fuego que no lograrán extinguir hasta dos semanas después se inicia en la sierra... pero Uli, Eli y Oli son felices con aquella almeja.

Mientras, decido recoger mis cosas y volver a casa. En el poco tiempo que he estado no llegaré a ponerme moreno, como mucho color "sucio" pero a lo lejos veo a los parientes de Hernán Cortés y yo me he levantado con el día un poco indio.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La vida de Scotty

Blue Scotland nació a las 16:47 del 14 de febrero de 1973, poco después del inicio del segundo turno en la fabrica "Erkolea" de Getxo, fruto de la unión de una anónima tela proveniente de Bélgica y la robusta maquinaria de confeccion "Svenson" producida en algún lugar de Suecia.

Blue Scotland, Scotty para quien la conociera, no pasó mucho tiempo en los almacenes de la mercería a donde la habían enviado poco después de su alumbramiento. En marzo llegó a casa de los Pérez, en Marbella donde la colgaron en la ventana del cuarto de los niños que daba a la calle, a una vasta explanada que se extendía hasta confundirse con la linea plateada y brillante del mar.

Los primeros años los dedicó a contemplar cómo el horizonte se iba salpicando poco a poco de nuevas edificaciones aquí y allá, con familias sonrientes que iban y venían, se reunían en los lugares comunes, charlaban, se reían, lloraban... Una vez el fuego consumió hasta los cimientos un pequeño chalet de dos plantas en el que vivía una pareja de ancianos a los que Scotty vio por última vez abrazados frente a los restos humeantes de lo que había sido su hogar.

A medida que pasaba el tiempo aumentaba el tamaño y el número de los edificios que le rodeaban y los pequeños Pérez, Antonio y Guzmán, que de redonditos y blanditos peluches habían metamorfoseado en jóvenes traviesos que de vez en cuando la molestaban tirando de ella o incluso pintarrajeandola con acuarelas de colores estridentes. Casi siempre era Guzmán el que la usaba como lienzo improvisado para sus visiones artísticas de tintes surrealistas. En 1979 Scotty pasó más tiempo en la lavadora que colgada. Por suerte Amparo, la madre, la cuidaba bien y no dudaba en reprender con fuerza a sus vástagos cuando estos la maltrataban; aunque por suerte nunca le hicieron ningún daño físico irreparable.

Se sentía afortunada por vivir en aquel lugar. Durante su estancia en la mercería había oído historias sobre casas tristes en las que el tiempo se detiene, enervantes clínicas dentales y hospitales donde la desgracia habría sido su perenne compañera. Con los Pérez no temía al aburrimiento, el sufrimiento o la tristeza. Era una familia agradable en la que las discusiones acababan siempre con un abrazo y las risas eran tan habituales como los cuentos antes de dormir. Y luego estaban los niños... Verlos crecer la llenaba de satisfacción e incluso sintió una pizca de orgullo cuando presenció cómo Antonio juraba amor eterno a la chica con la que había estado tonteando cada tarde, con la puerta cerrada, durante tantos años.

Para cuando ambos dejaron el hogar para crear sus propias familias, el entorno que contemplaba desde la ventana había cambiado por completo. El mar no era más que un recuerdo de tiempos más sencillos pues su resplandor quedaba oculto ahora tras una hilera de hoteles en primera linea de playa, ocultos parcialmente a su vez por un completo complejo residencial con todo tipo de establecimientos. En términos de diversión no se podía quejar pues el ir y venir de la gente era continuo en contraste con la postal estática, aunque mágica, de un horizonte libre de la mano del hombre.

Un día el señor Pérez murió. Le siguió a los pocos meses Amparo consumida por la pena. La casa se llenó de gente para el velatorio. Había niños que no reconocía, amigos de la pareja y sus hijos, que con el dolor en sus rostros se pasearon con nostalgia por su antigua habitación. Durante horas estuvieron charlando hasta que al caer la noche, la casa se quedó en silencio.

El polvo de semanas amenazaba con ahogarla. Para ella era peor el olvido que la soledad pues al fin y al cabo, salvo los momentos que compartía con Gladys, la cortina del salón en la lavadora cada muchos meses, no había tenido más compañía que las paredes cubiertas de recuerdos en forma de fotografías que la adornaban.

Alegría y miedo se combinaron en su interior cuando la familia de Antonio, vivo retrato de su padre, se mudó a la vieja casa. En ese momento fue consciente de lo que había echado de menos la presencia de vida a su alrededor. Pero por otro lado, empezó a temer por su situación. El tiempo había hecho mella en ella. Se encontraba algo deshilachada por las puntas y había perdido su vivo color azul, aunque todavía se mantenía digna. Así debió pensarlo la familia o tal vez la nostalgia hiciera lo suyo para que continuara en la que ahora era la habitación del pequeño Nicolás.

Fue como rejuvenecer cincuenta años. No le importó la degradación que paulatinamente se había adueñado de las calles y que le había hecho desear poder dejar de mirar al exterior. Tal vez no pudiera ver al pequeño jugar en el jardín de casa pero al menos lo tendría siempre cerca.

No duró mucho. Un resplandor lejano la despertó en mitad de la noche. Al principio no le dio importancia pero cuando empezaron a salir los vecinos de sus casas visiblemente alarmados comenzó a preocuparse hasta que entró en pánico cuando Antonio entró en la habitación de súbito, despertó a Nicolás, metió un puñado de prendas en un macuto y se llevó a su hijo con el pijama aún puesto mientras este trataba de quitarse las legañas y preguntaba a su padre qué estaba sucediendo. Se había quedado sola de nuevo.

No habían pasado ni doce horas cuando los primeros asaltantes comenzaron a saquear el vecindario. La mayoría de las casas se encontraban vacías; las que no eran vaciadas sin contemplaciones y con una muestra de violencia como Scotty jamás hubiera imaginado posible. Si entraron en su casa, respetaron su cuarto pues nadie la molestó, ni siquiera un fuego que brotó tres días después de uno de los hoteles y que arrasó casi todo el barrio antes de que una lluvia presidencial anegara las llamas.

La presencia de algún merodeador esporádico solía sacarla de sus meditaciones cada vez más frecuentes y prolongadas, en las que se desconectaba de la realidad para recordar viejos tiempos, viejas historias y en las que se preguntaba por el destino de los Pérez. Andrajosos y famélicos solían rebuscar en las cenizas en busca de algo que echarse a la boca. Contrariados por su fracaso solían continuar con su camino abatidos y con la mirada perdida.

Dos dedos de polvo recubrían el suelo de la habitación cuando tres balas de pequeño calibre la atravesaron. De inmediato la puerta se abrió abruptamente y una pareja joven entró tambaleándose. Gunnar, el chico, tumbó sobre la cama a su compañera cuyo nombre no pronunció. Estaba semiinconsciente. Perdía mucha sangre por la pierna; también a ella la habían disparado.

El chico se detuvo en el centro de la estancia, girando sobre si mismo buscando algo hasta que sus ojos se posaron sobre Scotty. Como un rayo sacó un pequeño cuchillo de un bolsillo y saltó sobre ella. Sintió como la navaja se hundía en su cuerpo y la desgarraba de arriba a abajo mientras ella se hundía en la negrura de la inconsciencia irremediablemente.

Scotty murió a las 11:38 del 2 de septiembre de 2043 aunque un pedazo de sí perduró como torniquete en la pierna de la compañera de Gunnar. Fuera, arreciaban los disparos.