Marcó el código de Hong Kong en el desvencijado panel de control del sistema Leibniz de transporte. El tubo Leibniz como era apodado por los usuarios. De inmediato, se materializó en la plaza de la revolución, una inmensa explanada de cemento que se erigió en conmemoración de los muertos en la lucha contra... Hizo esfuerzos por recordarlo, pero lo historia no era su fuerte. Algo así como los contistas... no importaba.
Meses atrás, le hubiera recibido el murmullo constante de los viandantes, paseando entre los puestos del mercadillo semanal, regateando con los vendedores. Ahora solo había silencio y suciedad. Papeles cubrían por doquier las calles, libres de vehículos y personas. Tenia la sensación de encontrarse en una vieja maqueta a escala.
Se dirigió al centro de comunicaciones local y envió su mensaje a través de la red. Ojeó una vieja revista durante varios minutos hasta que quedó claro que no obtendría respuesta.
Volvió resignado al tubo. La siguiente parada era la capital de la antigua federación: New York.
Los gigantes de cristal y acero, que habían sido derruidos y vueltos a construir innumerables veces, parecían aún más amenazadores bajo la luz mortecina de la luna que brillaba en un cielo pleno de estrellas. Sintió un escalofrío al pasar por la amplia avenida, aunque sabia que no había nada que temer. Siguió el mismo procedimiento. Fue al centro de comunicaciones, lanzó su mensaje y no obtuvo respuesta. Tachó la ciudad en la lista que llevaba. Dos más y habría terminado. Antes de abandonar la ciudad, quería visitar un lugar: la biblioteca del congreso.
Las estanterías se hallaban vacías. Paseo entre ellas recordando su niñez, cuando acompañaba a su madre al principio de cada mes, a recoger un par de libros que leía ávidamente.
En el mar de muebles de madera, algo le llamó la atención. Al fondo de la sala dedicada a la ciencia ficción, alguien había olvidado un par de ejemplares: "Jim del espacio exterior" y "The end is nigh" Leyó un pasaje al azar de este último y no pudo evitar lanzar una carcajada antes de guardarlos en su mochila. Seria una pena que se perdieran.
Su siguiente destino era Lemuria, la principal ciudad de Atlantis, el continente sumergido en el que la raza humana había sobrevivido a las incontables guerras que habían azotado la superficie del planeta. Ni siquiera allí había esperanza ahora.
Su estructura era muy similar a una estación espacial. Alargados pasillos metálicos que unían inmensas bóvedas destinadas cada una a un fin determinado.
Apareció directamente en la sala de comunicaciones. Mientras el mensaje que portaba se repetía una y otra vez, echó un vistazo al exterior. Nada se movía en el fondo marino, ni una simple alga. Con suerte bacterias y virus sobrevivirían, pero tarde o temprano, también a ellos les llegaria el final.
Como era de esperar, tampoco tuvo respuesta.
Antes de activar el tubo Leibniz, se enfundó un traje protector. No era necesario en el lugar a donde iba, pero no quería correr riesgos.
El brillo del sol, cuya superficie ocupaba una tercera parte del firmamento, le deslumbró nada mas llegar a Paris, la ciudad de la luz que había iluminado la voluntad del ser humano, era su ultima parada.
Esta vez paso de largo el centro de comunicaciones. Su trabajo había concluido. Sólo quedaba acudir al hangar espacial. Decenas de naves se apiñaban en la agrietada pista. La torre de control era un hervidero de gente sudorosa. Todos se preparaban para la evacuación inminente. Estuvo charlando con otros buscadores. uno de ellos había encontrado a un granjero de Nairobi que se obcecaba en no dejar su granja, pese a que hacia meses que se habian secado sus cultivos.
Todos se fueron marchando hasta que solo quedó él. En la escalinata de su nave, se detuvo para echar un ultimo vistazo al paisaje, con el agónico solo como protagonista, minutos después se alejaba del planeta. Activó el piloto automático y cogió el libro que tanta gracia le había hecho en la biblioteca. Él era el protagonista de uno de sus relatos. Él era el último humano en abandonar la Tierra.
sábado, 10 de enero de 2009
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Si señor, con este relato sacas lustre al metalenguaje!
ResponderEliminarSaludos!
P.D.:Ardo en deseos de que alguien invente pronto el tubo Leibniz y abandonar de una vez el talgo Madrid-Coruña-Pontevedra.
Jajaja, el tubo Leibniz lo inventé hace unos años, sólo se necesita un escaner y un recombinador atómico :P además cuando te teletransportas, un laser te fulmina. Aún le quedan algunos retoques :P
ResponderEliminarSaludos!!