Llegó un momento en que no convenía abusar. Me encontraba de manera irregular en aquella piscina. De haber formalizado mi relación con Herme tal vez hubiera podido regular mi situación pero habiendo sido rechazada, no podía confiar en que, despechada, recurriera a la venganza más fría y diera aviso a las autoridades pertinentes de que yo era un intruso en su paraíso.
Me ocurrió algo parecido en otra urbanización de menor relumbrón. El presidente de la comunidad me pilló remojándome. Yo le dije que nadie es ilegal en una piscina y él me conminó a que pagara las cuotas, ante lo cual no tuve más remedio que marcharme como alma que lleva el diablo.
De momento en la urbanizacion de Herme no me habían descubierto y así quería que siguiera siendo. Quería conservar esa carta en la manga por lo que decidí esperar a que mi affaire con mi amante accidental se enfriara con el manto del tiempo o a que esta encontrara al amor de su vida en el bingo del domingo.
Sin embargo continuaba con la idea de tostar mi cuerpo, espoleado por el descubrimiento de que podía resultar interesante para una mujer, aunque esta estuviera en la recta final de su vida. Además, así dejaría de estar blanco como Iniesta y los niños dejarían de pedirme helados por la calle.
Con la piscina descontada me quedaban tres opciones: el campo, la terraza de casa o la playa. Cualquiera que sea de pueblo sabrá que el campo está habitado por infinidad de bichos diminutos con tendencias a picar e introducirse en todo agujero que encuentran. Y no es que yo sea paranoico, es que todos los bichos vienen al calor de mi dulce piel, por lo que quedaba descartado el monte.
Con tomar el sol de la terraza de tu casa siempre ocurre un hecho curioso, tu vecino sale a regar sus plantas al mismo tiempo, plantas de plástico a veces. Además si te sientes seguro tras los altos muros de tu mansión, que sepas que desde que existe Google Earth nadie está a salvo de ser visto como dios lo trajo al mundo (porque en tu casa o tomas el sol en pelotas o no lo tomas) por parte de los Illuminati, que dedican parte de su tiempo a intentar dominar el planeta y la otra parte a ver gente desnuda en sus jardines.
Quedaba la playa. Mis habilidades atlético-delictivas era inútiles en este caso pues las playas de los ricos son inaccesibles a no ser que tengas un yate, cosa que todavía no me ha dado por robar. No me quedó mas remedio que juntarme con la plebe, el vulgo, el vil populacho, los seguidores de Aida...
No perdí el tiempo intentando elegir la más adecuada, simplemente me acerqué a la playa que tenía más cerca de casa, por ello el llegar y ver como los primeros metros de la orilla tenían mayor densidad de población que las calles de Nueva York en hora punta hizo que me arrepintiera al instante. De todas formas tras caminar varios minutos en una dirección y su contraria comprobé que en todas partes era lo mismo.
La gente es estúpida. Bastaba un vistazo a los 20 metros de arena que parten del paseo marítimo en dirección al mar para que uno pensara que estaba vacía. Pese a ello la inabarcable masa humana de turistas se apiñaban como ratas que huyen de un naufragio en un bol de cereales junto a la refrescante espuma de las olas que rompían en la costa.
Dicen que el ser humano es un ser social pero si eso consiste en sacrificar parte de tu espacio vital, en recibir toneladas de arena del vecino, oler lo que come y escuchar su música folclórica (flamenco, bachata o polka según la nacionalidad), que me digan donde puedo apuntarme a otra especia animal, la chinchilla, por ejemplo, que se conocen mucho biblicamente hablando.
Lo peor es que cuando ya parece que no queda una pulgada de orilla sin ocupar, aparecen los descendientes de Pizarro, poseídos por el espíritu de los conquistadores, en busca de un lugar aún más cercano al agua que el del vecino, habiéndose conocido casos en que han llegado a clavar la sombrilla sobre un pobre pez que tuvo la desgracia de acercarse más de la cuenta a la orilla. Hoy, los españoles conquistan centímetros de playa como si fueran Alvarado descubriendo el Perú. Ayer, descubrían continentes. Esta es la España que nos deja la desamortización de Mendizabal.
