miércoles, 13 de mayo de 2009

Cerca de la medianoche

El presidente Obama sale del auditorio arropado por los vítores y los aplausos de los miembros de su partido. La cena con los electores de Maryland ha sido todo un éxito. Mientras atraviesa las cocinas del Hotel Sheraton camino de su coche, su asesor de imagen le felicita por la pequeña broma sobre su mal escogida corbata. Reirse de si mismo gusta a esos pardillos, le susurra con cuidado de que nadie más le oiga. Ha salido muy bien del paso, pero no puede volver a ocurrir. Tendremos que dar un toque a las chicas de vestuario.

De pronto siente un fuerte apretón en el hombro, se gira y contempla el rostro cerúleo del Almirante Michael Mullen, jefe del estado mayor y su asesor militar, que sostiene a duras penas su teléfono móvil.

- Nos están atacando - es lo único que susurra antes de que los miembros del servicio secreto agarren de la chaqueta con violencia al presidente y lo metan a trompicones en su limusina blindada.

Sólo Mullen y el Mayor de la fuerza aerea Graham Feldman, le acompañan en la parte de atrás. Antes de que el conductor arranque bruscamente, la puerta se abre y Timothy Geirner es arrojado al interior del vehículo con poca delicadeza.

Para cuando los centenares de asistentes al acto presidencial comienzan a preguntarse qué está pasando, la limusina se pierde en las oscuras calles de la ciudad camino de un lugar desconocido.

- ¿Qué estoy haciendo yo aquí? - pregunta aturdido el secretario del tesoro mientras se recompone el arrugado traje.

- Todo a su tiempo - trata de calmarlo el Almirante.

- Por favor Mike, dime que ha sido algún pirado de Montana que ha estado jugando con fertilizantes - parece suplicar Obama.

- Señor, el NORAD ha detectado el lanzamiento de quince slbm, posiblemente del tipo Bulava, desde algún lugar del pacífico.

- ¿Chinos?

- No tienen capacidad nuclear submarina señor. Los únicos que han podido hacerlo han sido los rusos. El lanzamiento se ha realizado desde un único submarino. Los cohetes se dirigen a la costa oeste del país. Por la trayectoria, se ha determinado que sus objetivos son: Los Ángeles, San Franciso, San Diego, Seattle, Portland, Fresno, la base aerea de Edwards, la de Vandenberg, diversas instalaciones de defensa y Omaha.

- ¿Cual es la estimación de bajas?

- Demasiadas...

- Comprendo. ¿Cuanto tiempo tenemos antes del primer impacto?

- Apenas diez minutos señor. Por eso tenemos que actuar ya.

El Mayor Feldman se coloca en el regazo el maletín que porta a cualquier sitio donde vaya el presidente. No le tiembla el pulso cuando se libra de la cadena que lo ha mantenido unido a él los últimos seis años. En parte agradece librarse de tamaña responsabilidad, aunque le hubiera gustado hacerlo en otras condiciones. 

- Aquí tiene el balón señor presidente.
Obama lo toma entre sus manos. Espera sentir todo el poder que encierra, pero excepto un ligero sobrepeso, no se diferencia mucho del maletín de cualquier SEO o broker de Wall Street. Al abrirlo se da cuenta de que su interior no es nada convencional.
 
Junto a varios documentos, se encuentra un voluminoso sistema de comunicaciones por satélite que le pone en contacto directo con el centro de mando militar nacional, situado en el Pentágono. Al otro lado de la linea, le responde el General Newman, que acaba de ser informado de la situación.

- General le habla su comandante en jefe. Código Delta Omega Omega Mike 2-0-4-0.

- Copiado. A sus órdenes Señor Presidente.

- ¿Qué hacemos ahora Almirante? - le pregunta Obama a su asesor mientras hojea un cuadernillo con distintas opciones de ataque predefinidas.

- El SIOP contempla una amplia variedad de respuestas.  Desde el lanzamiento de un misil a la guerra nuclear total...

