domingo, 2 de septiembre de 2012

La vida de Scotty

Blue Scotland nació a las 16:47 del 14 de febrero de 1973, poco después del inicio del segundo turno en la fabrica "Erkolea" de Getxo, fruto de la unión de una anónima tela proveniente de Bélgica y la robusta maquinaria de confeccion "Svenson" producida en algún lugar de Suecia.

Blue Scotland, Scotty para quien la conociera, no pasó mucho tiempo en los almacenes de la mercería a donde la habían enviado poco después de su alumbramiento. En marzo llegó a casa de los Pérez, en Marbella donde la colgaron en la ventana del cuarto de los niños que daba a la calle, a una vasta explanada que se extendía hasta confundirse con la linea plateada y brillante del mar.

Los primeros años los dedicó a contemplar cómo el horizonte se iba salpicando poco a poco de nuevas edificaciones aquí y allá, con familias sonrientes que iban y venían, se reunían en los lugares comunes, charlaban, se reían, lloraban... Una vez el fuego consumió hasta los cimientos un pequeño chalet de dos plantas en el que vivía una pareja de ancianos a los que Scotty vio por última vez abrazados frente a los restos humeantes de lo que había sido su hogar.

A medida que pasaba el tiempo aumentaba el tamaño y el número de los edificios que le rodeaban y los pequeños Pérez, Antonio y Guzmán, que de redonditos y blanditos peluches habían metamorfoseado en jóvenes traviesos que de vez en cuando la molestaban tirando de ella o incluso pintarrajeandola con acuarelas de colores estridentes. Casi siempre era Guzmán el que la usaba como lienzo improvisado para sus visiones artísticas de tintes surrealistas. En 1979 Scotty pasó más tiempo en la lavadora que colgada. Por suerte Amparo, la madre, la cuidaba bien y no dudaba en reprender con fuerza a sus vástagos cuando estos la maltrataban; aunque por suerte nunca le hicieron ningún daño físico irreparable.

Se sentía afortunada por vivir en aquel lugar. Durante su estancia en la mercería había oído historias sobre casas tristes en las que el tiempo se detiene, enervantes clínicas dentales y hospitales donde la desgracia habría sido su perenne compañera. Con los Pérez no temía al aburrimiento, el sufrimiento o la tristeza. Era una familia agradable en la que las discusiones acababan siempre con un abrazo y las risas eran tan habituales como los cuentos antes de dormir. Y luego estaban los niños... Verlos crecer la llenaba de satisfacción e incluso sintió una pizca de orgullo cuando presenció cómo Antonio juraba amor eterno a la chica con la que había estado tonteando cada tarde, con la puerta cerrada, durante tantos años.

Para cuando ambos dejaron el hogar para crear sus propias familias, el entorno que contemplaba desde la ventana había cambiado por completo. El mar no era más que un recuerdo de tiempos más sencillos pues su resplandor quedaba oculto ahora tras una hilera de hoteles en primera linea de playa, ocultos parcialmente a su vez por un completo complejo residencial con todo tipo de establecimientos. En términos de diversión no se podía quejar pues el ir y venir de la gente era continuo en contraste con la postal estática, aunque mágica, de un horizonte libre de la mano del hombre.

Un día el señor Pérez murió. Le siguió a los pocos meses Amparo consumida por la pena. La casa se llenó de gente para el velatorio. Había niños que no reconocía, amigos de la pareja y sus hijos, que con el dolor en sus rostros se pasearon con nostalgia por su antigua habitación. Durante horas estuvieron charlando hasta que al caer la noche, la casa se quedó en silencio.

El polvo de semanas amenazaba con ahogarla. Para ella era peor el olvido que la soledad pues al fin y al cabo, salvo los momentos que compartía con Gladys, la cortina del salón en la lavadora cada muchos meses, no había tenido más compañía que las paredes cubiertas de recuerdos en forma de fotografías que la adornaban.

Alegría y miedo se combinaron en su interior cuando la familia de Antonio, vivo retrato de su padre, se mudó a la vieja casa. En ese momento fue consciente de lo que había echado de menos la presencia de vida a su alrededor. Pero por otro lado, empezó a temer por su situación. El tiempo había hecho mella en ella. Se encontraba algo deshilachada por las puntas y había perdido su vivo color azul, aunque todavía se mantenía digna. Así debió pensarlo la familia o tal vez la nostalgia hiciera lo suyo para que continuara en la que ahora era la habitación del pequeño Nicolás.

Fue como rejuvenecer cincuenta años. No le importó la degradación que paulatinamente se había adueñado de las calles y que le había hecho desear poder dejar de mirar al exterior. Tal vez no pudiera ver al pequeño jugar en el jardín de casa pero al menos lo tendría siempre cerca.

No duró mucho. Un resplandor lejano la despertó en mitad de la noche. Al principio no le dio importancia pero cuando empezaron a salir los vecinos de sus casas visiblemente alarmados comenzó a preocuparse hasta que entró en pánico cuando Antonio entró en la habitación de súbito, despertó a Nicolás, metió un puñado de prendas en un macuto y se llevó a su hijo con el pijama aún puesto mientras este trataba de quitarse las legañas y preguntaba a su padre qué estaba sucediendo. Se había quedado sola de nuevo.

No habían pasado ni doce horas cuando los primeros asaltantes comenzaron a saquear el vecindario. La mayoría de las casas se encontraban vacías; las que no eran vaciadas sin contemplaciones y con una muestra de violencia como Scotty jamás hubiera imaginado posible. Si entraron en su casa, respetaron su cuarto pues nadie la molestó, ni siquiera un fuego que brotó tres días después de uno de los hoteles y que arrasó casi todo el barrio antes de que una lluvia presidencial anegara las llamas.

La presencia de algún merodeador esporádico solía sacarla de sus meditaciones cada vez más frecuentes y prolongadas, en las que se desconectaba de la realidad para recordar viejos tiempos, viejas historias y en las que se preguntaba por el destino de los Pérez. Andrajosos y famélicos solían rebuscar en las cenizas en busca de algo que echarse a la boca. Contrariados por su fracaso solían continuar con su camino abatidos y con la mirada perdida.

Dos dedos de polvo recubrían el suelo de la habitación cuando tres balas de pequeño calibre la atravesaron. De inmediato la puerta se abrió abruptamente y una pareja joven entró tambaleándose. Gunnar, el chico, tumbó sobre la cama a su compañera cuyo nombre no pronunció. Estaba semiinconsciente. Perdía mucha sangre por la pierna; también a ella la habían disparado.

El chico se detuvo en el centro de la estancia, girando sobre si mismo buscando algo hasta que sus ojos se posaron sobre Scotty. Como un rayo sacó un pequeño cuchillo de un bolsillo y saltó sobre ella. Sintió como la navaja se hundía en su cuerpo y la desgarraba de arriba a abajo mientras ella se hundía en la negrura de la inconsciencia irremediablemente.

Scotty murió a las 11:38 del 2 de septiembre de 2043 aunque un pedazo de sí perduró como torniquete en la pierna de la compañera de Gunnar. Fuera, arreciaban los disparos.

2 comentarios:

  1. ¿donde coño está lo de hacerse seguidor?..me he recorrido el blog.. he puesto el cursor encima de tó lo que no se menea...... uufffffffffffffff

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  2. Nunca me había planteado que a alguien le interesara hacerse seguidor así que no lo implementé en la plantilla. En cuanto pueda lo pondré. Siento las molestias!

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