martes, 6 de noviembre de 2007

, , ,

Otelo, el chulo de Venecia

Una habitación renacentista, a media luz. Los rayos del naciente sol se filtran por entre los pesados cortinajes que cubren las ventanas. En el centro de la sala, una rubia platino cabalga sobre el miembro descomunal de un moro, que, de pie, la sostiene en sus brazos mientras hacen el amor. Justo cuando la chica arquea su espalda, rodeando fuerte con sus brazos el cuello del moro para no caer, presa del placer, llaman a la puerta.

El moro baja a la chica de su carnosa atalaya y va abrir la puerta mientras él se viste.

Mensajero: Mi señor Otelo, el gran Dux solicita vuestra presencia de inmediato.

Otelo: ¿Qué asuntos son los que puede querer de mí a estas horas del día en que el gallo aún reposa en sus dominios?

Mensajero: Parece ser que Brabancio reclama como injusta vuestra victoria en la taberna, durante las fiestas.

Otelo: Más que la victoria supongo que será el premio que percibí por ella lo que quiere ver devuelto... Preparad mi nave. Ese rufián de Brabancio pagará por intentar minar mi imagen ante el Dux.

El mensajero y Otelo navegan por los lóbregos canales de Venecia, hacia el palacio del mandatario de la serenísima república.

En el salón principal, el Dux y sus asesores charlan con Brabancio.

Dux: ... y por la presente, dictamino que todas las venecianas de buen ver, vistan con traje de baño cuando salgan de casa. Tenemos que aprovechar que tenemos media ciudad inundada.

Asesor: Eso no es exactamente así...

Dux: Bah, no me vengas con tecnicismos.

La puerta se abre de golpe. Entra Otelo hecho una furia, posa su gélida mirada sobre Brabancio y se dirige con paso firme hacia él.

Brabancio: ¡¡¡A mi la guardia!!! que el moro viene desenvainado.

Dux: Pero ¿cómo?, mis guardias le han privado de su espada.

Brabancio: No me refiero a ese instrumento de muerte, sino a aquel otro dador de vida y que puede convertir al hombre mas rudo en la mas tierna de las doncellas.

Otelo: Sí y todo por vuestra culpa. De no ser por vuestra falta de honor, ahora una dulce dama estaría recibiendo en sus entrañas todo el amor del que dispongo.

Dux: ¡¡Basta!! Muchos asuntos pugnan por mi interés y no puedo perder el tiempo, ni parte de mi juicio con los mundanos asuntos de un par de comerciantes de placer. Así pues Brabancio, exponed vuestra petición.

Brabancio: Seré breve gran Dux. En la fiesta de las lupercales, andaba yo tomando brebajes espirituosos con los que invocar a Baco, cuando se me acercó ese pérfido de Otelo...

Otelo: ¡¡¡Canalla!!!

Dux: ¡¡Silencio!! A la próxima interrupción, mi verdugo hará su agosto. Seguid Brabancio.

Brabancio: Decía que Otelo se me acercó y me invitó a unirme a una partida al deleznable vicio de las cartas. El vino había hecho presa de mí y me sentía incapaz de negarme. Así pues empezamos a jugar, con tan mala suerte que perdí toda mi fortuna.

Dux: El vino es mal compañero de juego.

Brabancio: En efecto. Otelo me incitaba a seguir jugando pero no me quedaba nada, estaba en la ruina. Y fue entonces cuando con sus malas artes me convenció de que apostara mi posesión mas valiosa, la bella Desdémona, la meretriz más excelsa desde los tiempos de Agripina. Confiado en que la suerte no es esquiva para el que asume riesgos, decidí jugar.

Otelo: ¡¡¡Y perdiste limpiamente!!!

Brabancio: Eso no, pues cuando las cartas anunciaban mi derrota, creí percibir en ellas una imperceptible marca. Es por eso, que exijo la devolución de todo lo que perdí.

Dux: ¿Conservas esas cartas en tu poder?

Brabancio: Por desgracia no, los sicarios de Otelo, con ese canalla de Iago a la cabeza, las destruyeron ante mis narices.