- ¿Podemos declarar el armaggedon por sólo quince misiles?- pregunta angustiado el presidente. Sus manos comienzan a temblar y gruesas gotas de sudor perlan su frente y empapan su camisa.

- Esos quince misiles acabarán en un instante con la vida de más de diez millones de americanos, señor - le informa contrariado Mullen - pero tiene razón. Lo más sensato sería una respuesta proporcionada.

- ¿Les lanzamos a ellos otros quince cohetes? ¿Como si esto fuera el patio de recreo del colegio de mis hijas?

- En efecto. Por la naturaleza del ataque, puede tratarse de un submarino renegado que ha decidido acabar con nosotros en solitario o puede tratarse de un engaño para hacernos creer eso, claro. Por ello recomiendo que ordene Defcon 2, por si se trata sólo de la primera salva de la tercera guerra mundial.

Obama bufa tratando de asimilar toda la información y hallar una respuesta satisfactoria. Echa un vistazo a Timothy en busca de apoyo, pero él parece necesitarlo más. Está a punto de vomitar. No deja de acariciarse la nuca mientras mantiene la vista fija en la ventanilla. Fuera la oscuridad es la dueña.

- Quedan siete minutos para el impacto - le informa su asesor militar tras comprobar su lujoso reloj.

- Quisiera hablar antes con los rusos.

El General Newman, que ha escuchado la conversación, le informa que ha sido imposible contactar con ellos. La linea del teléfono rojo está muerta. El presidente saca entonces los códigos nucleares del bolsillo de su chaqueta, agarra el comunicador con fuerza hasta que las venas se perfilan en su mano.

- Le ordenó el lanzamiento de quince cabezas de guerra sobre tres objetivos de clase A, pero descarte Moscú, cinco de clase B y siete de clase C.

- Tenemos un submarino cerca de la costa de Murmansk, nuestra respuesta debería llegar casi al mismo tiempo que las primeras explosiones sobre territorio americano. - le informa el Almirante.

Durante un segundo la linea permanece muda.

- Señor, necesito la aprobación de otro miembro del gabinete -. le informa el General.
- S... soy Timo... thy Geirner, secretario del tesoro - logra balbucear al borde del colapso nervioso- y confirmo la orden de lanzamiento.

- Entendido.

- Que dios nos ayude - se despide Obama. La limusina comienza a reducir de velocidad. - ¿Vamos a Raven Rock? - le pregunta a Mullen mientras trata de discernir el paisaje desdibujado a través de la ventanilla.

- No señor. Es de suponer que los rusos conocían al detalle su presencia en la ciudad. Ellos pensarán que el primer lugar al que irá a refugiarse será allí. Es el centro de continuidad de gobierno más cercano. No podemos arriesgarnos. Hemos venido al aeropuerto.

- Una de las cosas que más temía durante la campaña electoral, era el tener que coger ese avión algún día.

- Siempre hay una primera vez.
La pista del aeropuerto está tomada por miembros de la guardia nacional. Parecen aterrados. Alguien debe haberles dicho que no es un simulacro, y ver al gran jefe rodeado de los gorilas del servicio secreto mientras corren hacia la escalerilla del aparato no les tranquiliza. Se miran los unos a los otros apretando con fuerza sus fusiles contra su pecho. De vez en cuando miran al cielo, deseando no ver el flash que termine con todo. Saben que no está bien, pero no hay uno sólo que no desee que ese maldito avión despegue de una vez y les aleje del centro de la diana.

A Obama le resulta familiar el interior del E-4B en el que se encuentra. No se trata del Air Force One, sino de un avión gemelo, apodado con el siniestro sobrenombre de "Avión del fin del mundo" o el más aséptico "Vigilante nocturno", un puesto de mando avanzado, para dirigir la guerra y el país, desde el aire.

