Bolsas de plástico apresuradas, repletas de recuerdos en manos de una mujer que se dirige angustiada al taxi que la espera en la calle, lejos de los gritos que recibe a su espalda, marcada por los golpes inmisericordes del marido del que huye ante la curiosa mirada de esos vecinos, ocultos tras los visillos de sus ventanas, que nada dijeron cuando una noche tras otra, ocultos tras sus delgadas paredes, escuchaban la agonía de la mujer que ahora sube al vehículo y le pide al conductor que la lleve a cualquier parte, lejos de la humillación, la derrota y el dolor.
El coche arranca dejando atrás vecinos cotillas y un marido que, cobarde, alza el puño desde la seguridad de la entrada de su casa, amenazando a la mujer a la que un día juró amar hasta que la muerte los separara. Una muerte que una semana más tarde, impondrá a su cónyuge, a traición y con rabia acumulada en los días que estuvo buscándola.
Cuando los medios de comunicación se dirijan al barrio y cuestionen a los vecinos sobre su pasividad ante el sufrimiento ajeno, estos responderán:
- No pensamos que fuera otra cosa, más que una pequeña riña familiar.
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