Dux: ¿Es cierto lo que cuenta, Otelo?

Otelo: Todo menos lo de las cartas. Perdió limpiamente. Y por la felonía que ha insinuado, reto a Brabancio a un duelo.

Dux: Mmmm, los dos me habéis servido bien. No permitiré que se derrame sangre en mi presencia.... Brabancio, dad por perdidos vuestros bienes materiales, te servirá de escarmiento para cuando el esquivo espectro del juego se te aparezca. Pero en cuanto a Desdémona....

Bufón: Tengo una idea señor. ¿Por qué no dirimir la disputa, con la antigua tradición de medir sus miembros viriles?

Dux: No pienso recurrir a arcanas tradiciones. Tengo una idea mejor.

El Dux chasquea los dedos. De una puerta lateral entran dos mujeres que se arrodillan ante los dos contendientes.
 
Dux: El que primero se corra, dará muestra de su fogosidad y ganará la mano y la vulva de Desdémona. ¡Comenzad!

Las chicas bajan los pantalones de los dos hombres e introducen sus miembros en su boca. Durante varios minutos se afanan en la tarea de conseguir el dulce néctar que se esconde en su interior. Finalmente Otelo descarga su furor sobre el rostro y el cabello de la dama arrodillada ante él.

Brabancio: No es justo. Apenas hace una hora que yací con mi amante y me dejó libre de mi carga seminal. ¡¡No estábamos en las mismas condiciones!!

Un mensajero entra a toda prisa en el salón y le entrega un pergamino al Dux. Este lo lee atentamente y lo tira la suelo con violencia.

Dux: Otelo, has ganado. Ahora coge a tu Desdémona y a tus mejores chicas y parte de inmediato a mis dominios de Malta, donde la moral es baja y necesita con emergencia de nuevos bríos que la levanten. Confío en que la sangre arrolladora y las embrujadoras artes de tus empleadas lo conseguirán. La posesión de la plaza depende de ello.

Otelo: ¿Tan grave es el asunto?

Dux: Más que eso. Mis tropas se han entregado a los placeres de Sodoma y bien parece que de seguir así, pronto el Turco se unirá a una fiesta donde no ha sido llamado, para practicar la sodomía con todos ellos. Así pues buena suerte Otelo.

Otelo: Estad seguros de que no os fallaré.

Tras una agitada travesía por mar, en la que un par de chicas de Otelo deben neutralizar un motín ofreciendo sus cuerpos a los marineros, la flota llega a la isla de Malta. El chambelán pone a su disposición un edificio donde instalar el lupanar. Mientras las furcias se colocan en sus habitaciones, Otelo se lleva a Desdémona, una morena de ojos verdes con pechos inflamados, a sus aposentos.

Otelo: No suelo guardar para mí lo que disfruta la chusma de la calle, pero contigo haré una excepción esta noche. Quiero comprobar si es verdad lo que se dice de ti.

Desdemona: Comprobareis satisfecho que la leyenda es solo un pálido reflejo de la realidad.

Otelo, tumbado desnudo en su cama, contempla hipnotizado como Desdémona se deshace de sus ropajes con sensuales movimientos, que avivan la llama de su pasión. Ella se sienta sobre el enorme falo de su amo y comienzan una noche de sexo que termina al rayar el alba.

Un par de semanas después, Otelo trabaja en su despacho, firmando documentos y leyendo informes, cuando llaman a la puerta.
Otelo: Adelante.

Iago: Buenos días mi señor.

Otelo: Ah, mi buen Iago, ¿vienes a traerme los informes de productividad?

Iago: Helos aquí mi señor.
Otelo les echa un vistazo y mira preocupado a su asistente.

Otelo: ¿Son correctos estos datos?

Iago: Tan correctos como incorrectos son los modales de un rufián, estimado Otelo.

Otelo: Pero según esto, Desdémona apenas ha conseguido clientes. ¿Como puede ser eso posible, cuando su cuerpo es deseado por media Europa y sus artes amatorias son estudiadas en los serrallos del califa? ¿Acaso el espíritu de Onán ha poseído la mente de la plebe ingrata de esta isla?