Junto con el jefe del estado mayor, se dirige a la cubierta media, donde le espera la sala de conferencias. Desde allí podrá conversar con los principales miembros de la administración. El piloto no espera a que se siente. En cuanto todo el personal se encuentra a bordo se desliza veloz por la pista hasta alzar el vuelo majestuoso como el águila imperial que decora la cola del aparato.

El presidente se coloca delante de un muro cubierto con tres columnas de tres monitores cada una. Como en el maldito Tic Tac Toe, piensa mientras se afloja el nudo de la corbata, que a cada instante que pasa parece apretarle más la garganta. En cada uno de ellos, puede ver distintos rostros de distintas razas y creencias, pero todos comparten un rasgo común: el miedo.

- Cuatro minutos para la detonación - reverbera una voz femenina por los altavoces de la sala.

En la pantalla del centro, aparecen una lista con los quince objetivos y el tiempo restante para la detonación. Una estimación teniendo en cuenta que los rusos quieran maximizar los daños. Observa minuciosamente cada monitor, etiquetado con el nombre del cargo cuya imagen muestra. Una de las pantallas continúa en negro.

- No veo al vicepresidente - comenta preocupado.

El responsable de la FEMA, que a Obama le recuerda a Woody Allen, por sus gafas de pasta y su aire de intelectual neoyorquino (son todos iguales) se apresura a informarle.

- El vicepresidente Biden está siendo trasladado en estos momentos al centro de Mount Weather junto con el secretario de defensa y la secretaria de estado. Los miembros del congreso serán relocalizados en Mount Pony y los restantes miembros de su gabinete se han refugiado en el búnker de la Casa Blanca mientras preparamos el Air Force One para ellos.

Obama no puede evitar recordar una vieja película en la que todos los miembros del gobierno morían bajo las bombas, salvo el secretario de agricultura que era investido presidente. De preocuparse por la cosecha de trigo a la seguridad del mundo libre. Eso si que era un ascenso fulgurante. Se abstiene de preguntar donde se encuentra Tom. La situación es demasiado tensa como para frivolizar con pequeñas bromas.

Los números que marcan la cuenta atrás para Los Ángeles se ponen amarillos. Un minuto más y pasarán a ser rojo sangre. Sólo la voz del comandante del mando estratégico informando sobre las evoluciones del ataque americano, rompe el silencio expectante que lo inunda todo. En un instante, todos los números se han vuelto amarillos. Cuando el primer cronómetro marca cero, Obama siente como si le golpearan el estomago. Hunde la cabeza entre sus manos por un instante, antes de pedir el primer informe de daños al responsable de la FEMA. Mientras habla, el rojo ha inundado el monitor central, excepto una linea, la de Omaha, para la que queda un minuto.

- Nin... ninguno señor - titubea como si fuera un niño al que han pillado en mitad de una travesura.

- ¿Cómo que ninguno? - brama Obama mientras se levanta de un salto -. ¿Qué está pasando?

Pero no recibe respuesta, David Garrat permanece concentrado en sus propios monitores.

- Nos llegan reportes de San Francisco y Seattle - informa olvidando cualquier protocolo-. Han visto una fuerte explosión en el cielo, pero nada más.

El General Albertson del NORAD toma la palabra.

- Señor, los misiles desaparecen de nuestros radares a la altura estimada en que estallarían. O bien han autodestruido los misiles o bien han fallado las cabezas de guerra.

- ¿Qué piensa usted?

- ¿Alguna vez le ha tocado la lotería catorce veces en un minuto?

El presidente se deja caer sobre la silla totalmente derrotado. El Almirante Mullen, que hasta entonces ha permanecido silencioso a su lado trata de guiar los próximos pasos a seguir, pero antes de que pueda abrir la boca, la imagen de un par de pantallas se funde en negro.

- La bomba sobre Nebraska ha estallado señor - informa asépticamente el General Albertson.

- ¡Dios mio! La ciudad...

El General carraspea.

- No ha impactado sobre la ciudad señor, sino a 750 km de altitud.

