El salón bulle de alegría. Un año más, la nochebuena ha llegado y ha servido de excusa para reunir a toda la familia en torno a una copiosa cena, donde lo de menos son las viandas que se van a degustar.
Está sentado en un extremo, presidiendo la mesa de roble en torno a la cual está decorado el salón. Contempla con una sonrisa cómo sus primas, aún quinceañeras, comparten sus escasas experiencias con los chicos, mientras su hermano pequeño, intenta asustarlas con una araña de plástico.
El abuelo, en el otro extremo, comienza a impacientarse. El estómago empieza a pedirle cuentas y el olor a asado que llega de la cocina, no ayuda a calmarlo.
Ante la visión del juguete, las chicas sueltan un grito. No puede evitar reírse, mientras su hermano Antón reprende al chico por sus travesuras. Su cuñada le quita importancia al asunto.
Desde la silla, pregunta a su madre si queda mucho, pero no responde. Su padre se levanta por si necesita ayuda. Un instante después, salen los dos portando un jugoso lechón en una bandeja.
Echa un trago y deja el vaso a un lado. Mira sus manos, ajadas a través de los años; mira las botellas vacías amontonadas en el suelo.
Mira a su alrededor, y en la mesa no hay nadie, solo recuerdos.
lunes, 2 de marzo de 2009
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