Iago: Mi señor, no quiero ser alcahueta que todo defecto señala, ni letrado que lanza acusaciones huecas...
Otelo: ¿Qué sabéis Iago?

Iago: Oh, solo rumores, con toda seguridad infundados.

Otelo: Vamos, hablad.

Iago: Según malas habladurías, ideas extrañas han germinado en la corrompida mente de Desdémona.

Otelo: ¿Que clase de ideas? Por dios que parece que las palabras os cuesten sangre.

Iago: Ideas de castidad señor. Tiene la ocurrencia de dejar el antiguo oficio que le ha otorgado fama y gloria mundial e ingresar en un convento donde apaciguar su furor uterino.

Otelo: Rumores absurdos sin duda. Venid, acompañadme. Según su horario, debe estar ahora en el puesto de guardia de la muralla sur.

Otelo y Iago camina entre las callejuelas de la ciudad, hasta que llegan a la plaza de la guardia, donde un corro de soldados, rodean a la bella Desdémona, que, de rodillas les colma de lingüísticos placeres.

Otelo: Vedlo por vuestros ojos. Hela aquí la furia feladora que descarga la fogosidad de los soldados del Dux y les hace dóciles para ser mandados en la batalla. Si esa es la imagen de una santa, por dios que ahora mismo voy a ingresar a la iglesia donde es adorada. Buscad al que difunde esos rumores y traedlo a mi presencia. No permitiré que se levante falso testimonio contra mi mejor prostituta.

Iago: Así se hará.

Otelo vuelve a su oficina, dejando a Iago sólo en la plaza.

Iago: Maldito moro. Será difícil engañarlo, mas no imposible. En cuanto a esa Desdémona... pagará muy caro no haberme ofrecido sus encantos.

Tras echar una última mirada de desprecio hacia el grupo de soldados, se dirige a su casa. Una mansión que conoció tiempos mejores, donde le espera su amante.

Iago: ¡¡Emilia, que el diablo se persone ante ti si no acudes a mi llamada de inmediato!!.

Emilia: ¿Qué es lo suficientemente importante como para que pidáis mi presencia con tan deleznables modales.

Iago: Tengo una misión para ti.

Emilia: Os escucho

Iago: Tienes una gran amistad con Desdémona, lo sé.

Emilia: Sabéis bien, hace años que nos conocemos. Solían contratarnos como pareja, cuando estaba en manos de Brabancio.

Iago: Manos de las cuales te libre. Así que harás todo lo que te diga. Debes quedarte a solas con ella en un lugar privado. Y una vez estés segura que nada de lo que habléis pueda llegar a oídos ajenos, quiero que la guíes al camino de la virtud y el recato.

Emilia: ¿Como quieres que la deslumbre con las virtudes de la castidad, cuando lo más cerca que de ello estuve, fue al arribar a este pecaminoso mundo?

Iago: Eso te lo dejo a ti. Algo habrás leído sobre ello supongo.

A la noche siguiente, Iago acude con Emilia a la cena que ofrece el moro, como presentación oficial de su empresa. En el transcurso de la comida, Desdémona se excusa y se dirige al baño. Emilia se levanta rápidamente y la sigue.

Emilia: Esperad bella Desdémona...

Desdémona: Mi querida Emilia. Os he visto en la mesa, tan radiante como siempre. ¿Que tal andan vuestros asuntos con el bueno de Iago?

Emilia: Mejor de lo que merecería una vulgar ramera como yo.

Desdemona: No digáis eso, pues habéis hecho de vuestros servicios una virtud. No sois menos que el soldado que defiende las fronteras. Los dos ofrecéis seguridad, uno con su lanza, y vos con vuestro cálido seno.

Emilia: Precisamente de eso quería yo hablaros, de la virtud. ¿No habéis pensado nunca, mientras uno de los tantos clientes os penetra sin resuello, que hay otros mundos mejores para una mujer como vos?

Desdémona: Suena a que queráis dejar la profesión...