Mullen y el presidente observan la pantalla. La cuenta atrás para Omaha continúa impasible. De entre el pandemónium de voces que surgen de los altavoces, sobresale la del comandante del STRATCOM.

- San Petersburgo ha sido destruida. El puerto de Murmansk, destruido. Novosibirsk, destruido...

Obama no escucha más. Ha caído en una trampa. Los improperios de su asesor le confirman que él ha llegado a la misma conclusión.

- Ha sido un jodido engaño - ruge desatado - esos cabrones nos han engañado. Han lanzado un maldito ataque de papel. Esos misiles seguramente iban desarmados, para hacernos creer que nos atacaban y provocar nuestra respuesta. Han calculado el tiempo exacto para que no pudiéramos anular nuestros lanzamientos una vez descubriéramos que no había ninguna amenaza.

- ¿Y la bomba que ha estallado? - pregunta Obama extrañado.

- Permitame que yo responda a eso señor - pide el General desde el NORAD -. La bomba no ha causado bajas humanas ni daños materiales en el sentido tradicional. Ha hecho algo peor. El pulso electromagnético ha inhabilitado todo aparato electrónico del CONUS. Sólo el 30% de los sistemas nacionales se mantienen operativos. Coches, ordenadores, televisores, radios... todo lo que lleve un chip ha sido inutilizado.

La misma voz femenina que le había recibido al embarcar, le informa de que el presidente ruso está en la linea.

- ¡Hijo de perra! - escupe el Almirante.

Antes de coger el terminal que descansa a su izquierda, el centro de mando militar informa a Obama de que submarinos rusos se dirigen a la costa oeste del país. El NORAD reporta decenas de bombarderos con el mismo rumbo.

- Le ofrezco una oportunidad de paz. - la voz glacial del premier ruso le produce un escalofrío. Se dirige a él en perfecto inglés. No hay rastro de emoción en sus palabras -  Hace unas horas fui informado de que una de nuestras naves se había declarado en rebeldía. Puso rumbo a su costa occidental y efectuó el lanzamiento de sus misiles. Por fortuna conseguimos autodestruirlos en el último instante. Pero ustedes...

- ¿Por qué no respondió a mis llamadas? - le interrumpe Obama.

- Tenemos problemas en nuestros sistemas de comunicaciones desde hace tiempo.

- ¿Y qué hay de la bomba sobre Nebraska? - vuelve a preguntar sin dejar que su homónimo se explaye. Sabe que miente o al menos, que oculta algo.

- Mis servicios de inteligencia confirman que ha sido obra de los iranies. - su voz se vuelve más dura y amenazante -. No me gusta su tono. Son mis ciudadanos los que lloran sangre y piden justicia por las atrocidades que han cometido. Es mi país el que ha sufrido su ataque traicionero sin provocación alguna...

- ¿Sin provocación?

No recibe respuesta. La comunicación se ha cortado. Los técnicos se afanan en intentar recuperarla, pero es imposible.

- Vayamos hasta el final - le sugiere el jefe del estado mayor - Tenemos cierta ventaja. Podemos aprovecharla.

- No podemos hacer eso. ¿Con qué derecho? ¿Qué pensarán de nosotros?

- Señor, acabamos de reducir a cenizas quince ciudades rusas. Ellos podrían hacer lo mismo con nosotros y el mundo nos seguiría viendo como los malos de la película. Y además la bomba sobre Nebraska ha dejado al país fuera de combate, al borde de la ruina. Nuestros enemigos aprovecharán para lanzarse sobre nosotros como lobos hambrientos. Debemos dar un golpe de fuerza que demuestre que incluso en nuestras horas más bajas, no hay nadie tan poderoso como nosotros.

Obama se levanta y se dirige a una ventanilla. El Almirante estira la casaca de su uniforme y se acerca a él. Los hombres y mujeres de los monitores contemplan la escena con aprehensión.

- Señor Presidente, usted tiene la decisión.

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