Ya es que no tengan respeto por el bienestar de los otros es que no respetan ni el suyo propio. Hitler entendió el concepto del espacio necesario para el desarrollo personal a la perfección tras su desagradable experiencia en las piscinas de un camping y no dudó en empezar la Segunda Guerra Mundial para que los germanos tuvieran toda la playa que quisieran, desde la cálida España hasta las costas rusas para los más valerosos, sin aglomeraciones. Los españoles pues, son más tontos que Hitler. Pensadlo cuando veáis a uno.
Tras colocar mi toalla en un lugar alejado de la masa humana, decidí darme un chapuzón antes de ofrecer mi cuerpo al sol. El agua estaba tan fría que tuvieron que venir dos sherpas a rescatarme cuando ya había perdido la sensibilidad de la mano izquierda. Al final perdí la falange del anular, un dedo más inútil que el entrenador del New Team. Si hubiera sido el corazón el perjudicado, me hubiera suicidado.
Me tumbé pues sin otra protección más que un libro de Juan Manuel de Prada y tras leer la contraportada me aburrí tanto que comencé a mirar a la gente que me rodeaba. Una pareja llamó mi atención de inmediato, por una vez no por los pechos de ella (de tamaña generoso, aureola contenida y oscura y desafiante turgencia) sino por un aparato que manejaba él cuya función era la de hacer el agujero donde clavar la sombrilla, sin lugar a dudas el sumun de la sociedad industrial. Lo más gracioso es que se tarda el triple que haciendo el agujero a mano para que al final salga volando ante la primera racha de viento.
Mientras él sale corriendo tras la sombrilla para interceptarla antes de que empale a una de las ancianas que juegan al bingo unos metros más allá, otros personajes se cruzan entre el cuerpo estremecedor de ella y yo.
Uli, Eli y Oli, tres hermanos bolivianos, se divierten con una almeja de proporciones anormales. Esta hace amago de abrirse, a lo que Eli decide ayudarla y comienza a forcejear con ella con la ayuda de un pequeño cuchillo de mesa que le ha prestado un vecino de sombrilla.
En el instante en que un seco crack advierte del éxito de la operación, Marina, cajera del Mercadona del barrio devuelve el cambio mal a un señor de Cuenca, un jubilado de Madrid siente una punzada en el pecho que al final le llevará a la muerte, Martín logra besar tras dos meses de titubeos a Matilda, una oveja salta sobre un charco por no querer mojarse las lanas, un trabajador de correos es asaltado por un yonki en busca de dinero rápido, alguien descubre una cura para el codo de tenista, el asteroide X345 entra en órbita baja de un planeta aún por descubrir, me empieza a picar la nariz, un plato se rompe en el chiringuito "El Sol", una pareja se jura amor eterno mientras llega al orgasmo al unísono, un magnate del petróleo se estrella con su helicóptero en el mar, una señora de Albacete se come tres pimientos y medio, y un pequeño fuego que no lograrán extinguir hasta dos semanas después se inicia en la sierra... pero Uli, Eli y Oli son felices con aquella almeja.
Mientras, decido recoger mis cosas y volver a casa. En el poco tiempo que he estado no llegaré a ponerme moreno, como mucho color "sucio" pero a lo lejos veo a los parientes de Hernán Cortés y yo me he levantado con el día un poco indio.
sábado, 15 de septiembre de 2012
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Comentaría sobre algo en concreto, pero no sé por dónde empezar O_o.
ResponderEliminarOye, que me ha encantado el post ;)
Me alegro que te haya gustado :) La verdad es que este post lo tenía medio escrito desde aquel célebre post sobre Herme pero lo había ido dejando y dejando... y al final lo he publicado cuando hace más de un mes que no piso la arena :)
ResponderEliminarBesos!!