Emilia: Lo estoy sopesando. ¿Acaso vale la pena la condenación eterna por un beneficio terrenal que mas temprano que tarde desaparecerá de nuestras manos? Además, pensad la de enfermedades que evitariamos y los hijos no deseados a los que ahorrariamos sufrimiento...

Desdémona: Con simples precauciones se alejan los males que invocas.

Desdémona se acerca con mirada lasciva a Emilia y la arrincona contra la pared.

Desdémona: Y además, siempre podremos hacerlo entre nosotras....

Hacen el amor en el baño, hasta que la voz de Otelo clama por la presencia de su principal activo. Desdémona deja a la jadeante Emilia sobre el lavabo y vuelve a la cena.

Emilia: Por dios que antes se helaría el infierno a que tamaña furia de la naturaleza renunciara a los placeres de la carne. Sea lo que sea lo que pretende Iago, es cuestión casi imposible.

Se fija en algo del suelo y lo coge.

Emilia: Mas que veo aquí: las esferas orientales de Desdémona, aquellas que horadan su ser día y noche sin descanso...

Emilia vuelve también a la cena, ya terminada y reconvertida en una orgía a la que no tarda en unirse, olvidándose de las esferas, que guarda a buen recaudo en su bolso.

Ya de vuelta en su casa, Iago interroga a Emilia.

Iago: ¿Y bien?

Emilia: Ni el mismo cristo en persona seria capaz de reproducir en ella la imagen de María Magdalena. No contenta con no escuchar las razones que le daba, me hizo el amor allí mismo.

Iago: ¡¡¡Maldición!!!

Emilia: ¿Que es lo que hace que persigáis con tanto denuedo la conversión de Desdémona en un ser sin pasión?

Iago: Estúpida, no lo entiendes. Quiero acabar con el moro por medio de Desdémona. Ese ingrato asienta su fortuna en el duro trabajo que he hecho para el y no lo reconoce. Se piensa dueño y señor de los prostíbulos venecianos pero sin mi gestión no seria mas que un moro impío arrojado a una galera para expiar el pecado de haber nacido infiel. Pero deberé buscar otro medio de derrumbar su efigie.

Emilia: Puede que esto sirva.

Saca de su bolso las esferas orientales de Desdémona. La mirada de Iago se ilumina.

Iago: Si, esto me servirá igual de bien....

Al día siguiente vuelve al despacho de Otelo, que continua enfrascado en sus papeles.

Otelo: Y bien fiel Iago, ¿teneis ya la identidad del malnacido que difunde las calumnias contra mi estimada Desdémona?

Iago: Temo ser portador de malas nuevas mi señor.

Otelo: Decidme cuales son y yo juzgare su maldad.

Iago: Temo que los rumores no sean tales, sino una confirmación de las intenciones de esa furcia.

Otelo: Cuidad vuestra lengua Iago si no queréis verla ensartada en la punta de mi espada.

Iago: Lo siento señor, pero en cuanto veáis lo que tengo que mostraros cambiareis de parecer en vuestro juicio. Mirad esto.

Saca de su bolsillo las esferas orientales y las deposita sobre el escritorio de Otelo.

Otelo: No puede ser. Me prometió cuando se las regalé que las llevaría siempre puestas. Según me comentó la sacerdotisa griega a la que se lo arrebaté, se dice que pertenecieron a la mismísima Afrodita y quien las llevara puestas, seria la mujer más apasionada del mundo. ¿Y qué ha hecho con ellas?

Iago: Las encontró una de las chicas en la playa de San Juan, y me las trajo al instante. Nadie más lo sabe.

Otelo: Gracias por todo Iago. Esta noche le pediré cuentas. Y ahora déjame sólo con mi pena.

Iago sale a la calle ocultando una malévola sonrisa.

Iago: Jajaja estúpido moro, ha picado el anzuelo. Esta noche cuando Desdémona no pueda explicar la desaparición de las esferas, la desterrará o la enviará a otro lugar y entonces sin ella, el negocio se hundirá, caerá en desgracia ante el Dux y yo ocuparé su lugar. Si supiera que he estado modificando los registros de los ingresos de las chicas... jajaja.

Cae la noche. Desdémona, vestida con un casto camisón yace en su cama dispuesta a dormir. Otelo entra de improviso, desvistiéndose a cada paso.

Otelo: Abre las puertas de tu amor para mi Desdémona, pues hoy necesito probar muchas cosas.

Desdémona: Nada me placería más dulce Otelo, mas me es imposible.

Otelo: ¿Qué es lo que impide que complazcas a tu señor, fuente de tu prosperidad?

Desdémona: Mi condición de mujer, que se ha revelado con su puntualidad natural.

Otelo: Excusas, excusas... déjame ver las esferas orientales que te regalé.

Desdémona: Oh... lo siento amado mio, pero temo decir que las perdí no ha mucho. No os dije nada pues confiaba en recuperarlas antes de que las echarais en falta.

Otelo: Pues las habéis encontrado y no las he echado en falta, pues en mi poder están. Helas aquí.

Se las lanza a la cama con asco.
 
Desdémona: Muchas gracias mi señor.

Otelo: ¡¡¡Puta!!!

Desdémona: Vuestro cumplido me halaga.

Otelo: Decidme cuando pensabais mostrar vuestro deseo de abandonarme, a mí, ¡¡el gran Otelo!!

Desdémona: No se de qué me habláis.

Otelo: No penséis que la mentira campará a sus anchas en mi juicio, pues he sido bien instruido por Iago. Vuestra jugarreta ha sido destapada antes de su puesta en práctica.

Llaman a la puerta con fuerza.

Emilia: ¿Qué son esos ruidos? Dejadme entrar por favor, he de deciros algo Otelo.

Desdémona: ¿A qué jugarreta os referís? ¿Qué he podido hacer yo, la máxima cumplidora de vuestros deseos, para que me tratéis así?

Otelo: Calla por dios, no me hagas más difícil impartir la justicia que clama mi código de honor.

Desenvaina la espada y con una rápida estocada, hiere de muerte a Desdémona. Abre entonces la puerta, entrando Emilia.

Emilia: ¿Qué habéis hecho moro imprudente? Os habéis dejado llevar por las envidias de un villano del cual abomino. Todo ha sido obra de Iago, que pretendía suplantaros. Modificó los libros de cuentas para que pensarais que ella no trabajaba, pero era la que más satisfacía a la plebe.

Otelo: Ella quería ser casta. No puede ser cierto lo que me dices...

Emilia: Lo es, yo intenté hacerla pura a instancias de mi amante, pero ella me hizo mujer con sus dedos, en el baño de vuestra mansión. Y fue en ese embite cuando sus esferas orientales se deslizaron de su carnosa cavidad sin que ella se percatara. Yo las recogí.

Otelo se asoma a la ventana y se dirige a un grupo de soldados que hacen la ronda.

Otelo: Guardias, prended a Iago y ejecutadlo. En cuanto a mí, no merezco seguir en este mundo.

Se arrodilla ante el cuerpo sin vida de Desdémona.

Otelo: Oh, era más puta que las gallinas y yo dudé de ella...

Con la misma espada con qué mató a Desdémona, se atraviesa el estomago, muriendo sobre el lecho a escasos centímetros de ella.

4 comentarios:

  1. Virgen del amor, qué bien escribes!!!!

    :)

    ResponderEliminar
  2. Gracias Reina, el mérito es de Chespir, yo solo lo he adaptado :P
    Porno y Shakespeare, todo lo que necesita una persona para ser feliz :)
    Un beso!!!

    ResponderEliminar
  3. Ya, ya. Soy tontorrona pero hasta ahí llego... de todas formas, las apreciaciones que has desmenuzado son lo que, realmente, más gracia me ha hecho. A eso me refería! :)

    besos.

    ResponderEliminar
  4. Ya, ya, mi comentario era solo un fallido arranque de modestia jajaja
    Me alegro que te gustara :)
    Un beso!

    ResponderEliminar